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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 10 - N° 503 - 12 de Febrero de 2017

Traducción
Carmen Morante - carmen.morante9512@gmail.com
 

 

Alegría de hacer el bien

Caminando por la calle, Leo, un niño de nueve años de edad, vio a un señor que parecía muy enfermo. Estaba en el balcón de una casa tomando el sol; muy delgado, se encogía bajo la manta que lo protegía del frío y del viento. El niño sintió piedad al ver sus ojos tristes y, al pasar, extendió la mano saludándolo:

- ¡Buen día, señor! ¿Cómo está?

El viejito pareció sorprendido con el saludo del niño y abrió los ojos, interesado:

- ¡Buen día, niño!  ¿Cómo te llamas? ¡Soy Nilo!  ¡Ven a conversar conmigo!  ¡Estoy tan solo!...

Leo se acordó de que necesitaba comprar algunas cosas para su mamá, pero pensó que aún era temprano. Entonces, se detuvo y abrió la puerta de la casa del viejito y entró:

- Mi nombre es Leo, señor. ¿Se encuentra bien?

El anciano respiró profundo y murmuró:

- Estoy muy enfermo, niño. Pronto no estaré más aquí. ¡Acumulé tantas cosas, tantos bienes!... ¿De qué me sirven ahora?

- Es verdad. ¿Sabe que la gente no se lleva nada de esta vida? ¡De nada sirve tener muchos bienes,

pues tendremos que dejarlos!

- No había pensado en eso, Leo. Es verdad, tendré que dejar todo aquí en la Tierra. Pero me gustaría dar un buen uso a todo lo que tengo – dijo el anciano, sorprendido, mirando al niño.

- Entonces, ¿por qué no lo da a los pobres? Ellos efectivamente usarán bien todo lo que reciban.

Escuchando al niño hablar, Nilo se quedó pensativo, después pensó que sería bueno no tener que dejar a sus hijos que nunca quisieron trabajar, siempre con un ojo en su herencia.

- Tienes razón, Leo. Voy a pensar en eso. Después de todo, mis dos hijos siempre vivieron con un ojo en la riqueza que construí en la vida y nunca quisieron hacer nada, pensando que serían ricos cuando yo muera. ¿Pero qué hago?

- Señor Nilo, conozco muchas personas muy pobrecitas que serían felices con cualquier cosa que les dé – dijo el niño, después de pensar un poco.

Más animado, Nilo estuvo de acuerdo con él, y le pidió que lo llevara donde esas personas que no tenían para vivir. Rápidamente, Leo cogió la silla de ruedas del viejito y lo llevó hasta la vereda, conversando animado:

- ¿Sabe, señor? ¡Las personas van a pensar usted que es Papá Noel disfrazado!

El viejito rio, contento por estar saliendo de casa después de muchos meses. Quería pasear un poco, ver gente, pero su hija siempre pensaba que no le haría bien salir a la calle. Ahora él se sentía feliz de estar andando por la vereda junto a ese niño tan simpático.

Como estaba feliz por poder pasear, Nilo quiso parar en una plaza llena de árboles. Se quedaron viendo las flores y escuchando a los pajaritos, hasta que Nilo pensó que era mejor continuar. Llegaron a un barrio pobre y vio a muchos niños jugando en la calle. Se acordó de su nieto, al que su hija nunca permitía que saliera a jugar.

Personas sonrientes lo saludaban, algunas se detenían para hablar con él y muchas, apresuradas, lo saludaban con la mano camino al trabajo. Nilo se sintió contento ahí en medio de aquellas personas.

- ¿Y ahora qué haremos? – preguntó a Leo.

- Usted sabe, señor Nilo.

Entonces, Nilo pidió que llamaran a los niños, que vinieron corriendo, sudados de jugar pelota. Y el anciano dijo:

- Me gustaría saber qué necesitan. Leo va a anotar en mi libreta.

Entonces los niños fueron hablando de sus necesidades: uno necesitaba zapatillas; otro, libros

para el colegio; otros, ropa; tres necesitaban medicina para sus papás enfermos, y así cada uno fue diciendo aquello que no tenían y que les hacía falta.

Después de anotar todo, Leo entregó al viejito la lista y él dio un poco del dinero que trajo en sus bolsillos para los niños, que lo abrazaron felices agradeciendo su amabilidad.

Nilo estaba muy feliz, ¡jamás se había sentido tan bien! El cariño de las personas le hizo mucho bien, y aquel gesto de amor lo envolvió, llevándolo a las lágrimas. Después él y Leo se despidieron de los niños, regresando a casa. Al llegar, Leo lo dejó en el pórtico y dijo:

- ¡Gracias, señor! ¡Fue una linda mañana! ¿Vio cómo ellos quedaron felices?

- Sí, lo vi. ¿Y tú, Leo? ¿Qué deseas? ¿Qué necesitas para ser feliz?

- Yo no necesito nada, señor Nilo. ¡Yo soy feliz!...

- ¿Cómo así? ¡¿No necesitas nada?!...

-Así es, señor. ¡No necesito nada! ¡Solo necesito ver a los demás felices! Estoy tan contento por haber ayudado a esos niños que no necesito nada. ¡Gracias! ¡Siempre deseé ayudarlas, pero no tenía nada para dar! Cuando quiera pasear, me llama. Aquí está mi teléfono – dijo entregándole un papelito. – Estaré siempre a su disposición, señor.  

- ¡No entiendo, Leo!... ¡Debes necesitar algo! – dijo el viejito, inconforme.

- No, señor. ¡Tengo todo! Necesito de poco para vivir: ¡tengo ropa, zapatos, libros, juguetes y amistades! ¡Ahora, tengo su amistad, que es muy importante para mí! Gracias, señor Nilo. Si me necesita, me llama.

Y ambos se abrazaron, emocionados, y Leo se despidió diciendo:

- ¡Que Jesús lo bendiga siempre, señor Nilo!...         

MEIMEI

(Recibida por Célia X. de Camargo, el 21/11/2016.)


  


 



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