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Año 10 - N° 499 - 15 de Enero de 2017
Traducción
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 

Mejoramiento moral de todos, he aquí el objetivo que importa


Lo que más me llama la atención en el contenido espírita está registrado en El Libro de los Médium, capítulo XXVII, ítem 303, que el “OBJETIVO del Espiritismo es el mejoramiento moral de la humanidad.” (Paulo Sérgio dos Reis, nuestro entrevistado en la presente edición.)

Ése es el objetivo del Espiritismo y también de la doctrina cristiana.

Jesús tiene un deseo: hacer de nosotros personas que aman. Todo se resume en el amor. Pero el amor tiene un enemigo inflexible, el egoísmo materialista. Parece que solamente el dolor puede destruir el materialismo y el egoísmo, o, en lugar del dolor, la influencia de quien nos ama y contagia con su propio amor. El materialismo es pasión con que nos entregamos a las cosas materiales y el egoísmo es culto de la propia personalidad y la sumisión del interés ajeno al propio interés.

La doctrina cristiana se corporificó en la figura del Maestro y en la abnegación, coraje y testimonio de sus discípulos. 

El primer código cristiano fue la doctrina contenida en las cartas del apóstol Paulo. El primer a esparcir con letras las tradiciones de lo que vendría a ser, más tarde, el evangelio de Mateo, aunque Emmanuel afirme que había una edición preliminar de Levi antes de la conversión de Saulo. Pero, no obstante ese hecho, toda la tradición paulina y de los otros apóstoles puede ser resumida en la ley del amor.

En la unción de Nain, según narra Humberto de Campos, en el libro Buena Nueva, María  Magdalena, después de lavar los pies de Jesús con sus lágrimas y enjugarlos con sus cabellos, oyó el Señor decir: ”los pecados de esa mujer están perdonados, porque ella amó mucho”, y, volviéndose hacia ella, le dice:“tu fe te salvó, vete en paz”.

La transformación de Magdalena fue notoria. Después de haber sido libertada de siete obsesores, conoció el amor de Jesús y su vida nunca más fue la misma. Se dedicó a los hijos del Calvario, especialmente a los leprosos. Distribuyó amor de madre a cuantos esperaban su presencia para cosechar las palabras de la Buena Nueva. Y permaneció fiel hasta el fin.

Emmanuel nos dice que nadie hizo más violencia a sí misma para seguir Jesús, y, a través del ejemplo de ella, reconocemos que la doctrina de Jesús “será, para todos los aprendices y seguidores, el código de oro de las vidas transformadas para la gloria del bien. Y nadie, como María Magdalena, hubiera transformado la suya, a la luz del Evangelio redentor.” (Camino, Verdad y Vida, Cap. 92.)

Todo en la vida, como se puede ver, se resume en el amor. Jesús no solamente enseñó lo que es amar; él mostró cómo comportarse según el amor.

“Sobre todo mantened entre vosotros un ardiente amor, porque el amor cubre una multitud de pecados.” (1Pedro 4:8.)

Según se deduce del libro Buena Nueva, de Humberto de Campos, esas palabras, aunque registradas por Pedro, son efectivamente de Jesús.  

El amor de Jesús sostiene la vida del planeta. Sostiene a todos nosotros. Él ama a todos nosotros, con la misma intensidad y cuantidad. Su amor dedicado a todos nosotros no es percibido de igual manera. Sólo el amor que guardamos en nosotros puede percibir el amor del Maestro. Así, el hombre bondadoso se siente bienaventurado, en cuanto el hombre entregue a los vicios se siente olvidado por Jesús. Pero el amor es el mismo. Y nadie es olvidado por el Maestro.  

 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita