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Año 10 - N° 483 - 18 de Septiembre de 2016
Traducción
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 

 
Pruebas


“Considerad, mis hermanos, ser motivo de gran alegría cuando pasáis por diversas pruebas.”
(Santiago 1:2.)

Nuestro país, y por consiguiente el pueblo brasileño, pasa por momentos difíciles, que podríamos equiparar a una especie de prueba colectiva.

Las pruebas consisten, como sabemos, en poner a muestra nuestra constancia, nuestra perseverancia, nuestra paciencia; son también la dificultad, el oprobrio, la adversidad que nos cumple soportar con resignación.

Espiritualmente consideradas, las pruebas son, sin embargo, motivo de júbilo porque son oportunidades de crecimiento. Cuando tienen carácter expiatorio, son el medio de reconciliación con adversarios del pasado. De cualquier manera, las expiaciones siempre  serán medios de elevación y progreso. Debemos ser gratos a Dios por proporcionarnos un nuevo comienzo.

Las pruebas muestran quien realmente somos y hasta donde nuestra creencia tiene base real en nuestros sentimientos. Job es siempre seguido como ejemplo, pero una lectura atenta muestra que él, en la adversidad, fue nada paciente, y mucho menos resignado, teniendo acusado a Dios de injusticia.

El ejemplo que él nos da es que, cuando vencido, se vuelve para Dios y humildemente pide la reconciliación con el Todo Misericordioso.

¿Hemos sido iguales a él? ¿Alegres en la abundancia y sombríos en la adversidad? Pero un día, vencidos en nuestro orgullo, nos volvemos para Dios y pedimos perdón y una nueva oportunidad de hacer cierto lo que hicimos de errado. Y Dios nos bendice y nos da nuevos caminos de acuerdo con nuestro merecimiento y con las necesidades evolutivas.

“La alegría que estimula es hermana del dolor que perfecciona.” (Emmanuel, Pan nuestro, Cap. 100.)  

 Conciliar el dolor con la alegría debe ser una de las cosas más difíciles. De manera general, consentimos que esa conciliación sea posible en el plano teórico. Aceptarla, sin embargo, en la resignación es bien más difícil. Alegría y dolor. Nadie los conjugó tan harmoniosamente como Jerônimo Mendonça, el gigante tumbado.

“Hijo, si aspiras a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba. Endereza el corazón y sé constante; no tengas prisa en el momento de la adversidad. Acepta todo lo que te ocurras, y en las vicisitudes de la humillación ten paciencia. Pues es en el fuego que se prueba el oro y es en el crisol de la humillación que se experimentan los que son agradables a Dios.” (Eclesiástico 2:1-2.4-5.)

La prueba en este texto sería el resultado de la necesidad de probar si el candidato a trabajador del Señor es digno de esta faena, si tiene los valores necesarios para servir a Dios.  Pero podemos interpretarlo según el Espíritu. 

Cuando nos disponemos a trabajar juntos de los mensajeros de Jesús, somos dotados de mayores fuerzas para lidiar con nuestras imperfecciones. Por lo tanto, la cruz que cargamos se torna más pesada, pero de acuerdo con las fuerzas y el entendimiento amplio que el discipulado nos faculta.

A cada paso somos interpelados por los hermanos que son nuestros adversarios, o que son adversarios del Cristo.

La acción deprimente recibida es una humillación para nuestro orgullo, pero es una oportunidad de tornarnos más humildes. Somos probados en la humillación.

Cuanto más humildes, mayor comprensión y fuerzas recogemos del alto. Si pretendemos servir, cumple que nos humillemos para que el Señor crezca.



 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita