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Año 10 - N° 505 - 26 de Febrero de 2017
Traducción
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 
 

Una vida sin reflexión es una vida sin vitalidad


“Un punto esencial es percibir las emociones como aliadas en nuestro proceso de descubierta íntima y de iluminación interior. Además de eso, entender que no es posible y ni deseable interrumpir, como una contención ilimitada, las emociones que sentimos. Es necesario manejarlas. Tanto las llamadas emociones positivas cuanto las negativas están puestas en nosotros con funciones impulsadoras de nuestra madurez psíquico-espiritual.” (Leonardo Machado, en entrevista publicada en esta edición, uno de los relieves de esta semana.)

Los impulsos inconscientes buscan su manifestación, pero la represión del consciente impide la satisfacción de esos deseos inconscientes, de modo que esos deseos o impulsos buscan manifestarse por símbolos en vías indirectas. Cuando, exageradamente, el consciente ejerce una función represora, el cuerpo enferma. Y se paga, entonces, un precio muy alto al reprimir la satisfacción de un deseo.

Los deseos que nos son peculiares se manifiestan como si fuesen síntomas. Y pueden ser cogidos en su gravitación con una actitud vigilante y consciente. Freud dice que el destino de los impulsos y deseos es tornarse conscientes, promoviendo una vida donde la reflexión sea la característica del ser.

“Conócete a ti mismo.” (Frase atribuida a Tales de Mileto, uno de los siete sabios de la antigüedad griega.) 

El autoconocimiento es tan importante cuanto el análisis de los contenidos descubiertos. Sin la observación de nuestros comportamientos, nuestra vida es en vano, repitiendo los mismos mecanismos represores. Esa repetición es un mecanismo mórbido, que puede degenerar en enfermedad. El análisis de esos contenidos inconscientes posibilita, a través del mecanismo de autoconocimiento, “tomar las riendas”  de esos impulsos y controlar la propia existencia.

“Una vida sin reflexión no vale la pena ser vivida”, decía Sócrates. Muchos de nosotros vivimos  en la repetición de mecanismos de comportamiento, sin reflexionar sobre la propia existencia. No percibimos la morbidez que existe a veces en tal comportamiento. Y, sin embargo, pasamos por tal automatismo sin buscar la conciencia de nuestro pensar, hablar y actuar.

Una vida sin reflexión, como pensaba el mencionado y admirado filósofo, es una vida sin vitalidad, en que no reflexionamos sobre nuestro comportamiento y no conocemos quien somos y cuál es la dirección  de nuestros objetivos.

“Conoceréis la verdad y la verdad os libertará.” (Enseñanza de Jesús apuntado por Juan, 8:32.) 

Cuando se torna manifiesto un contenido inconsciente, la conciencia es libertada de la represión y la cura ocurre. Es en este sentido que el deseo es libertado. Conoceremos la verdad al respecto de nosotros mismos y seremos libertados de nuestros vicios y del aparato represor. Pero es necesario cuidado al permitir la satisfacción de los deseos sin criterio, porque nadie ignora que existen contenidos negativos que no deben satisfacerse.  

Todo ese proceso es resultado del autoconocimiento. Y verbalizar es esencial para el éxito del trabajo de autoanálisis. Una manera de así proceder es recomendada por Agustín de Hipona (Espíritu) en El Libro de los Espíritus,cuestión 919-a, en lo cual él nos recomienda el análisis de nuestro comportamiento a lo largo de cada día. Conociendo nuestro modo de actuar, podemos reconocer nuestro proceder y nuestros puntos débiles. Los impulsos son parte importante de nuestra economía mental. No sólo se expresan en nuestro comportamiento como guían nuestras ideas.

Si tenemos la vigilancia necesaria para analizar nuestros pensamientos, tendremos un conocimiento bastante claro de nuestros impulsos y deseos. Para tanto, es necesario reflexionar sobre ellos, porque  estamos muy ocupados con el comportamiento ajeno, olvidando que es para nosotros que debemos volver nuestra observación. 



 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita