Espiritismo para
los niños

por Célia Xavier de Camargo

 
La charlatana


Patricia, una niña de ocho años, era muy charlatana. Le gustaba divulgar todo lo que veía o lo que las personas hablaban. Se quedaba observando lo que pasaba a su alrededor e interpretaba a su modo, sin preocupación de saber si era verdad lo que ella creía que era.

Ella llevaba noticias de un lado al otro, y lo que oía de una persona lo pasaba luego a otra, fuera compañera, vecina o pariente. De ese modo, ¡ella armaba mucha confusión!

Su mamá siempre la alertaba del grave defecto de hablar demasiado:

- ¡Hija mía, actuando así estás cavando un agujero bajo tus pies! Pronto no tendrás ningún amigo.

Y sucedió una vez más. Un día, Patricia fue al colegio y aún no había comenzado la clase cuando vio a Fernanda con un tajador de colores muy bonito igualito al de Marcia. Entonces, ella no tuvo dudas: le contó a la profesora, en voz alta, que Fernanda había robado el tajador de su compañera.

Indignada, toda la clase se puso en contra de Fernanda, acusándola también. ¡Fue un gran alboroto!

Fernanda lloraba y decía que era inocente, pero nadie le creía. En ese momento, Marcía, que venía retrasada, entró en el salón y encontró esa confusión. Al saber cuál era la razón del alboroto, explicó:

- ¡No es verdad! Hubo una equivocación. Fernanda no robó nada. ¡Fui yo que, sabiendo cuánto le gustaba mi tajador de colores, le di uno igualito de regalo!

Los alumnos se disculparon con Fernanda, que lloraba, sintiéndose humillada delante de toda la clase. Después, muy enojados con la actitud de Patricia, se alejaron de ella, no considerándola más como amiga.

Ese día, Patricia llegó del colegio muy triste y su mamá, preocupada, quiso saber la causa de tanta tristeza.

- ¡Ah! ¡Mamá, ni te imaginas! ¡Mis compañeros están enojados y ya no quieren conversar conmigo! – dijo la niña, llorosa.

- ¿Y por qué, hija mía?

- Ayer hubo una confusión en la clase y fue mi culpa – y Patricia, en lágrimas, contó a la mamá lo que había sucedido.

- ¡Hija mía! Cuando la gente habla demasiado acaba creado problemas y enemistades. Y acusar a tu compañerita de robo fue muy grave, Patricia – dijo la mamá, seria.

- ¿Y si se fuera verdad, mamá?

- Así lo sea, tú deberías hablar primero con la persona que piensas que está equivocada. ¿Conoces la historia de los tres monos sabios? ¿No? Pues dicen que las imágenes de los tres monitos ilustran la puerta de un templo antigua, en una ciudad de Japón. Te voy a mostrar.

La mamá fue a buscar la imagen que había guardado y se la mostró a la hija.

- ¡Mira, Patricia! La imagen de ellos significa: no oigas el mal, no hables el mal y no veas el mal.

La niña pensó un poco y preguntó:

- Mamá, pero... y si escuchamos o vemos algo equivocado, ¿no podemos avisar las personas?   

- Depende. Si el error de la persona solo la perjudica a ella misma, es su problema. Sin embargo, si ese error puede perjudicar a personas inocentes, entonces no estamos impedidos de avisar a quien pueda ayudar.

- Entendí, mamá.

- De cualquier modo, Patricia, sería un error ver todo de color rosa. No estamos impedidos de ver el error, sino de comentarlo, por una cuestión de caridad para con el prójimo. Lo importante es que, viendo y escuchando algo equivocado, podamos aprender, no cometiendo el mismo error que otra persona cometió.

- Está bien. Pero... ¿y ahora, mamá, qué puedo hacer?

- Piensa. Si tú estuvieras en el lugar de tu compañera Fernanda, y ella en tu lugar, ¿qué te gustaría que ella te hiciera?

La niña pensó un poco y respondió:

- Me gustaría que ella me pidiera disculpas delante toda la clase.

- Bien pensado. Entonces, actúa del mismo modo con ella.

Al día siguiente, Patricia fue al colegio y, delante de toda la clase reunida, ella se dirigió a la clase, con coraje, y dijo:

- Fernanda, ayer me equivoqué acusándote, sin saber si era verdad o no. Lamento lo que pasó y te pido perdón. Estoy avergonzada. Nunca más volverá a pasar esto. Aprendí una lección. De hoy en adelante, quiero vivir bien con todos y nunca más voy a hablar de más.

Fernanda se levantó y fue hasta su compañera. Después, la abrazó diciendo:

- Todos nosotros nos equivocamos, Patricia. Lo importante es mantener nuestra amistad.

Patricia sonrió, agradecida, ante la generosidad de su amiga.

- Puedes creerlo. Aprendí la lección.

Y, con buen humor, imitó a los monitos, reproduciendo con las manos los gestos como diciendo: no oigo el mal, no hablo el mal y no veo el mal.                          

 

Tía Célia

 

  

 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com

 

 

 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita