Espiritismo para
los niños

por Célia Xavier de Camargo

Lágrimas de arrepentimiento


A Ciro le gustaba mucho jugar en el patio de su casa. A la sombra acogedora de un gran árbol, pasaba horas, distraído con sus juguetes.

Era un lugar fresco y agradable, donde la luz del sol se filtraba suavemente y donde, muchas veces, hasta dormía con la cabeza apoyada en sus raíces fuertes, cansado de jugar.

Era un lindo árbol de mangos y daba frutos sabrosos, que Ciro cogía con sus propias manos al sentir hambre.

A pesar de todo eso, Ciro era un niño lleno de caprichos, y un día comenzó a sentir antipatía por el árbol, deseando cortarlo.

Acercándose a su mamá, él dijo:

- Mamá, quiero que mandes cortar el árbol de mangos.

Sorprendida, la mamá preguntó:

- ¿Por qué, hijo mío? ¡Siempre te ha gustado mucho!

Golpeando su pie contra el piso el niño respondió:

- Ahora ya no me gusta más. Ocupa mucho espacio, hace mucha sombra y está estorbando en el patio.

Asombrada, la señora consideró:

- Piénsalo bien, hijo mío. Los árboles deben ser preservados, pues son muy útiles y les toma años crecer y producir. Nuestro árbol da mangos deliciosos y en sus ramas acogedoras los pájaros hacen sus nidos y…

- ¡No importa, mamá! – la interrumpió el niño caprichoso. – Quiero que lo tires abajo.

Cuando el papá llegó, después del almuerzo, fue informado de la exigencia del hijo.

Un nuevo diálogo se estableció intentando hacerlo desistir de la idea. Todo fue en vano. No valieron los consejos y consideraciones, argumentos y reprimendas. Ciro estaba obstinado.

Tanto grito, lloró y reclamó que sus padres, a pesar de considerar su deseo absurdo, decidieron cumplir su voluntad. ¡Después de todo, era hijo único! ¡Y no había nada que pidiera que sus padres le negaran!

Al día siguiente, el papá mandó cortar el bello árbol con el corazón amargado. Ciro estaba feliz. A cada golpe lanzado en el tronco, él sonreía. Al final, el hombre dio por terminado su trabajo. Del bello árbol de mangos solo quedaba un tronco.

Ciro se dio por satisfecho y fue a jugar. Sin embargo, el sol muy fuerte le hacía doler los ojos y el calor era excesivo. En pocos minutos estaba cansado y todo lleno de sudor. Decidió entrar.

La mamá, que lo observaba de lejos, preguntó:

- ¿No vas a jugar más, Ciro?

Desanimado, el niño respondió:

- Estoy cansado. El sol está muy caliente hoy.

- ¿Quieres comer algo? – preguntó la mamá, cariñosa.

- Sí, mamá. Me gustaría chupar un mango.

- Ah, hijo mío, ya no tenemos mangos. ¿Te olvidaste de que el árbol de mangos fue derribado? ¡Los últimos que quedaron se los di al jardinero para que se los llevara!

Resentido, Ciro se sentó en las gradas de la puerta de la cocina, mirando al patio que parecía tan extrañamente vacío ahora.

Observó muchos pajaritos que parecían volar sin rumbo, sin un lugar para posarse.

Ciro se acordó que había visto, en las ramas destruidos, varios nidos y comprendió que esos pájaros habían perdido sus casitas. También notó que estaban hambrientos, buscando migajas en el suelo para comer.

Con el pasar de los días, Ciro fue quedándose cada vez más arrepentido de la decisión que había tomado.

No juagaba más en el patio. Todo se había quedado aburrido, ya no tenía un árbol para subir, el sol era inclemente y quemaba todo.

Suspirando, un día se acercó al tronco, ahora oscuro y reseco y, abrazando lo que quedaba del árbol de mangos, dio rienda suelta a su tristeza. Llorando, comenzó a decir.

- Estoy muy arrepentido, amigo mío. Tú no sabes la falta que me haces. No sabía que eras tan importante para nosotros y ahora ya nada es divertido. Ya no tengo sombra para jugar y el sol me quema. Los pajaritos se quedaron sin saber qué hacer, como yo, y se fueron en busca de otras ramas acogedoras. ¡Ah! ¡Si yo pudiera volver atrás en el tiempo! Ahora comprendo por qué dicen que es importante cuidar la ecología, preservando los árboles. Sin ustedes, todo queda árido y feo…

Ciro lloró... lloró mucho, abrazado de los restos de su viejo compañero.

Sus lágrimas de arrepentimiento, entonces, humedecieron el tronco reseco y, algunos días después, al acercarse, Ciro tuvo una gran sorpresa. Desde el medio del tronco, brotes frágiles y verdes surgían con esperanza de una nueva vida en su corazón.

Lleno de alegría, Ciro se dio cuenta que el milagro de la vida se repetía, ¡y que el árbol volvería a crecer, con la bendición de Dios!

 

TIA CÉLIA

 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com

 

 

 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita