Espiritismo para
los niños

por Célia Xavier de Camargo

 El tesoro de Cristo


Se cuenta que hace mucho tiempo atrás Pablo de Tarso y su amigo Bernabé viajaban al servicio de la divulgación de la doctrina cristiana.

Llevaban la palabra del Maestro, predicando su Evangelio a los pueblos incultos y rudos más necesitados de Dios. Viajaban con mucha sencillez, generalmente a pie, llevando lo mínimo indispensable para su supervivencia.

Cierta vez, pasaban por regiones desiertas, llenas de precipicios y de bosques infestados de bandidos. Su destino era la ciudad de Antioquía de Pisidia, que aún estaba lejos. Por primera vez, fueron obligados a dormir a la intemperie, en el seno de la Naturaleza.

Vencieron precipicios, atravesaron un río caudaloso y, del otro lado, encontraron una cueva en las rocas, donde se acomodaron para descansar el cuerpo exhausto y adolorido.

Casi no tenían qué comer, pero estaban animados, venciendo obstáculos con optimismo y coraje.

La soledad les sugería bellos pensamientos.

Al caer la tarde y después de una comida frugal, pasaron a comentar animadamente sobre las excelencias del Evangelio, exaltando la grandeza de la misión de Jesucristo.

- Si los hombres supieran...- decía Bernabé, haciendo comparaciones.

-Todos se reunirían en torno del Señor y descansarían – remataba Pablo lleno de convicción.

- Él es el príncipe que reinará sobre todos.

- Nadie trajo a este mundo riqueza más grande.

- ¡Ah! – comentaba Bernabé. – El tesoro del que fue mensajero engrandecerá la Tierra para siempre.

Y, así, continuaron conversando, cuando un singular movimiento despertó su atención. Dos hombres armados se precipitaron sobre ambos, ante la débil luz de una antorcha hecha con resinas.

- ¡La bolsa! – grito uno de los malhechores.

Bernabé empalideció ligeramente, pero Pablo estaba sereno e impasible.

- ¡Entreguen lo que tienen o morirán! – exclamó el otro bandido, alzando el puñal.

Mirando fijamente a su compañero, Pablo ordenó:

- Dales el dinero que queda. Dios suplirá nuestras necesidades de otro modo.

Bernabé vació la bolsa que traía entre los dobleces de la túnica, mientras los malhechores recogían, ávidos, la pequeña cantidad.

Reparando em los pergaminos del Evangelio que los misioneros consultaban a la luz de la antorcha improvisada, uno de los ladrones preguntó desconfiado e irónico:

- ¿Qué documentos son esos? Hablaban de un príncipe opulento… Oímos referencias a un tesoro… ¿Qué significa eso?

Con admirable presencia de espíritu, Pablo explicó:

- Sí, de hecho, estos pergaminos son la guía hacia el inmenso tesoro que nos trajo Cristo Jesús, que ha de reinar sobre los príncipes de la Tierra.

Uno de los bandidos, muy interesado, examinó el rollo de anotaciones del Evangelio.

- Quien encuentre ese tesoro – proseguía Pablo, resuelto – nunca más sentirá necesidades.

Los ladrones guardaron el Evangelio cuidadosamente y, apagando la antorcha bruscamente, desaparecieron en la oscuridad de la noche.

Cuando se vieron a solas, Bernabé no pudo disimular su asombro:

- ¿Y ahora? – preguntó con voz temblorosa.

- La misión continúa bien – dijo Pablo, lleno de ánimo. – No contábamos con la excelente oportunidad de transmitir la Buena Nueva a los ladrones.

Admirando esa serenidad tan grande, Bernabé consideró, un tanto preocupado:

- Pero se llevaron, además de las monedas, los últimos panes de cebada, así como las capas con las que nos acobijábamos…

- Habrá siempre alguna fruta en el camino – esclarecía Pablo, decidido – y en cuanto a los cobertores, que no nos preocupemos, pues no nos faltará las hojas de los árboles.

- Pero, ¿cómo recomenzar nuestra tarea si no tenemos ni siquiera las anotaciones del Evangelio?

Pablo, sin embargo, desabotonándose la túnica, tomó algo que guardaba junto a su corazón.

- Te equivocas, Bernabé. - dijo con una sonrisa optimista. – Tengo aquí el Evangelio que gané de mi maestro Gamaliel y que guardé siempre conmigo con mucho cariño.

El misionero apretó en sus manos el tesoro de Cristo y el júbilo volvió a iluminar su corazón. Esos hombres valerosos podrían prescindir de todas las comodidades del mundo, pero la palabra de Jesús no podría faltar.

 

TIA CÉLIA
 


(Adaptación de la obra “Pablo y Esteban”, de Emmanuel, psicografía de Francisco Cândido Xavier.)

 
 
Traducción:
Carmen Morante: carmen.morante9512@gmail.com

 

 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita