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Estudio de las Obras de Allan Kardec Português   Inglês

Año 10 - N° 467 - 29 de Mayo de 2016

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
 
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 
 

Obras Póstumas

Allan Kardec

(Parte 13)

Continuamos en esta edición el estudio del libro Obras Póstumas, publicado después de la desencarnación de Allan Kardec, pero compuesto con textos de su autoría. El presente estudio se basa en la traducción hecha por el Dr. Guillon Ribeiro, publicada por la editorial de la Federación Espírita Brasileña.

Preguntas para debatir

100. “Y el verbo se hizo carne.” El pasaje del Evangelio de Juan que consigna esta frase, ¿da fundamento al dogma de la divinidad de Jesús?

101. Jesús, o se llamaba a sí mismo Hijo de Dios, o se designaba Hijo del Hombre. ¿Qué significan esos títulos?

Respuestas a las preguntas propuestas

100. “Y el verbo se hizo carne.” El pasaje del Evangelio de Juan que consigna esta frase, ¿da fundamento al dogma de la divinidad de Jesús?

Este es el texto atribuido a Juan: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Todas las cosas fueron hechas por Él; y nada de lo que fue hecho se hizo sin Él. En Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres; y la luz brilló en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron. (…) Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros; y vimos su gloria, su gloria como la que el Hijo único debía recibir del Padre; Él, digo yo, habitó entre nosotros, lleno de gracia y de verdad.” (Juan cap. 1º, v. de 1 a 14.)

Este pasaje de los Evangelios es el único que, a primera vista, parece encerrar implícitamente una idea de identificación entre Dios y la persona de Jesús; es también aquél sobre el cual se estableció, más adelante, la controversia en este tema.

La cuestión de la divinidad de Jesús surgió gradualmente; nació de las discusiones planteadas a propósito de las interpretaciones que algunos dieron a las palabras Verbo e Hijo. No fue sino hasta el siglo cuatro que fue adoptada, en principio, por una parte de la Iglesia. Ese dogma es, pues, el resultado de una decisión de los hombres y no una revelación divina.

En principio, debemos señalar que las palabras citadas son de Juan y no de Jesús, y que, admitiendo que no hayan sido alteradas, no expresan en realidad más que una opinión personal, una inducción derivada del misticismo habitual de su lenguaje. Éstas no podrían, pues, prevalecer contra las afirmaciones reiteradas del propio Jesús. Pero aceptándolas tal como son, no resuelven de ningún modo la cuestión en el sentido de la divinidad, porque se aplicarían igualmente a Jesús, criatura de Dios.

En efecto, el Verbo es Dios, porque es la palabra de Dios. Habiendo recibido Jesús esa palabra directamente de Dios, con la misión de revelarla a los hombres, la asimiló. La palabra divina, de la cual estaba penetrado, se encarnó en él; la trajo consigo al nacer, y fue con razón que Juan pudo decir: El verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Jesús podía, pues, estar encargado de transmitir la palabra de Dios sin ser Dios, él mismo, como un embajador transmite las palabras de su soberano, sin ser soberano. Esa idea tiene su fundamento en las propias palabras de Jesús, cuando dice: “Yo nunca he hablado de mí mismo, pero aquél que me envió me prescribió, por su mandato, lo que debo decir; mi doctrina no es mía sino de aquél que me envió; la palabra que oísteis no es mi palabra, sino la de mi Padre que me ha enviado”.

Es imposible expresarse con más claridad y precisión. La calidad de Mesías o enviado, que se le atribuye a lo largo de los Evangelios, implica una posición subordinada en relación con aquél que ordena; aquél que obedece no puede ser igual a aquél que manda. Juan caracteriza esa posición secundaria y, en consecuencia, establece la dualidad de las personas cuando dice: Y vimos su gloria, tal como “el Hijo único debía recibirla del Padre”; porque aquél que recibe no puede ser igual al que da, y aquél que da la gloria no puede ser igual al que la recibe.

La calificación de Mesías divino no implica, pues, la igualdad entre el mandatario y el mandante, como la del enviado real entre un rey y su representante. Jesús era un mesías divino por el doble motivo de que su misión venía de Dios y que sus perfecciones lo colocaban en relación directa con Dios. (Obras Póstumas - Estudio sobre la naturaleza de Cristo.)

Nota de la Redacción – Para comprender bien ese aspecto del Evangelio de Juan es necesario tener en cuenta lo que Emmanuel relata en su libro A Camino de la Luz, obra psicografiada por el médium Chico Xavier en el período del 17 de agosto al 21de setiembre de 1938. En el párrafo transcrito a continuación, Emmanuel dice quién es Jesús y cuál es su papel en la conducción de nuestro planeta:    

“Dicen las tradiciones del mundo espiritual que en la dirección de todos los fenómenos de nuestro sistema, existe una Comunidad de Espíritus Puros y Elegidos por el Señor Supremo del Universo, en cuyas manos se mantienen las riendas directrices de la vida de todas las colectividades planetarias. Esa Comunidad de seres angélicos y perfectos, de la que Jesús es uno de sus miembros divinos, por lo que nos permitieron conocer, ya se reunió en las proximidades de la Tierra, para la solución de problemas decisivos de la organización y de la dirección de nuestro planeta, dos veces en el curso de los milenios conocidos. La primera sucedió cuando el orbe terrestre se desprendía de la nebulosa solar, a fin de que se lanzasen en el Tiempo y en el Espacio, los hitos de nuestro sistema cosmogónico y los precedentes de la vida en la materia en ignición del planeta, y la segunda, cuando se decidió la venida del Señor a la faz de la Tierra, trayendo a la familia humana la lección inmortal de su Evangelio de amor y redención.” (A camino de la Luz, cap. I – La Génesis planetaria.) 

En el siguiente texto, Emmanuel habla del trabajo realizado por Jesús en relación a la formación de nuestro planeta: 

 “Él había vencido todos los pavores de las energías desencadenadas; con sus legiones de trabajadores divinos, lanzó el cincel de su misericordia sobre el bloque de materia informe, que la Sabiduría del Padre había desplazado del Sol hacia sus manos augustas y compasivas. Labró la escultura geológica de orbe terrestre, tallando la escuela bendita y grandiosa, en la que su corazón habría de expandirse en amor, claridad y justicia. Con sus ejércitos de trabajadores dedicados, estableció los reglamentos de los fenómenos físicos de la Tierra, organizando su equilibrio futuro en la base de los cuerpos simples de la materia, cuya unidad sustancial han podido identificar los espectroscopios terrestres por todas partes en el universo galáctico. Organizó el escenario de la vida creando, bajo los ojos de Dios, lo indispensable para la existencia de los seres del porvenir. Hizo la presión atmosférica adecuada al hombre, anticipándose a su nacimiento en el mundo, en el transcurso de los milenios; estableció los grandes centros de fuerza de la ionósfera y la estratósfera, donde se armonizan los fenómenos eléctricos de la existencia planetaria, y edificó las fábricas de ozono a 40 y 60 kilómetros de altitud, para que filtrasen convenientemente los rayos solares, manipulando su composición necesaria para el mantenimiento de la vida organizada en el planeta. Definió todas las líneas de progreso de la Humanidad futura, engendrando la armonía de todas las fuerzas físicas que presiden el ciclo de las actividades planetarias.” (A camino de la Luz, cap. I – La Génesis planetaria.)

101. Jesús, o se llamaba a sí mismo Hijo de Dios, o se designaba Hijo del Hombre. ¿Qué significan esos títulos?

El título de Hijo de Dios, lejos de implicar igualdad, es indicio de una sumisión. Jesús es Hijo de Dios, como todas las criaturas; lo llama su Padre como nosotros hemos aprendido a llamar a nuestro Padre. Es, no obstante, el Hijo bien amado de Dios porque, habiendo alcanzado la perfección que lo aproxima a Dios, posee toda su confianza y todo su afecto.

En cuanto a la expresión Hijo del Hombre que Jesús se atribuyó a sí mismo en su misión, y que fue objeto de muchos comentarios, para comprender mejor su sentido, es necesario remontarse a la Biblia, donde está dada por él mismo al profeta Ezequiel.

Veamos el texto: “Tal fue la imagen de la gloria del Señor que me fue presentada. Habiendo visto, pues, estas cosas, caí rostro en tierra; y oí una voz que me hablaba y decía: Hijo del hombre, ponte de pie y hablaré contigo. Y el Espíritu, habiéndome hablado de esa manera, entró en mí, y me sostuvo sobre mis pies y oí que me hablaba y me decía: Hijo del hombre, te envío a los hijos de Israel, a un pueblo apóstata que se alejó de mí. Ellos y sus padres  violaron hasta este día la alianza que hice con ellos. (Ezequiel, cap. II, v. 1, 2, 3.)

La calificación de Hijo del Hombre aparece otras veces en Ezequiel y parece evidente que significa: que nació del hombre, por oposición a aquello que está fuera de la Humanidad. El Señor sólo designó a Ezequiel bajo ese nombre, por cierto para recordarle que, a pesar del don de la profecía que le había concedido, no por ello pertenecía menos a la Humanidad, y a fin de que no se creyese dotado de una naturaleza excepcional. Jesús se dio a sí mismo esa calificación con una persistencia notable, porque sólo en muy raras circunstancias se llama a sí mismo Hijo de Dios, con el objetivo de recordar que él también pertenece a la Humanidad. Además, la insistencia con la que se designa como Hijo del Hombre parece una declaración anticipada contra la cualidad que previó que se le atribuiría en el futuro. (Obras Póstumas - Estudio sobre la naturaleza de Cristo.)

 
 

 


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