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Año 10 - N° 496 - 18 de Diciembre de 2016
Traducción
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 

 
Sufrir por Jesús es… 


“Pero [Jesús] se vació a sí mismo, tomando la forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres.” (Filipenses 2:7)

Jesús prescindió de toda su potencia de Espíritu puro para actuar en consonancia con la humildad de quien quiere ser comprendido por la flaqueza de los hombres que constituían su rebaño. Cuidó así de no ofuscar ni deslumbrar, para hacerse comprendido.

A pesar de las curas extraordinarias, se presentó como simple hombre, enseñando que todo hombre será capaz de realizarlas a su tiempo.

Mostró para nosotros que el sublime de la humildad es presentarse como siervo de todos y reafirmó que “Dios ama el que da con alegría.” (2 Corintios 9:7)

Humildad y alegría. Dos de las columnas que sostienen el tabernáculo de nuestra mente espiritual. Humildad de servir. Alegría de realizarse como siervo.

“Porque el Hijo del Hombre también no vino para ser servido, pero para servir y dar su vida en rescate de muchos.” (Marcos 10:45)

“Siervo es – informa la Gran Larousse – aquél cuyos bienes y persona dependen de otro; subordinado y dependiente.”

Jesús nos dio de eso el ejemplo. Se colocó en la dependencia de Dios, y subordinado a Él, mostrando que sin el Padre nada podemos y que necesitamos de un norte que nos enseñe cual es el camino para la adquisición de la humildad necesaria a fin de que nos tornemos servidores auténticos. Ese camino está todo trazado en el Evangelio, que nos esclarece y sustenta y nos rehace las energías.

“Y hallándose en la forma de hombre, se humilló a sí mismo, siendo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” (Filipenses 2:8)

Todos se acuerdan del pasaje del huerto donde Jesús dijo al Señor que sea hecha su voluntad. Pero es intrigante que él también pida al Padre que, si posible, pase aquel cáliz.

Es obvio que ese pasaje puede no ser auténtico, tal vez para dar un toque de humanidad a Jesús, porque nadie presenció el hecho. Los tres discípulos más íntimos dormían. Sin embargo, lo que, a la primera vista, parece una flaqueza de Jesús es notable por ilustrar su obediencia y su optimismo.

Jesús está consciente de la necesidad del sacrificio, pero pide aún una oportunidad para que los hombres se conviertan. Aquello que parecía una duda o hasta mismo un disgusto por la voluntad del Padre es un voto de confianza en la capacidad del hombre de cambiar la dirección de sus caminos. Pero que, antes de todo, fuese hecha la voluntad de Dios.

“Porque a vosotros os fue concedido, en relación a Cristo, no solamente creer en él, como también padecer por él.” (Filipenses 1:29)

Ese pasaje parece  asustador  para algunos creyentes. El sufrimiento asusta algunas personas menos avisadas. ¿Sufrir por Jesús es una necesidad? ¿Jesús quiere que suframos? ¿Jesús necesita de nuestro sufrimiento? 

Jesús no necesita de nuestro sufrimiento, él sólo nos da fuerzas para soportar el inevitable y saber cómo transformar nuestro sufrimiento en un bien para nuestra vida y para la vida de los otros.

Jesús también no quiere que suframos, pero como nuestro sufrimiento se presenta como inevitable, de acuerdo con la ley de causa y efecto, él nos da elementos para que suframos con dignidad y con menos dolor.

También no es una necesidad sufrir por Jesús porque, donde haya escoja o libre albedrío, sufrir por Jesús es una opción, la más saludable escoja.

Sufrir por Jesús es colocarse, delante de la vida, enteramente vuelto para el crecimiento espiritual, acordándonos siempre del crisol purificador que acrisola nuestros sentimientos y de la búsqueda necesaria e incesante de mejor servir a los semejantes sin esperar nada en cambio.

Sufrir por Jesús significa, finalmente, negar a nosotros mismos, tomar nuestra cruz y seguirlo.


 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita