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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 2 - N° 57 - 25 de Mayo de 2008

 
                                                            
Traducción
MERCEDES CRUZ REYES - MERCHITA926@telefonica.net


La sorpresa de lo hallado  

 

Cierta vez, un pequeño pastor caminaba por los campos pastoreando sus ovejas. 

Ya estaba cansado y con hambre cuando, sobre el césped verde y en medio de la vegetación, encontró una pequeña bolsa de cuero. La Abrió y, cual no fue su sorpresa: allí estaban cinco lindas monedas de oro brillando en el fondo de la bolsa. 

   

¡Quedo eufórico! ¡Cuántas cosas podría hacer con ese dinero! 

Pegando las rutilantes monedas en la mano, aun pensó que deberían pertenecer a alguien, y que ese alguien por cierto estaría desesperado. 

El deseo de quedarse con las monedas, sin embargo, hablo más alto y,  callando la conciencia, guardó el pequeño tesoro pensando, sin mucho entusiasmo: 

_ Si por acaso encuentro a la persona que perdió  las monedas, las devuelvo. En el caso contrario, ellas son mías por derecho, pues me las encontré. 

Y pensando así, pasó el resto del día  haciendo planes de cómo usaría el tesoro que tan inesperadamente le cayera en las manos. 

Al caer de la tarde, llevó a las ovejillas de vuelta a casa, resolvió no contar nada a su madre, con el miedo de que ella hiciese devolver las monedas. Al final, no existen  tantas casas así en las inmediaciones y, por cierto, alguien del valle las perdería. 

Al llegar a casa se enteró de que su padre precisaba hacer un viaje para cerrar un negocio muy lucrativo. 

Tres días después su padre volvio. Venia desanimado y triste, todo sucio y cubierto de porquería. 

La mujer, preocupada, preguntó lo que le aconteciera, y el respondió: 

- ¡Usted no imagina lo que me aconteció! Después de mucho viajar llegue a mi destino. Cuando fui a cerrar el negocio, sin embargo, eche en falta el dinero que llevaba separado para pagar las ovejas. Lo busque por todos lados, revise mis pertenencias, más nada hallé. Percibí, demasiado tarde, que la mochila que llevaba estaba con un agujero en el fondo y, por cierto deje caer por el camino la bolsa con el dinero. ¿Más, como encontrarla? Con certeza alguien ya habría hallado su dinero y nunca más vendría  aquel que representaba las economías de mucho trabajo y dedicación. 

Y el hombre tristemente concluyó: 

- Mis recursos terminaron y tuve que recurrir a la caridad pública. No tenia donde abrigarme, ni que comer. Gracias a Dios, conseguí llegar hasta aquí a casa después de mucho sufrimiento. Sin embargo auque aya perdido todo lo que poseía hasta llegar aquí, los tengo a ustedes que son mi tesoro. 

Diciendo eso, se abrazó al hijo y a la esposa, emocionado hasta con lágrimas.

El joven, acordándose del tesoro que poseía quedo contento. Al final, podría hacer algo para su querido padre. 

Corrió hasta su cuarto y volvio con la pequeña bolsa de cuero conteniendo las cinco monedas y, con la sonrisa feliz, se la entregó al padre, diciéndole: 

- ¡Pague, padre mío. Es todo suyo! 

El pobre hombre al ver la bolsa la reconoció y pregunto sorprendido: 

- ¿Dónde fue donde se lo encontró, hijo mio? 

- En medio de la vegetación, cuando pastoreaba con las ovejas. 

- ¡Es verdad! Yo quise ganar tiempo y corte camino por el campo, saliendo de la carretera. ¡O, hijo mio! Gracias a Dios, usted la encontró. ¡El Señor es muy bueno! ¿Más como supo, que era mía? 

Con los ojos medio cerrados el rapaz respondió: 

- No lo sabía papa. Nunca podría suponer que le pertenecieses. ¡Creí que era de otra persona! 

El padre quedó serio repentinamente y, tomándolo por el brazo, le pregunto:

- ¿Qué es lo que hizo, hijo mío? ¿Encontró este tesoro que alguien perdió y se quedó con el, cuando no le pertenecía? ¿Cómo fui yo el que la perdió, pudo perderla cualquier otra persona de aquí del valle? ¿No pensó en la desesperación que, por cierto, tendría el dueño de las monedas y la falta que ellas le harían? 

- No, papa. No pensé en nada de eso. Discúlpeme. Solamente ahora comienzo a percibir como fui de egoísta y ambicioso. 

El pequeño pastor, arrepentido, bajo la cabeza, mientras las légrimas  corrían por su rostro.  

- ¡Perdóneme papa! Se que actué erróneamente  y ahora comprendo la enormidad de mi falta. 

El padre acarició la cabeza del hijo, diciendo: 

- Hijo mío, nosotros tenemos que respetar lo que es de los otros, para que los otros también respeten lo que nos pertenece. Jesús, nuestro Maestro, enseño que seremos responsables por todos nuestros actos y que deberemos hacer al prójimo lo que nos gustaría que el nos hiciese. Ahora piense: ¿Si usted hubiese perdido las monedas, lo que le gustaría que le hiciesen? 

- ¡Me haría muy feliz si quien las encontró me devolviese la bolsa, con las monedas, claro! 

- Entonces, hijo mío, así también debe hacer usted para con los otros.  

El pequeño pastor agradeció la lección recibida y

prometió a si mismo que nunca más seria egoísta y ambicioso.  
 

                                                                        Tía Celia
 



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Revista Semanal de Divulgación Espirita