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Año 2 – Nº 6413 de Julio del 2008


 

Traducción
MERCEDES CRUZ REYES - MERCHITA926@telefonica.net
 

El sentido de la vida en la concepción ateísta

 

Hace algún tiempo  llamó la atención de todos nosotros en Brasil una interesante entrevista presentada por la Red Globo de Televisión en su principal programa de variedades llevado al hogar en la noche del domingo, en el cual un conocido cultivador de la buena lectura y dueño de una respetable biblioteca se declaró ateo. 

Aunque ya había ultrapasado la tira de los 90 años de edad, el entrevistado dijo que consideraba lamentable la diminuta duración de la vida, al final de la cual, como  el lo entiende, todo se reduce a la nada, a un montón de huesos, a algo que no tiene la menor gracia  o el menos sentido. 

¿Por qué un individuo tan culto, que ya leyó, según sus propias palabras, cerca de 7 mil libros, puede cultivar tal escepticismo?  ¿Será que el imagina que la compleja estructura del Universo  y el fabuloso mundo subatómico se deben el acaso? ¿No verá el en la exuberancia del reino vegetal  y en la multi diversidad del reino animal un valor más alto que el de la materia? 

El ateismo, como sabemos, presenta  en el mundo  un número ínfimo de partidarios, más ellos existen. ¿Ciertamente, en las condiciones que vivimos, no debería haber espacio para tan apocada y pobre concepción de las cosas, más que se ha de hacer? 

Dijimos que no debería haber defensores del ateismo porque esa concepción constituye solamente una de las fases – la primera – de la historia religiosa de la Humanidad.  Como en efecto, enseña J. Lubboch, esta se divide en seis periodos: 1º - el ateismo; 2º - el fetichismo o feiticismo (vocablo que vino del portugués feitiço, sortilegio); 3º - el culto a la naturaleza; 4º el exorcismo (religión de los xamas, brujos profesionales); 5º - el antropomorfismo;  6º - la creencia en Dios creador y providencial.  

Llamarse ateo, de ese modo, cultivar el ateismo constituye una postura anticuada y no cuadra con las personas supuestamente cultas, que deberían entender, de conformidad con la ciencia, que todo efecto tiene una causa  y que, el hombre, como efecto que es, no podría existir sin haber sido creado. La existencia de un Creador, por tanto, se impone, sea cual sea el nombre que se le de. 

Considerar corta la duración de la existencia humana es un equivoco producido por la insuficiente observación de los hechos, por cuanto la muerte es un hecho de naturaleza física que dice  respecto solamente al cuerpo material más no atiende al alma. Está, como a sido atestiguado por testimonio de los propios “muertos”  continua para vivir, para estudiar, para progresar lo que fue revelando en preguntas  realizadas por sabios ilustres del porte de Wuillian Crookes, Ernesto Bozzano, Cesar Lombroso, Alexandre Aksakof y tantos otros. 

Si el preconcepto cultural impide al individuo tomar conocimiento de esas investigaciones y de las obras que las presentan, seria conveniente que los ateos tuviesen, por lo menos, el buen sentido de decir: “Como me gustaría creer en la inmortalidad,  más infelizmente no tuve acceso  a tal información”,  añadiendo los motivos que le impidieron ese acceso. Al final, en una biblioteca de 35 mil títulos, como es mostrado  en la entrevista vinculada por la Red Globo, es inconcebible que ninguna de las obras pertinentes al llamado Espiritismo científico allí se encuentre. 

Claro que, no admitiendo nada  más allá de la materia, los cultores del ateismo consideren un despropósito la vida humana y sin ningún sentido sus desdoblamientos, porque, la verdad sea dicha, si la muerte constituyese el fin de todo, ninguna razón habría para que estuviésemos aquí. 

La muerte no es, sin embargo, el fin de todo. Ella no pasa de un episodio necesario que modela nuestras innumerables existencias en este y en otros planetas que circulan por el espacio infinito.
 
 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita