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Estudio de las Obras de Allan Kardec Português   Inglês

Año 10 - N° 473 - 10 de Julio de 2016

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
 
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 

Obras Póstumas

Allan Kardec

(Parte 19)

Continuamos en esta edición el estudio del libro Obras Póstumas, publicado después de la desencarnación de Allan Kardec, pero compuesto con textos de su autoría. El presente estudio se basa en la traducción hecha por el Dr. Guillon Ribeiro, publicada por la editorial de la Federación Espírita Brasileña.

Preguntas para debatir

127. ¿Los instintos son útiles o nocivos?

128. ¿Por qué el hombre se volvió egoísta?

129. La virtud que llamamos abnegación, ¿tiene algo que ver con la caridad y la fraternidad?

130. ¿Es posible erradicar el egoísmo y el orgullo del medio social?

131. ¿En qué sentido admitir la reencarnación puede ejercer alguna influencia en ese caso?

Respuestas a las preguntas propuestas

127. ¿Los instintos son útiles o nocivos?

Todos los instintos tienen su razón de ser y su utilidad, porque Dios no ha hecho nada inútil. Dios no ha creado el mal; fue el hombre quien lo produjo por el abuso que hizo de los dones de Dios, en virtud de su libre albedrío. Por lo tanto, ese sentimiento, encerrado dentro de sus justos límites, es bueno en sí mismo; es la exageración la que lo vuelve malo y pernicioso; sucede lo mismo con todas las pasiones a las que el hombre, muchas veces, desvía de su objetivo providencial. (Obras Póstumas – El egoísmo y el orgullo.)

128. ¿Por qué el hombre se volvió egoísta?

Dios no creó al hombre egoísta y orgulloso; lo creó simple e ignorante. Fue el hombre el que se hizo egoísta y orgulloso exagerando el instinto que Dios le dio para su propia conservación. Sucede que los hombres no pueden ser felices si no viven en paz, es decir, si no están animados por un sentimiento de benevolencia, de indulgencia y de condescendencia recíproco; en una palabra: mientras procuren destruirse unos a otros. (Obras Póstumas – El egoísmo y el orgullo.)

129. La virtud que llamamos abnegación, ¿tiene algo que ver con la caridad y la fraternidad?

Sí. La caridad y la fraternidad resumen todas las condiciones y todos los deberes sociales, pero ambas suponen la abnegación. Sucede que la abnegación es incompatible con el egoísmo y el orgullo; por lo tanto con esos dos vicios no existe la verdadera fraternidad, porque el egoísta y el orgulloso quieren todo para sí mismos. Allí están, pues, los gusanos que carcomen todas las instituciones progresistas; mientras reinen, los sistemas sociales más generosos, más sabiamente elaborados, se desmoronarán bajo sus golpes.

De esta manera, es necesario atacar la raíz del mal: el orgullo y el egoísmo. Allí se debe concentrar toda la atención de aquellos que quieren seriamente el bien de la Humanidad, porque mientras esos obstáculos subsistan sus esfuerzos se verán paralizados, no sólo por una resistencia de inercia, sino también por una fuerza activa que trabajará sin cesar para destruir su obra, puesto que toda idea grande, generosa y emancipadora destruye las pretensiones personales. (Obras Póstumas – El egoísmo y el orgullo.)

130. ¿Es posible erradicar el egoísmo y el orgullo del medio social?

Evidentemente. Sin embargo, hay quien considere esto imposible porque esos vicios serían inherentes a la especie humana. Si así fuese, deberíamos renunciar a todo progreso moral; pero cuando se considera al hombre en sus diferentes épocas, no se puede dejar de reconocer que ya ha progresado bastante. Ahora bien, si ha progresado, puede progresar aún más. Por otro lado, existen en el mundo muchas personas desprovistas del orgullo y del egoísmo, en las que los sentimientos de amor al prójimo, de humildad, de devoción y de abnegación parecen innatos. Su número es menor que el de los egoístas, es cierto; de lo contrario, estos últimos no harían las leyes; pero hay más de ellos de lo que se cree, si parecen tan poco numerosos, es porque el orgullo se pone en evidencia, mientras que la virtud modesta permanece en la sombra.   

Para vencer el egoísmo y el orgullo, es necesario destruir las causas que producen y sustentan el mal. La causa principal está unida a la falsa idea de que el hombre se forma de su naturaleza, de su pasado y de su futuro. Al no saber de dónde viene, se creen más de lo que es en realidad; al no saber hacia dónde va, concentra todo su pensamiento en la vida terrenal; la desea tan agradable como sea posible y por ello quiere todas las satisfacciones, todos los gozos. Ahora bien, al tener cada persona las mismas pretensiones, de allí derivan los conflictos perpetuos que les hacen pagar muy caro algunos de los gozos que llegan a  proporcionarse.

Que el hombre se identifique con la vida futura, y su manera de ver cambiará completamente, como la del individuo que sólo debe permanecer unas pocas horas en una mala habitación y sabe que al salir, tendrá otra magnífica para el resto de sus días. La importancia de la vida presente, tan triste, tan corta, tan efímera, se apaga ante el esplendor del futuro infinito que se abre ante él. La consecuencia natural y lógica de esa certeza es que sacrifique un presente fugaz por un futuro duradero, mientras que antes sacrificaba todo por el presente. Convirtiéndose la vida futura en su objetivo, poco le importa tener un poco más o un poco menos en ésta; los intereses mundanos pasan a ser accesorios, en lugar de ser lo principal; trabaja en el presente teniendo en la mira asegurar su posición en el futuro y sabe en qué condiciones puede ser feliz.

La causa del orgullo está en la creencia que tiene el hombre de su superioridad individual; y es aquí que se hace sentir la influencia de la concentración del pensamiento en la vida terrenal. Para el hombre que nada ve delante de él, nada después de él, nada encima de él, el sentimiento de la personalidad lo arrebata y el orgullo no tiene ningún contrapeso.  

La incredulidad no sólo no posee ningún medio para combatir el orgullo sino que lo estimula y le da la razón negando la existencia de un poder superior a la Humanidad. El incrédulo sólo cree en sí mismo; es natural, pues, que tenga orgullo; en los golpes que lo afectan, sólo ve una obra del acaso, mientras que aquél que tiene fe ve la mano de Dios y se inclina. Creer en Dios y en la vida futura es, pues, la primera condición para moderar el orgullo, pero eso no es suficiente; al lado del futuro, es necesario ver el pasado para tener una idea justa del presente. Para que el orgulloso deje de creer en su superioridad es necesario demostrarle que él no es más que los otros, y que estos valen tanto como él; que la igualdad es un hecho y no simplemente una hermosa teoría filosófica, verdades que surgen de la preexistencia del alma y de la reencarnación. (Obras Póstumas – El egoísmo y el orgullo.)

131. ¿En qué sentido admitir la reencarnación puede ejercer alguna influencia en ese caso?

Al demostrar que los Espíritus pueden renacer en diferentes condiciones sociales, ya sea como expiación o como prueba, la reencarnación nos muestra que en aquel a quien tratamos con desdén puede encontrarse un hombre que fue nuestro superior o nuestro igual en otra existencia, un amigo o un pariente. Si el hombre lo supiese, lo trataría con respeto, pero entonces no tendría ningún mérito; y, por el contrario, si supiese que su amigo actual fue su enemigo, su servidor o su esclavo, lo rechazaría. Pero Dios no ha querido que fuese así, y por ello echó un velo sobre el pasado; de esa manera, el hombre es conducido a ver en todos sus hermanos y sus iguales, procediendo de allí una base natural para la fraternidad.

Sabiendo que él mismo será tratado como hubiera tratado a los demás, la caridad se vuelve un deber y una necesidad, ambos fundados en la Naturaleza misma. Al admitir la reencarnación, el hombre comprende también la solidaridad que existe entre el presente, el pasado y el futuro, y así su importancia personal se anula. Entiende que solo nada es y nada puede; que todos tienen necesidad unos de otros, doble revés para su orgullo y su egoísmo.

Pero para ello es necesaria la fe, sin la cual se quedará forzosamente en la rutina del presente. No la fe ciega que huye de la luz, restringe las ideas y, por eso mismo, estimula el egoísmo, sino la fe inteligente, razonada, que quiere la claridad y no las tinieblas, que rasga valientemente el velo de los misterios y amplía el horizonte. Es esa fe, el elemento principal de todo progreso, la que el Espiritismo le trae: fe robusta porque está basada en la experiencia y los hechos, porque le da pruebas palpables de la inmortalidad de su alma y le enseña de dónde viene, hacia dónde va y por qué está en la Tierra. (Obras Póstumas – El egoísmo y el orgullo.) 

 
 

 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita