Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 

Tema: Autoconocimiento; reforma íntima


El canario Peleón


En una hacienda alejada de la ciudad vivían muchos animales. Había animales criados por el hacendado y también los que vivían en la naturaleza de alrededor.

La hacienda era un lugar calmado, donde la rutina era muy conocida por todos. Cualquier cosa distinta era notada al instante.

Por eso, cuando el dueño de la hacienda compró un carro, fue un alboroto general. El vehículo hacía mucho ruido y levantaba polvo en el camino de tierra.

Los animales nunca habían visto nada igual. Todos estaban curiosos y comentaban:

- ¡Increíble! ¿Qué será eso?

- El hacendado parece estar muy contento.

- ¿Será peligroso?

- ¿Vamos allá para verlo?

Poco a poco, algunos de ellos se acercaron a conocer de cerca la novedad.

El perro olió todo y se hizo pipí en un neumático. El gato saltó sobre el capó, vio que estaba caliente y pensó que lo mejor era bajarse. Los pajaritos pasaban volando por encima, observando todo.

Una de esas aves era el canario Peleón. Él tenía ese apodo porque era muy violento y siempre buscaba bronca. Cualquier motivo, así fuera pequeño, ya era suficiente para querer pelear.

Después de los primeros vuelos que Peleón hizo alrededor del carro, vio en el costado del carro a otro canario muy antipático, que no le gustó ni un poco.

Los días pasaron, y los animales todavía comentaban sobre el carro, cada vez descubriendo más cosas sobre cómo era y lo que hacía. Descubrieron que el dueño lo usaba para ir a lugares lejanos, sin cansarse. Vieron que el vehículo no era peligroso y comenzaron a darse cuenta por qué al dueño le gustaba mucho. Al canario Peleón, sin embargo, no le gustaba el carro ni un poquito. Un día, el Picaflor le preguntó por qué y él explicó:

- No es que no me gusta el carro. Son los canarios que viven en las cajitas de los costados del carro. ¡Son muy maleducados! Desde la primera vez que me vieron, me recibieron con mala cara. Cada vez que voy allá para hacer algunas preguntas ellos me tratan mal y terminamos peleando. Me picotean fuerte el pico, me empujan con sus alas. Deben creerse muy importantes solo porque viven en las cajitas del carro. ¡Son unos orgullosos insoportables, eso sí!

El Picaflor decidió ir a conocer a los canarios, pues era un pájaro muy amigable. ¡Se llevaba bien hasta con Peleón! Quién sabe tal vez él pudiera pacificar la situación con una conversación.

Pero cuando el Picaflor llegó cerca de la primera cajita del carro, no vio ningún canario, pero sí otro picaflor, que le sonreía y venía a su encuentro.

El Picaflor pensó que el otro tenía una actitud muy simpática. Sonrió y lo saludó con la cabecita. El otro hizo lo mismo. Después, dio una voltereta en el aire, demostrando su alegría al ver al nuevo amigo. Inmediatamente, el otro repitió su gesto.

El Picaflor, feliz, se acercó, siempre con bastante educación, y preguntó si ahí también vivía algún canario.

El picaflor de la cajita no respondió, pero se mantuvo sonriente y respetuoso. Después de un tiempo el Picaflor se despidió y se fue.

Buscó a Peleón y le contó lo que había pasado. No encontró a los otros canarios, pero había conocido a un picaflor muy simpático.

- No habló conmigo. Tal vez no podía hablar, pero pensé que era aun así muy genial.

- Entonces tuviste suerte. Yo tuve mala suerte – respondió Peleón.

Cada día que pasaba los animales de la hacienda aprendían más sobre el carro. Un día, escucharon al dueño llamar a una de las cajitas laterales “espejo retrovisor”.

Pero pasó mucho tiempo hasta que los animales entendieron que nadie vivía en los retrovisores. El espejo solo mostraba sus propios reflejos.

Cuando hicieron ese descubrimiento, muchos pajaritos y animales pequeños quisieron verse en el espejo y conocer su apariencia. Iban y venían hacia el carro, divirtiéndose con eso.

Peleón, desconfiado, decidió también ir hacia el espejo y comprobar si era verdad lo que estaban diciendo. Rápidamente, se dio cuenta de la realidad y voló lejos avergonzado.

- Entonces, ¿así soy? ¡Qué cara tan molesta! ¡Qué antipático! ¡Qué peleón! – dijo el pajarito, un poco asustado por darse cuenta de que su apodo no era exageración.

El canario Peleón fue uno de los pocos que no se divirtió con el espejo, pero fue quien más sacó provecho al ver su propio reflejo. Pues solo así, conociéndose a sí mismo, es que tuvo condiciones de mejorar. Él empezó a vigilar sus reacciones y su modo de lidiar con los demás, volviéndose más amigable.

El canario consiguió hacer su reforma íntima, substituyendo mucho de sus defectos por cualidades. A todos les empezó a agradar y nunca más fue llamado Peleón.
 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


Material de apoio para evangelizadores:

Clique para baixar: Atividades

marcelapradacontato@gmail.com




 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita