Espiritismo para
los niños

por Célia Xavier de Camargo

 
Fósforos de color


Caminando por la calle, Laurita iba dándole vueltas a sus pensamientos.

Estaba enojada porque deseaba mucho un vestido nuevo que había visto en una tienda y no podía comprarlo.

Se lo pidió a su mamá, imploró, pero la respuesta había sido siempre la misma:

- No, hija mía. No tenemos dinero ahora. ¿Tal vez en otro momento?

La niña pataleó, exigente:

- No. ¡Lo quiero ahora! Después, ese vestido ya no estará en la tienda. Y es lindo, mamá. ¡Yo quiero, quiero y quiero!

- Pues no lo tendrás, Laurita. En este momento dispongo de poco dinero y no puedo gastar lo que tengo para atender un capricho tuyo.

La niña lloró, hizo berrinche y pataleó, gritando inconforme:

- ¡Pero yo lo quiero!

Sin embargo, a pesar de toda la presión de Laurita, la mamá no cedió, continuando firme. Ella habló con su papá, creyendo que sería más fácil. Se acercó a él mimosa, como siempre hacía cuando deseaba algo, se sentó en su regazo y pidió, con voz suplicante:

- Papá, ¿puedo comprar un vestido que vi en la tienda? ¡Es lindo!

Aun así, la respuesta fue la misma: No. Laurita fue a su cuarto malhumorada, lloró, pero tuvo que conformarse porque los papás no irían a cambiar de idea.

Algunos días después, Laurita amaneció con fiebre. Doña Isabel, cuidadosa y preocupada, no permitió que su hija vaya al colegio, obligándola a permanecer en cama.

Como la fiebre no disminuía, la mamá llevó a Laurita al médico. Estaba con principios de neumonía.

Por más de una semana, la niña se quedó en cama, tomando remedios y quejándose por no poder salir de casa e ir al colegio.

- ¿Voy a estar bien pronto, mamá? – preguntaba ella. – ¡Se acercan las fiestas de junio en el colegio y no quiero faltar!

- Vamos a ver. Depende de ti, hija mía. Si tomas todos los remedios y te quedas en cama en reposo, ¿quién sabe?

Esa semana se demoró en pasar. Laurita, aunque inconforme, tuvo que obedecer. Para pasar el tiempo, jugaba a las damas con los amigos, veía televisión y, cuando estaba sola, leía, leía mucho.

Ella, que nunca se había interesado mucho por la lectura, leyó libros que hablaban de cosas que son realmente importantes en nuestra vida y que debemos valorar, como la familia, la salud, la educación.

Al mismo tiempo, Laurita no pudo dejar de notar que sus padres estaban gastando bastante en ella: tenían que pagar la consulta médica, comprar remedios y hasta una alimentación mejor que ella necesitaba para recuperarse.

Preocupada, preguntó a su mamá:

- ¡Mamá, dijiste que estabas sin dinero y ahora tienes que gastar tanto por mí! ¿Dónde conseguiste el dinero?

- Es que la salud, hija mía, es muy importante para nosotros y para eso siempre encontraremos una manera. Es diferente a comprar ropa, que no es necesaria y podemos prescindir de ella.

Una semana después, la niña estaba diferente, más tranquila, más serena.

Llegó el día de las fiestas de junio del colegio.

Laurita, recuperada, se arregló y fue muy feliz a la fiesta para encontrarse con los compañeros y amigos.

Allá, paseando entre los puestos iluminados, las carpas adornadas, las banderitas, miró a su mamá, sonriente y dijo:

- Sabes, mamá, aprendí mucho en estos días. Aprendí que existen cosas que son realmente importantes. Como la salud, por ejemplo. Me quedé enojada por no poder comprar esa ropa nueva que yo deseaba tanto, ¡pero ahora ya ni me acuerdo de ella!

Mirando a un compañero que rasguñaba fósforos de color, le explicó:

- Aprendí que hay cosas en la vida que son como los fuegos artificiales: después de quemarse, no queda nada. Son bellos, luminosos, coloridos, pero son solo para un momento. No duran.

Dejó de hablar, miró a su mamá con la mirada cariñosa y agradecida, completando:

- Pero el amor, eso dura para siempre.


Tia Célia





Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com

 

 

 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita