Espiritismo para
los niños

por Célia Xavier de Camargo

 

El payasito triste


Guillermo era un niño que había aprovechado muy bien sus lecciones en el colegio y había pasado de año con éxito.

Entonces, sus padres, muy amorosos, le concedieron unos días de vacaciones en una conocida ciudad de playa en esa región.

Eufórico, Guillermo hizo la maleta y, junto con sus padres y su hermanito, salieron de viaje un día muy bonito.

Al llegar, justo a la entrada de la ciudad, vieron un circo armado, lleno de luces coloridas, jaulas con bellos animales salvajes, elegantes caballos y monos graciosos.

Con los ojos grandes de emoción, Guillermo oyó a su papá prometerles que al día siguiente asistirían al espectáculo.

Al otro día, a la hora marcada, entraron al circo y pronto comenzó la función. Bailarinas, equilibristas, magos y trapecistas se alternaban con los payasos, monos, elefantes, domadores de animales y muchas otras cosas.

Con una bolsa de palomitas de maíz en las manos, Guillermo seguía todo riendo y aplaudiendo satisfecho.

De repente, vio a uno de los payasos que hacía piruetas y daba saltos mortales en la pista. A pesar de su amplia sonrisa, sus ojos estaban tristes. Cuando él se acercó más, Guillermo se dio cuenta de que dos lágrimas brillaban en su rostro pintado. Desde ese momento en adelante, ya nada tuvo gracia y la figura del payaso triste no se fue de su cabeza.

A la mañana siguiente se levantó y, en vez de ir a la playa, volvió al circo. El aspecto ahora era muy diferente. Ya no había bellas luces coloridas y la impresión de lujo y riqueza se había desvanecido totalmente. Afuera, algunas personas hacían la limpieza del local mientras otras lavaban y alimentaban a los animales.

El niño preguntó dónde podía encontrar al payaso triste y le informaron que él estaba en la pista.

Al entrar en la enorme carpa del circo, ahora vacío, a Guillermo le pareció oír todavía los aplausos y los gritos del público.

Luego lo vio. Una pequeña figura sentada en el piso, con la cabeza entre las manos.

- ¡Hola! – saludó Guillermo.

El payaso levantó la cabeza al oír la voz desconocida.

- ¡Hola! ¿Qué te trae por aquí, pequeño?

- Bueno, es que yo quería ver a un payaso de cerca.

- ¡Ah! Estoy seguro de que te vas a decepcionar. Soy solo un hombre como cualquier otro.

Guillermo se sentó junto a él y dijo:

- ¡Qué extraño! Siempre pensé que los payasos vivían siempre sonriendo y jugando, como si la vida fuera una fiesta – comentó el niño.

- Puro engaño, hijo mío. Muchas veces la gente ríe para no llorar – afirmó con tristeza.

- Ahora entiendo eso. Justo ayer, durante la función, me di cuenta de que estabas triste. ¿Por qué?

- ¡¿Te diste cuenta?!... La verdad es que tengo problemas muy graves.

Y el payaso le contó que tenía una hijita enferma y no tenía dinero para llevarla al médico. Contento por poder ayudar, Guillermo sonrió y le aseguró:

- ¡Vamos, no te aflijas! Mi papá es médico y podrá examinar a tu hija.  

El niño salió corriendo y, poco después, volvió acompañado de su papá. El payaso los acompañó hasta donde estaba su hija enferma y ellos se quedaron impresionados con la miseria del lugar. El carro en el que viajaban y que les servía de morada era muy pobre e incómodo.

El médico examinó a la niña y afirmó al papá que ella, además de tener neumonía, también estaba desnutrida, y necesitaba alimentarse mejor.

- Lo sé, doctor – dijo el payaso. Pero no tengo dinero. Gano poco y no me alcanza para los gastos más urgentes.

- No se preocupe. Su hijita necesita ser hospitalizada, pero pronto estará bien, con ayuda de Dios.

El médico condujo a la niña al hospital donde pronto fue medicada. En seguida, él llevó una cesta conteniendo productos alimenticios que alcanzarían para muchos días, entregando también al payaso un sobre con una buena cantidad de dinero.

Sorprendido, el pobre hombre dijo:

- ¡Pero, doctor, no sé cuándo podré pagarle!

- No se preocupe. Solo quiero que haga felices a los niños.

Después de algunos días la niñita volvió a su casa contenta y saludable.

Era el último espectáculo del circo. Levantarían el campamento al día siguiente. Guillermo y su familia estaban en primera fila.

El payaso se acercó, trayendo en sus manos un lindo globo rojo amarrado con un cordón. Al llegar junto a de Guillermo le entregó el globo con una sonrisa feliz.

- Ahora no eres más un payasito triste – dijo el niño.

- No. Gracias a ti puedo sonreír nuevamente. No sé cómo agradecerte todo lo que hiciste por mí.

El médico, de buen humor, afirmó:

- Es fácil. Haga un espectáculo muy alegre para alegrar a los niños.

Con una última mirada agradecida, el payaso se alejó dando volteretas y haciendo payasadas, acompañado por las risas de todos. Guillermo suspiró, satisfecho. El papá miró al niño con cariño:

- Muchas veces, el sufrimiento y el dolor están donde menos esperamos, hijo mío. Es necesario tener sensibilidad para descubrir dónde está la necesidad de las personas. Si no fuera por ti, nadie se habría dado cuenta del problema del payaso. Muy bien, Guillermo, Jesús de seguro está contento contigo.

Y, abrazando al hijo con ternura, dijo:

- La verdad es que donde estemos podemos ayudar a alguien. Basta que se tenga buena voluntad y amor en el corazón.  

          
            
 TIA CÉLIA

 
 
Traducción:
Carmen Morante: carmen.morante9512@gmail.com

 

 

     
     

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