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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 10 - N° 496 - 18 de Diciembre de 2016

Traducción
Carmen Morante - carmen.morante9512@gmail.com
 

 

El encuentro inesperado

 

En los tiempos que Jesús andaba por el mundo, un hombre deseaba mucho seguir al profeta que decían que era el que había venido a salvar a los judíos del yugo de los romanos, sus conquistadores y tiranos.

Así, cuando Josué escuchaba que el Rabí estaba en un lugar cercano, corría hacia su encuentro con la esperanza de verlo. Pero al llegar le informaban que el Profeta ya no estaba allí. Y de esa manera Josué seguía sin lograr encontrarlo.

Cierto día, desanimado, se sentó pensativo en un tronco a la sombra de un árbol. ¿Por qué razón solo él no lograba ver al Profeta, encontrarse con Él? Sentía falta de amor, deseaba que su corazón se llenara de afecto; sin embargo, él mismo no amaba a nadie. Y Josué seguía hablando consigo mismo: “Nunca tuve el amor de una familia. Desde pequeño fui criado por una bondadosa mujer que me acogió en su casa tras la muerte de mis padres. Crecí sintiendo un gran vacío en el corazón. Y, por eso, quería ver al Rabí, pues me dijeron que todos los dolores, todas las angustias, encontraban el remedio perfecto en él.”

En ese momento, dejando que lágrimas amargas brotaran de sus ojos, vio llegar a un hombre. Su presencia le encantó. Era alto, debía haber caminando mucho, pues sus sandalias estaban sucias del polvo de las calles; se vestía solo con una túnica clara y sus gestos eran delicados; los cabellos, repartidos a la nazarena, caían sobre sus hombros y en su bello semblante había una tierna tristeza.

Al mirar aquellos ojos, Josué se sintió atraído por el desconocido, cuya presencia lo llenaba de paz. Sin poder hablar, Josué hizo un gesto para que Él se sentara a su lado. El hombre se acomodó, y después preguntó:

- ¿Por qué estás aquí, Josué?

Esa voz sacudió a Josué, como si calmara su ser íntimo.
 

- Busco al Profeta, señor – respondió él, encantado con aquella presencia.

- ¿Y por qué estás buscándolo? – volvió a preguntar el desconocido.

Josué respiró profundo y respondió, como si nada pudiera estar oculto, contándole cómo había sido su vida, la falta de amor, la

esperanza de encontrar a alguien que lo amase.

El desconocido lo miró largamente, y después consideró:

- Josué, la esperanza no es una palabra vacía y no representa falta de actividad. Es trabajo interior constante y que exige un objetivo claro y continuo para alcanzar la meta que buscamos.

- Lo sé, mi Señor, y creo que he tenido la paciencia necesaria para alcanzar lo que deseo.  

Escuchando esas palabras, el desconocido dijo:

- Pero la paciencia, Josué, significa firmeza tranquila para conseguir lo que deseamos. Así, si quieres realmente alcanzar tus objetivos, trabaja incansablemente manteniendo la luz del amor por encima de todo lo demás; dedícate al prójimo y serás bendecido.

- Señor, a pesar de todo, necesito amor; siento falta del cariño de una familia, de amigos...

Y el desconocido continuó, con una entonación de voz inolvidable:

- ¿Y qué has hecho hasta ahora para conseguir ese amor?

- He recorrido las calles para ver si encuentro alguien que pueda amarme.

Entonces, el celestial desconocido le respondió:

- Mientras no aprendas a dar amor, nada recibirás a cambio. Es la Ley Divina. Entrégate a los necesitados del camino y conseguirás lo que deseas. Aprende con el agua cristalina que brota y cura la sed de los viajeros, sin cobrar jamás por su generosidad. La sombra de la noche es vencida por el día que trae la Luz. Así también debemos actuar. Aprovecha todos los momentos como bendiciones enviadas por Dios para el progreso de las criaturas.

- Sí, Señor. Haré lo que dices. Pero, ¿quién es usted, que habla con sabiduría y cuya voz produce un gran bienestar y deseo de seguirlo siempre y no dejarlo nunca?

El desconocido se levantó y, antes de irse, murmuró:

- ¡Yo soy Jesús!...

Al oír el nombre, Josué se quedó parado, sin poder moverse. Cuando se dio cuenta de que estaba perdiendo la oportunidad de su vida, corrió para alcanzar al Maestro, pero no lo volvió a encontrar.

Entonces, reflexionando sobre todo lo que había escuchado de la boca de Jesús, Josué entendió lo que necesitaba cambiar, volviéndose alguien digno de seguir al encuentro del Profeta de Nazaret.

A partir de ese día, por donde pasara, Josué aprovechaba para trabajar con amor, sin perder la oportunidad de hablar con las personas, ayudarlas y socorrerlas, seguro de que era eso lo que lo volvería digno de, algún día, ser un seguidor de Jesús de Nazaret.  

MEIMEI

(Mensaje recibido por Célia X. de Camargo, el 20/10/2014.)



                                                   
 



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Revista Semanal de Divulgación Espirita