Especial

por José Passini

Igualdad de los derechos del hombre y de la mujer

A lo largo de la historia, la mujer siempre fue dominada por el hombre y tuvo sus derechos muy limitados. Como nuestro análisis es fundamentado en el campo religioso, iniciaremos nuestro trabajo con base en referencias bíblicas, como veremos a continuación:

La purificación después del parto:

“... Si una mujer concibiera y tuviera un hijo varón, será inmunda por siete días...” “Después quedará ella treinta y tres días en la sangre de su purificación; ninguna cosa santa tocará, y no irá al santuario hasta que se cumplan los días de su purificación; ninguna cosa santa tocará, y no irá al santuario hasta que se cumplan los días de su purificación.” “Mas, si tuviera una hembra, será inmunda dos semanas, como en su separación: después quedará sesenta y seis días en la sangre de su purificación.” (Lev, cap. 12). Interesante notar que la discriminación comienza en el nacimiento. El nacimiento de una niña impone una pena mayor a su madre.

La prueba de la mujer sospechosa de adulterio:

“Y el espíritu de celos vino sobre él, y de su mujer tuvo celos, por ella se habría contaminado, o sobre él vendría el espíritu de celos, y de su mujer tuviera celos no habiéndose ella contaminado. Entonces aquel varón tratará a su mujer delante del sacerdote, y juntamente traerá su oferta por ella. (...). Y el sacerdote presentará la mujer delante del Señor, y descubrirá la cabeza de la mujer; y la oferta memorativa de manjares, que es oferta de los manjares de los celos, pondrá sobre sus manos, y el agua amarga, que trae consigo la maldición, estará en la mano del sacerdote (...). Y el agua amarga, maldecida, dará a beber a la mujer, y el agua maldecida entrará en ella entrará en ella para amargar. (...) ... el agua maldecida entrará en ella para amargar, y o su vientre se hinchará, y a su muslo caerá, y aquella mujer será por maldición en el medio de su pueblo. Y si la mujer no se hubiera contaminado, mas estuviera limpia, entonces será libre. (...). “Esta es la ley de los celos, cuando la mujer, en poder de su marido, se desvía y fuera contaminada.” (Números, cap. 5)

‘Véase el poder que tenía el marido sobre la esposa: “en poder de su marido”. Era muy fácil para un hombre librarse de su mujer, cuando lo desease, pues la prueba a que ella era sometida era casi mortal, pues sería muy difícil no enfermar tomando aquel brebaje.

Así era tratada la mujer entre los judíos, hasta la venida de Jesús. En verdad, había leyes para castigar también al hombre adultero, pero eran los hombres que las aplicaban...

“También el hombre que adultera con la mujer de otro, habiendo adulterado con la mujer de su prójimo, ciertamente morirán el adultero y la adultera. (Levítico, cap. 20).

Jesús tuvo que enfrentar esa situación de dominio absoluto del hombre en relación a la mujer, cuando defendió a la adultera, hablando a la conciencia de aquellos que la acusaban y estaban listos a apedrearla hasta la muerte: “Y los escribas y fariseos le trajeron una mujer cogida en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer fue cogida, en el propio acto, adulterando. Y en la ley nos mandó Moisés que tales sean apedreadas. ¿Tú pues que dices?” (Juan, 3 a 5: 8).

Estaban los hombres ya preparados para la ejecución, portando las piedras que serían tiradas sobre la mujer, cuando el Maestro profirió la celebre sentencia: Aquel que de entre vosotros esté sin pecado sea el primero que tire la piedra contra ella. (Juan, 7: 8).

Delante de esas palabras, proferidas con profundo amor y no en tono acusatorio, la multitud se deshizo y la mujer fue liberada. Jesús, sin embargo la advirtió: “Ni yo tampoco te condeno: vete y no peques más.” (Jun, 8: 11)

Son muchas las referencias de la presencia y actuación de mujeres en el grupo que seguían a Jesús: “... y andaba de ciudad en ciudad, y de aldea en aldea, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios; y los doce iban con él. Y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y de enfermedades: María, llamada Magdalena, y Juana, mujer de Cusa, procurador de Herodes, y Suzana y muchas otras que lo servían con sus haberes.” (Lucas, 8: 1 a 3).

Nótese que Lucas parece querer justificar la presencia de mujeres en el grupo de Jesús, al decir: “que lo servían con sus haberes”, lo que vale decir que ellas no estaban allá como iguales, más sí apenas como servidoras.

Entre tanto, Jesús no discriminaba a nadie. Amparaba, curaba, atendía a todos con la misma distinción. Las mujeres, a pesar de la restricción que la propia sociedad les imponía, no se sentían inhibidas de aproximarse a Jesús: “He que una mujer que hacía ya doce años padecía de un flujo de sangre, llegando por detrás de él, tocó la orla de su túnica. Porque decía consigo: si yo solamente tocara su túnica quedaré sana. Y Jesús, volviéndose, viéndola dijo: Ten ánimo, hija, tú fe te salvó. E inmediatamente la mujer quedó sana.” (Mat, 9: 20 a 22).

A pesar de las restricciones impuestas por los hombres, las mujeres se sentían inclinadas a aproximarse al Maestro, pues eran recibidas con respeto y cariño: “Y, estando Jesús en Betania, en la casa de Simón, el leproso, se aproximó a él una mujer con un vaso de alabastro, con ungüento de gran valor, y lo derramó sobre la cabeza, cuando estaba sentado a la mesa. Y los discípulos, viendo eso, se indignaron diciendo: ¿Por qué ese desperdicio? Pues este ungüento se podía vender por gran precio, y dar el dinero a los pobres. Jesús, sin embargo, conociendo esto, les dijo: ¿Por qué afligis a esta mujer? Pues practicó una buena acción conmigo. Por cuanto siempre tenéis con vosotros a los pobres, mas a mí no me habéis de tener siempre (Mat, 26: 8 a 11).

Cuando Jesús fue crucificado, las mujeres, sin poder obrar, valientemente testimoniaron la crucifixión, conforme el relato de Marcos: “Y también allí estaban algunas mujeres mirando de lejos, entre las cuales María Magdalena, María madre de Santiago, el menor, y de José, y Salomé. Las cuales también lo seguían y lo servían, cuando estaba en Galilea; y muchas otras, que habían subido con él a Jerusalén. (Mar, 15: 40 e 41).

En el desarrollar del drama del Gólgota, las mujeres aparecieron más que los hombres. “Y pasado el sábado, María Magdalena, y María madre de Santiago, y Salomé, compraron aromas para ir a ungirlo.” (Mar, 16: 9).

Ya desencarnado, con su cuerpo espiritual, Jesús apareció primeramente a Magdalena, próximo al lugar donde sería su túmulo: “Y Jesús, habiendo resucitado en la mañana del primer día de la semana, apareció primeramente a Magdalena, de la cual había expulsado siete demonios. (Mar, 16:9).

La aparición de Jesús a Magdalena fue tan importante al punto de ser relatada por los cuatro Evangelistas.

“Y en el primer día de la semana María Magdalena fue al sepulcro de madrugada, siendo aun oscuro, y vio la piedra retirada del sepulcro. Corrió, pues, y fue a Simón Pedro, y a otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: Se llevaron al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo pusieron.” (Ju, 20: 1 y 2).

Pedro y Juan constataron que el cuerpo ya no estaba más allí y se fueron, mas María Magdalena permaneció en el lugar, llorando. “Y María estaba llorando fuera, junto al sepulcro. (...) Y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados donde estuvo el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Y le dijeron ellos: Mujer, ¿por qué lloras? Ella les dijo: Porque se llevaron a mi Señor y no sé donde lo pusieron. Y habiendo dicho eso, se volvió para atrás, y vio a Jesús en pie, pero no sabía que era Jesús. Le dijo Jesús: ¡María! Ella, volviéndose dijo: Rabboni (que quiere decir, Maestro). Le dijo Jesús: Mujer, ¿por qué lloras? ¿ A quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, le dice: Señor, si tu lo llevaste dime dónde lo pusiste y yo lo llevaré. Le dice Jesús: ¡Maria! Ella, volviéndose dice: Rabboni (que quiere decir Maestro). (Juan, 20: 15 y 16). María Magdalena fue y anunció a los discípulos que vio al Señor. (Juan, 20: 18).

Las otras mujeres llegaron después al lugar donde sería el túmulo de Jesús, y conversaron con un Espíritu que allá estaba: “Mas, el ángel, respondiendo, dijo a las mujeres: No tengáis miedo, pues yo sé que buscáis a Jesús, que fue crucificado. Él no está aquí porque ya resucitó, como había dicho. Venid, ved el lugar donde el Señor yacía.” (Mat, 28: 5 y 6).

Como se ve, la presencia y la actuación de las mujeres era notable: “Es verdad que algunas mujeres de entre nosotros nos maravillaron, las cuales de madrugada fueron al sepulcro y, no encontrando su cuerpo, volvieron, diciendo que también habían visto una visión de ángeles, que dicen que él vive.” (Lucas, 24: 22 y 23).

Mas, a pesar de las edificantes lecciones de Jesús, la mujer continuó siendo dominada, discriminada, explotada, hasta incluso en el seno de las religiones cristianas que se formaron a partir de los primeros siglos. Así pasaron los años, hasta que al final del siglo XVIII, el Movimiento Feminista, preparado por filósofos y por escritores, apareció en la época de la Revolución Francesa, pero luego fue cayendo en el olvido.

En 1869 surge en Londres una obra que sensibilizó la opinión pública, La Sujeción de las Mujeres, de Stuart Mill, tenida como la primera denuncia de la opresión sufrida por las mujeres. Mas ni incluso esa obra fue capaz de sensibilizar a los medios religiosos: la mujer continuó siendo tratada como ser subalterno, sin ninguna actuación relevante en el ámbito religioso. Continuaba  siendo explotada.

En los Estados Unidos, en la ciudad de Cotton, en el dia 8 de marzo de 1857, murieron 129 mujeres en un ataque incendiario de la polícia que, incapacitada de retirar a las huelguistas del interior de la fábrica donde trabajaban, incendiarón el local. La huelga fue motivada por la reivindicación de una reducción en la jornada de trabajo.

El tiempo pasó, y solo en 1910, la activista alemana Clara Zetkin, durante la Segunda Conferencia Anual de Mujeres, en Copenhague consiguió establecer el Día de la Mujer, en una lucha que se alargó hasta los días actuales.

El Libro de los Espíritus fue la primera voz que se levantó en defensa de los derechos de la mujer en el medio cristiano. Allan Kardec, profundo conocedor de las enseñanzas y de los ejemplos de Jesús, en lo tocante al acatamiento y respeto a la mujer, trató con los Espíritus Superiores con los cuales dialogó en la elaboración de El Libro de los Espíritus, haciendo una pregunta, cuya respuesta sería innecesaria para su esclarecimiento personal, mas que serviría de alerta principalmente a aquellos que detentaban en sus manos poderes en el ámbito religioso: “¿Son iguales delante de Dios el hombre y la mujer y tienen los mismos derechos?” La respuesta de los Espíritus fue clara y concisa: “¿No otorgó Dios a ambos la inteligencia del bien y del mal y la facultad de progresar?” (O L. E, ítem 817).

El posicionamiento espírita no agrada a muchos hombres que se juzgan superiores, principalmente en lo tocante a la reencarnación, que nos enseña que somos Espíritus inmortales, pudiendo reencarnar como hombre o mujer, dependiendo de nuestras necesidades evolutivas.

Delante de la inferioridad de la mujer en fuerza física, Kardec pregunta a los Espíritus con los cuales dialogó: “¿Con que fin más débil físicamente que el hombre es la mujer?” La respuesta de los Espíritus es clara y concluyente: “Para  determinar funciones especiales (...)” (O L. E., item 819).

Mas, para maior esclarecimiento, Kardec aun insiste: “¿La flaqueza física de la mujer no la coloca naturalmente bajo la dependencia del hombre?” La respuesta de los Espíritus es clara y no deja duda: “Dios a unos dio la fuerza, para proteger al débil y no para esclavizarlo.” (El L. E., ítem 820).

Aun para que quedase evidenciada la no superioridad del hombre sobre la mujer, Kardec pregunta a los Espíritus: “¿Las funciones a que la mujer es destinada por la Naturaleza tendrá importancia tan grande como las encomendadas al hombre?” La respuesta de los Espíritus fue clara y concisa: “Sí, y hasta mayores. Es ella quien le da las primeras nociones de la vida.” (El L. E. ítem 821). El entendimiento de esa respuesta de los Espíritus se da perfectamente cuando es recordada una expresión muy usada en el pasado, proferida delante de alguna acción serena o noble de alguién: “Esa criatura tuvo cuna”.

Mas apenas años después, en 1869, conforme ya dijimos, es que fue publicada la obra La Sujeción de las Mujeres, de Stuart Mill, que despertó la opinión pública para el tema de la igualdad de los derechos del hombre y de la mujer.

Aunque haya disminuido mucho en los últimos tiempos, el mal ejemplo dado por muchas religiones que discriminan a la mujer tiene efectos negativos fácilmente constatables como se puede notar, hasta incluso en el mundo científico. Por ejemplo: muy pocas personas conocen el nombre de la descubridora del radio, siendo ella conocida como Madame Curie, apenas por el nombre del marido...

De entre las religiones cristianas de la actualidad, el Espiritismo, reviviendo los ejemplos de Jesús, se destaca por reconocer integralmente la igualdad absoluta de derechos entre el hombre y la mujer y ofrece oportunidad de ocupación de todas las posiciones, tanto en el campo doctrinario como en el administrativo.

 

Traducción:
Isabel Porras
isabelporras1@gmail.com

 
 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita