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Año 10 - N° 484 - 25 de Septiembre de 2016
WELLINGTON BALBO  
wellington_balbo@hotmail.com   
Salvador, BA
 (Brasil)
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 
 

Wellington Balbo

¡Perdón!


Si hay un gran desafío para el ser humano en este mundo es, indudablemente, el perdón. Perdonar y también perdonarse es tarea fundamental para disfrutar de un poco de equilibrio en este mundo de pruebas y expiaciones.

Autoperdón

De hecho, he visto mucha gente que no se perdona y sufre con eso. Automutilándose generándose variadas complicaciones, inclusive de orden orgánico. Es preciso entender que somos Espíritus en proceso evolutivo. Erramos y aún erraremos un poco más.

Interesante reflexionar después de los tropiezos para que no “golpeemos” el dedo del pie en las mismas piedras. Pero, caso tropezemos en las mismas piedras, es preciso levantar y dar la vuelta por encima.

Lamentarse en nada va a resolver la situación, hasta porque el acto practicado o la palabra dicha son imposibles de ser modificados, sin embargo pueden ser notados.

Por lo tanto, perdónese, pues, como enseña Lázaro en el mensaje “El deber”, publicado en El Evangelio según el Espiritismo, el primero deber que tenemos en nuestra vida es para con nosotros mismos. Entonces, si yo tengo que perdonar al otro para que me libere, debo, naturalmente, perdonarme.

Perdonar demasiado no es bueno

Se engaña quién piensa sea el perdón un favor al otro. Nada de eso. Es sólo una actitud inteligente, que visa preservar la sanidad mental, pues nadie consigue llevar una vida razonablemente leve cargando basuras en el corazón.

Basta una simple mirada alrededor del mundo que se verificarán grandes sinsabores, tristezas y dificultades de relación porque el ejercicio del perdón no fue practicado.

En el trabajo, un compañero deja de hablar a otro porque no perdonó su mal humor en un día de verano.

En la família, hermanos dejan de hablarse porque uno de ellos comió el postre del otro.

En el grupo espírita, un individuo es invitado a retirarse porque el grupo no perdona sus constantes análisis. 

Los casos van al infinito. Sin embargo se percibe que, al menos en lo que fue narrado en este inicio de texto, nada de muy serio hay que justifique una sacudida en las relaciones.

Un amigo que recientemente se separó de la esposa, se desahogó:

– Sabe, Balbo, yo estaba cansado de perdonar, perdoné demasiado y llegó un momento en que no aguantaba más, entonces la criba fue inevitable.

Comenté con él que el problema fue haber perdonado demasiado. Él se extrañó. Pero es eso mismo. Las relaciones se gastan porque las personas perdonan demasiado. Viven para perdonar los deslices del otro. Viven exigiendo que el otro se disculpe por querellas. No comprenden que el otro, sea el conyuge, amigo, compañero de trabajo, es un Espíritu en evolución y, una vez que otra, fallará, sucumbirá, errará con nosotros, llegará atrasado en el compromiso, hablará un poco más rudo, no nos dará la atención que juzgamos merecer.

¡Imagine pasar la vida toda perdonando alguien! Es muy complicado, la relación queda estresante, pesada, densa y produce gente infeliz, amargada.

El ideal es llevar una vida más leve, más tranquila y dejar el perdón para ocasiones en que él se haga realmente necesario.

¿Cuándo debe ser practicado el perdón?

El perdón debe ser dejado para los grandes errores, las enormes pisadas en el balón. A los errores más pequeños, a los equívocos del día a día, dejemos a ellos la comprensión, pues ella basta para hacer que entendamos el nivel evolutivo en que nuestro par se encuentra.

Y por hablar de perdón, me acordé de un caso que narró en el libro Perlas devueltas, publicado por la editora CEAC el año de 2015. Pregunté a una madre, cuyo hijo había sido asesinado, se había perdonado el asesino, y ella respondió, inolvidable:

– Si sin odio en el corazón ya está difícil soportar la ausencia de mi hijo, con odio sería imposible. No tuve alternativa, el perdón en este caso fue una necesidad para poder llevar la vida adelante.

He ahí, de forma bien clara, la ocasión em que se debe utilizar el perdón.

¿Cómo perdonar?

Pues bien, creo que aquí no dije ninguna novedad. Todos saben lo que deben hacer: perdonar. Por lo tanto, la gran cuestión no es lo que hacer, sino cómo hacer. En otras palabras: ¿Como perdonar?

Entonces vamos allá. Hay, en la literatura espírita, más precisamente en una obra de André Luiz, psicografiada de Chico Xavier, una especie de paso a paso en lo que concierne al modo por el cual debemos practicar el perdón, hasta porque, bien lo sabemos, no se trata de una tarea simple.

En el año 2012 fui invitado para proferir en la ciudad de Penápolis, junto con algunos compañeros, un seminario sobre el libro Los Mensajeros. Y, al estudiar el libro, entré en contacto con la historia de Ismália, Alfredo y Paulo.

En el capítulo titulado “El calumniador” constan los pasos para aprender a cómo conceder el perdón que, destáquese, no es una tarea de la noche a la mañana, sino un trabajo constante, firme y de profundo interés para la propia felicidad.

Resumiré la historia y dejo para el lector la sugestión de investigar la referida obra.

Paulo había perjudicado mucho a la pareja Ismália y Alfredo y, atormentado por los fantasmas que hubo creado para sí, se encontraba en delicada situación en el mundo espiritual.

Alfredo, incluso siendo el perjudicado, auxiliaba al antiguo desafecto en la vida de más allá de la tumba.

Entre tanto, Alfredo siguió algunos pasos hasta conquistar el perdón.

Exacto, porque el perdón es una conquista de la mente y del corazón sintonizados con el ideal de Cristo. 

Como dijimos arriba, el perdón no es un favor al otro, sino una liberación para sí mismo.

Alfredo, para conquistar el perdón, en primer lugar comprendió sus necesidades. Como narramos, perdonar no es cuestión de elección, sino una necesidad. Después de eso trabajó para adquirir algún mérito y, entonces, intercedió por su antiguo verdugo.

Según narra André Luiz, Alfredo deseó, buscó y alimentó el perdón. O sea, no fue fácil, pues Alfredo necesitó vencerse a sí mismo, buscar y, sobre todo, alimentar el deseo de desprenderse de los sentimientos mezquinos.

Alfredo se aproximó a Paulo cómo alguien que quiere reconciliación, prosiguió en el auxilio por sentimiento de caridad, más adelante, de tanto alimentar la voluntad del perdón, adquirió la comprensión y comparó situaciones. Avanzó un poco más y sintió piedad, después comenzó a tener simpatía y, por fin, adquirió por el antiguo desafecto el amor fraternal.

Se puede decir, a partir de la historia de Alfredo, que el perdón pasa por etapas.

Primero, la necesidad que el individuo siente de reconciliación, porque la vida sin armonía es un fardo demasiado pesado. Nadie consigue llevar una existencia tranquila del punto de vista conciencial, sea aquí o en el más allá, con el corazón repleto de amarguras.

Allan Kardec informa que la naturaleza dio al hombre la necesidad de amar y ser amado. Amar viene primero, ser amado después. Luego, perdonar viene primero, ser perdonado después.

Después de eso viene el sentimiento de caridad. Enseñó Allan Kardec que “Fuera de la caridad no hay salvación”, o sea, fuera de este principio máximo, tan conocido por los espíritas, no hay como acostar la cabeza de forma tranquila en la almohada.

El tercer paso utilizado por Alfredo fue la voluntad. Él tuvo voluntad y alimentó el ideal del perdón. Movilizó fuerzas internas y externas para eso.

No hay como perdonar sin voluntad, pues la falta de voluntad, por razones obvias, nada produce. Y con voluntad Alfredo adquirió la comprensión.

Al adquirir la comprensión vino el sentimiento de piedad. Alfredo comprendió que el individuo, al practicar el mal, al herir la ley divina de justicia, amor y caridad, está, en realidad, perjudicando más a sí del que a los otros. Pues nadie escapa de la ley de causa y efecto. Se puede huir de la ley humana, engañar a la policía, mentir para el conjuge, pero nadie, absolutamente nadie, escapa del paisaje que diseñó para sí mismo. Luego, quien practica el mal es digno de piedad.

Enseguida la simpatía tomó posesión del corazón de Alfredo. Y, después, para sellar con llave de oro el proceso de perdón, Alfredo conquistó el amor fraternal por Paulo.

Para perdonar es preciso luchar contra el hombre viejo

Vale aquí resaltar el esfuerzo y empeño de Alfredo para liberarse de la amargura que podría tener excitado muchos años de su existencia. Se ve, pues, que nadie conseguirá perdonar si no vencer a sí mismo, si no luchar bravamente contra el hombre viejo.

Con la conciencia de la inmortalidad del alma, se observa una vida más amplia. No siendo la muerte el fin del individuo, por lo tanto, existiendo un proseguir, siempre hay como acertar las aristas y notar un mal practicado, y el perdón entra como la única oportunidad de liberarse y proseguir de forma más serena en la vida.

El notable líder hindú Mahatma Gandhi decía no perdonar a sus detractores porque no se sentía ofendido.

¿Cuándo será que alcanzaremos este estadio de, no obstante el mal que nos hicieron, estacionar por encima de él y entendamos que el mayor perjuicio a nosotros mismos será el de acumular basuras en nuestro corazón?

Como bien mostró Alfredo, con trabajo el perdón es posible. Pero, sinceramente, mejor dejar el perdón para las grandes cosas.

Mientras más ligeros, mejor para vivir...

Mientras menos perdonemos, mientras menos nos ofendamos, más tranquila será nuestra existencia y, quien sabe, un día podremos hablar alto y con buen sonido las palabras del Espíritu más evolucionado que estuvo entre nosotros:

- ¡Padre, perdona porque ellos no saben lo que hacen!

Ahí estaremos libres, corazón en fiesta, conciencia tranquila y la certeza de que el único mal que nos perjudica es aquel que hacemos.



 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita