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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 10 - N° 506 - 5 de Marzo de 2017

Traducción
Carmen Morante - carmen.morante9512@gmail.com
 

 

El niño de la calle
 

Cansado de quedarse dentro de casa, Celso salió al jardín. Le gustaba quedarse en el portal viendo la calle, el movimiento de los carros y las personas que pasaban.

En eso, Celso vio del otro lado de la calle a un niño de expresión triste, sentado en el borde de la vereda. Estaba sucio, mal vestido y descalzo. Celso sintió pena por el niño, que tendría más o menos su misma edad: ocho años.

Abrió el portón, atravesó la calle y fue hasta donde estaba él. Acercándose, le preguntó:

- ¡Hola! ¿Puedo sentarme aquí contigo?

El niño levanto su cabeza para ver quién le estaba hablando y se extrañó a ver a un niño de su tamaño. Se encogió de hombros, como si diera: Siéntate. ¡La calle es pública!

Celso se sentó y comenzó a conversar:

- ¿Por qué estás tan triste?

- ¿Por qué quieres saber? – respondió el desconocido con otra pregunta.

Y Celso extendió el brazo y apuntó con el dedo:

- ¿Ves esa casa de allá? Ahí es donde vivo. Estaba mirando la calle y te vi tan triste que no pude evitar venir aquí. ¿Qué ha pasado?

El niño respiró profundamente y contó:

- Es una larga historia. Mi mamá murió y mi papá me abandonó. Desesperado, salió por el mundo y no sé dónde está. Fui enviado a la casa de una tía, pero pasé tanta hambre, sufrí tantos maltratos que no aguanté más y me escapé. Ahora no tengo a dónde ir y vivo en la calle. Cuando tengo hambre, pido en alguna casa. Para dormir, me escondo en algún rincón, debajo de algún puente o en alguna casa abandonada.

Celso estaba apenado. ¡Nunca pensó que existieran niños como él sufriendo tanto!

- No te muevas de ahí. ¡Voy a mi casa y regreso! – dijo al niño.

Hizo un sándwich, tomó un vaso de café con leche y regresó junto al niño, entregándoselo.

Los ojos del niño brillaron al ver la merienda. Devoró todo y después agradeció:

- Gracias. ¡Tenía mucha hambre! ¡Pero no sé cómo te llamas!

- Celso. ¿Y tú? – y extendió la mano al otro, dándole un apretón.

- ¡Mi nombre es Luisito! ¡Eres excelente, Celso!

Los dos se pusieron a conversar. Después de un tiempo, eran tan amigos que Celso deseaba poder ayudar a Luisito. Entonces, pidió que lo esperara y regresó a su casa.

Celso había visto a su papá entrar en casa después del trabajo. Entonces, acercándose a él, le pidió:

- Papá, me gustaría que conocieras a un amigo mío. ¡Ven conmigo!

El papá, a pesar de estar cansado, estuvo de acuerdo y acompañó a su hijo. Entonces, Celso le mostró:

- ¡Mira, papá! ¡Ese niño de ahí, al otro lado de la calle, necesita de ayuda!

El papá miró al niño sentado al borde de la vereda y reaccionó sorprendido:

- ¡Pero hijo mío! ¡Es un niño de la calle!...

Celso, con los ojos llorosos, volteó hacia su papá, considerando:

- Papá, el otro día hablaste de Jesús y dijiste que debemos amar a todas las personas porque son nuestros hermanos, ¿te acuerdas?

- Tienes razón, hijo. ¡Pero no sabemos quién es ese niño! ¡Él puede tener malos hábitos, hasta puede estar acostumbrado a robar!... ¿Cómo confiar en alguien que no conoces? – respondió el papa, estremecido por el argumento del hijo.

El niño pensó un poco, y después volvió a preguntar:

- Papá, pero si los buenos no amparan a los malos, ¿cómo podemos ejercitar la fraternidad?

El papá, vencido por el nuevo argumento de su hijo, emocionado por la grandeza de su  alma, lo abrazó y estuvo de acuerdo:

- Tienes razón, hijo mío. Si nos consideramos cristianos, tenemos que actuar como Jesús nos enseñó.

Atravesaron la calle y el papá de Celso conversó un poco con Luisito, después lo invitó:

- Luis, queremos que vengas a nuestra casa.

- Señor, le agradezco su bondad. Pero no me conoce, ¡ni sabe quién soy yo! – respondió el niño, sin poder creer lo que estaba oyendo.

Ante esas palabras, el papá de Celso respondió conmovido:

- No necesito conocerte para saber que eres un buen niño. Te quedarás con nosotros el tiempo que quieras. Irás al colegio con Celso y tendrás la vida de todo niño de tu edad. Si algún día tienes noticias de tu padre y quisieras quedarte con él, tendrás toda la libertad. Haré lo que pueda para ayudarlos.

Atravesaron la calle y, antes de entrar por el portón, feliz pero aún indeciso, Luisito quiso saber:

- Señor, ¿y la mamá de Celso? ¿Ella estará de acuerdo?

- Estoy seguro que sí. No te preocupes.

Entraron en la casa y el papá explicó la situación a su esposa. Al ver al nuevo huésped, ella sonrió, abrazándolo. Después, pidió a Celso que tomara algunas ropas para que Luis pudiera tomar un baño, mientras ella terminaba de preparar el almuerzo.

Limpio, bien vestido y usando zapatillas nuevas, media hora después Luisito apareció con Celso en la sala, donde estaba servida la comida. Todos estaban felices. El papá dijo al nuevo residente:  

- En nombre de Jesús, ¡sé bienvenido a nuestra casa!  

MEIMEI

(Recibida por Célia Xavier de Camargo, Rolândia-PR, el 19/03/2012.)


  


 



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