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Año 10 - N° 482 - 11 de Septiembre de 2016
Traducción
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 

 
Los desafíos de la transformación moral


“Se reconoce el verdadero espírita por su transformación moral y por los esfuerzos que emplea para domar sus inclinaciones malas”.
(El Evangelio según el Espiritismo, Cap. XVII. Ítem 4)

Esta frase tan conocida, pero generalmente incomprendida, contiene dos características bien claras e indispensables para identificar el verdadero espírita. Son como dos ejes, un vertical, otro horizontal.

El vertical puede caracterizar la transformación moral, como un simple símbolo. Así, la transformación moral indicaría el nivel del progreso realizado. Cuanto más elevado, más grande es el desarrollo del Espíritu. A causa de eso, tal vez, muchas personas se creen excluidas de la categoría de verdaderos espíritas, imaginando que esa “transformación moral” sea algo extraordinario. Pero no es así. Ocurre como una madre que observa a su hijo y dice: “Mi hijo está más paciente después que empezó a frecuentar la iglesia.” Ése “estar más paciente” es transformación moral.

El eje horizontal indica el progreso realizado según el tiempo. Un proceso paulatino, constante, de todos los días. Es en ese eje que está la asertiva “por los esfuerzos que emplea para domar sus inclinaciones malas”. Hay aquí, nuevamente, un equívoco que se queda evidente cuando muchas personas dicen, al contrario de “domar”, “vencer”. Domar una mala inclinación es bien diferente de vencerla. El secreto de la comprensión de esta frase es el verbo domar.

Emmanuel nos dice que es “imprescindible renunciar a nuestros pequeños deseos que nos son peculiares, para alcanzar la capacidad de sacrificio que estructurará nuestra evolución en los más altos niveles.” Domar/renunciar, vencer/sacrificar.

El inconsciente es aquello que realmente somos y que generalmente desconocemos. Para que conozcamos a nosotros mismos es necesario prestar atención en nuestros actos. Actos comunes, actos de habla y actos en situaciones singulares. Él sería como un caballo salvaje, que cumple domarlo. Por el contrario, seríamos causadores de daños a nosotros mismos y a los otros, especialmente en la esfera íntima. Como buenos caballeros, después de averiguar los problemas que deben ser solucionados, nos colocamos en el trabajo de domar. No es tan fácil cuanto parezca, porque nuestro inconsciente quiere manifestarse libremente, buscando siempre la realización de deseos o de morbidez. Cuando finalmente logramos domarlo, aún así es él que nos lleva, pero obedeciendo a nuestro comando y a la dirección que le indicamos. Percibimos, entonces, que los deseos continúan los mismos, pero renunciamos a su manifestación, y tomamos la energía de esos deseos para la construcción de actos superiores.

Allan Kardec, treinta años antes del psicoanálisis, comprendió muy bien ese matiz entre domar y vencer. De hecho, aún no somos capaces de vencer nuestras malas tendencias, pero podemos renunciar a su manifestación. 

Aquello que fue traducido por casi todos como el origen de nuestras tentaciones con el término “concupiscencia” debería ser traducido por “deseos ardientes”, porque viene del verbo latino concupisco (desear ardientemente), de donde nos vendría, en latín tardío, el término concupiscentia.   

La renuncia, como dice Emmanuel, es una especie de entrenamiento que nos permitirá, en el futuro, sacrificar los deseos malos. 



 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita