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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 2 - N° 63 - 6 de Julio del 2008

 
                                                            
Traducción
MERCEDES CRUZ REYES - MERCHITA926@telefonica.net


 El pequeño huérfano

 

Morando en una casa confortable, Ricardo era un niño que llevaba una vida tranquila y segura una familia amorosa le suplía las necesidades, y el frecuentaba una buena escuela donde tenia muchos amiguitos.

Ricardo, sin embargo, no se contentaba con lo que Dios le había concedido.

Estaba siempre deseando algo más y suspirando por todo  lo que sus amigos tenían.

¿Saben lo que es eso? Es un sentimiento muy feo llamado: ENVIDIA.
 

Si los padres  lo obsequiaban  con un cochecito, el reclamaba con rabia: 


- ¡No quiero esa fealdad. Quiero un coche de control remoto, como el que Dudu gano en el cumpleaños!
 

- ¡Más, hijito, es muy caro! – decía la madrecita, triste.  - No   me   interesa.   ¡Lo   quiero,   lo  quiero!  –  gritaba,

golpeando con los pies.  

Cuando la mama cariñosa le  compraba alguna ropa, el hablaba con desprecio:

- ¡Que cosa más horrible! ¿Cree que voy a usar “eso”? ¡Esa ropa no vale nada!

- Cuando la vi en la tienda la vi bonita  y me acorde de usted, hijo mio – se justificaba la madre, pesarosa. 

- Pues la puede devolver. No la voy a usar. Me gustan las ropas caras y de tiendas elegantes. En verdad, yo lo que quiero es una cazadora “jeans” como la de Beto.

A la hora de la refección era el mismo problema siempre. Ricardo reclamaba por todo:

- ¿Legumbres nuevamente?

- Si, hijo mio. Las legumbres son muy buenas para la salud y son sabrosas.

- ¡Pues no las como! Gritaba el niño, empujando el plato con grosería. – Si fuera un pollo asado, como el que yo vi el otro día en la casa de Adriano, yo lo comería.

- Hijo mio – respondía la madre disgustada – esas cosas son caras y la vida está difícil. Usted sabe que no nos falta de nada, más el papa trabaja mucho para mantener la casa. Debemos agradecer a Dios por todo lo que poseemos y por la vida tranquila que tenemos.

El chaval movía los brazos  con desprecio y salía refunfuñando.

La madre de Ricardo, en sus oraciones, siempre pedía a Dios que ayudase a su hijo, tan envidioso y egoísta, a ver la vida con otros ojos.

Cierto día, el chaval había discutido con los padres; exigía el que le comprasen una bicicleta nueva y, como ellos se negaron, el niño salio  golpeando la puerta, llorando y reclamando:

_¡Nadie me quiere! ¡Nadie me da lo que pido! Soy un infeliz abandonado. ¿Tengo deseos de desaparecer de esta casa!

Ricardo llego hasta una plaza y se sentó en un banco. Disgustado, quedó allí, decidido a no volver  luego a casa; quería dar un susto a sus padres.

Después de algunos minutos percibió un niño  un poco menor que el, sentado en el suelo, parecía muy triste.

Se aproximo sin saber por que. En verdad, nunca se había interesado por los problema de los otros.

- ¡Hola! – dijo, a manera de cumplimiento.

El niño levanto la cabeza y Ricardo percibió que lloraba.

- ¿Le paso alguna cosa? – pregunto sin mucho interés.

- Es que me siento muy solito. No tengo a nadie que me quiera. Soy huérfano y vivo en la calle – murmuro el chaval.

- ¿Cómo es eso? ¿No tiene casa?

- No. Cuando mis padres murieron fui a vivir con una tía. Más ella me maltrataba y me obligaba a robar, alegando que yo comía bastante y le daba muchos problemas. Después de algún tiempo, no aguante más; huí de casa, y, desde ese día, duermo en los bancos de las plazas.

- ¿Y donde come usted?

El chaval sonrio. Una sonrisa triste y desconsolada.

- Normalmente, pido un plato de comida en alguna casa rica, más siempre no lo consigo. Entonces, reviso las altas de basura para conseguir algo que comer. ¡Usted no se imagina cuantas cosas buenas la gente tira al cubo de basura!

Ricardo, que nunca imaginara que existiesen personas pasando por tanta necesidad, estaba sorprendido y pesaroso.

- ¿Cuantos años tiene usted? ¿Como se llama?

- Tengo ocho años y me llamo Zeze. ¿Y usted? ¡Yo también estoy triste! ¿Tampoco no tiene aa nadie !

- Tengo si, Zeze – hablo Ricardo con satisfacción – Tengo una familia maravillosa y me gustaría que usted la conociese. Mi madre es muy buena  y hace comidas sencillas, más muy sabrosas. ¿Quiere almorzar conmigo?

Zeze acepto con alegria. Desde el día anterior no se alimentaba  y estaba hambriento.

Llegaron a su hogar, Ricardo presento al nuevo amiguito, y con lágrimas, pidió disculpas por su comportamiento.

- Mama, yo comprendo ahora que Dios fue muy bueno dándome una casa buena y confortable  y una familia amorosa que se preocupa por mi. ¿Qué más puedo desear?

Muy contento con el cambio que se había operado en su hijo, la madre lo abrazo emocionada diciéndole con cariño:

- Qué bueno, hijo mio, que usted piense así. Dios escucho mis oraciones y, si no somos ricos  de dinero, somos ricos de amor, de paz, de alegría y de salud. ¿No es verdad?

- Es verdad, mama – concordó Ricardo sonriendo.

Zeze quedo por algunos días en aquel hogar y, tan bien se adaptó al ambiente de la casa que, Ricardo le pidió, por haberle tomado mucho cariño, que fuese adoptado, pasando a formar parte de la familia, para alegría de todos.

                                                                       Tía Celia
 



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Revista Semanal de Divulgación Espirita