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Año 10 - N° 467 - 29 de Mayo de 2016
Traducción
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 
 

Jesús: modelo y guía
de todos nosotros


Jesús es el modelo. En el evangelio de Juan, en la cena con los amigos, Jesús revela una enseñanza nueva, reinterpretando el “amaos”. En la enseñanza antigua, amad al prójimo  como a sí mismo, con toda la fragilidad de la perspectiva del amor imperfecto de cada uno. En la enseñanza nueva, la perspectiva cambia radicalmente; no se trata más del imperfecto afecto; ahora el modelo, la perspectiva, la relatividad es perfectible: “ámense unos a otros como yo os he amado”. El modelo es Jesús.

Si Jesús propone ser posible tomarlo por modelo, es que su ejemplo está sujeto a ser imitado. De hecho, aún estamos lejos de poder imitar sus curas, aunque podamos, en escala diminuta, realizar algunas curas. Pero no es para eso que la mayoría de nosotros recibió la oportunidad de la reencarnación. Nuestro testimonio es esencialmente moral.

Aunque Jesús, en esencia, no sea un simple hombre, él se portó como uno, exceptuándose los llamados milagros. Como dice Paulo, que entrevió el Jesús “divino”, el Jesús que se hizo hombre, dejando de lado sus atributos de Espíritu puro, semejante a cualquier hombre, excepto por la imperfección.

Como modelo, Jesús sigue adelante como verdadero maestro. De hecho, en su época, el maestro seguía por el camino moldeando sus actitudes de forma a ejemplificar su enseñanza; una enseñanza eminentemente práctica. Y sus discípulos lo seguían, o iban después de él, buscando imitar su ejemplificación. Entonces la invitación de Jesús para que siguiésemos después de él, negando nuestros deseos inferiores, responsabilizándonos por nuestros deberes, y soportando con paciencia y resignación las probaciones y expiaciones.

Jesús no era un ególatra con deseo de ser reverenciado y adorado por los hombres; no quería habitar en los altares de oro y piedra; no quería ser visto como rey, o como general de  legiones de ángeles, o figurar como el Hijo de la Trinidad. Se tenía una ambición, ésta era el deseo de hacernos personas que aman; simple así. Los evangelios nos enseñan el ejemplo de Jesús en consonancia con sus enseñanzas; el buen pastor pastorea su rebaño con cariño, con caridad.

La palabra caritas  tiene como raíz carus, que significa: la cosa más importante, el afecto, el cariño. Así es que, el significado de caridad es eminentemente moral. Paulo relaciona todas las peculiaridades del término; y radicaliza su independencia en relación a la beneficencia, considerando que, mismo que distribuyésemos todos los bienes a los pobres, si no tuviésemos caridad, eso de nada nos adelantaría. La palabra caridad traduce el término griego agape, que es una de las palabras que significan amor en griego; y el amor cubre una multitud de pecados.

Muchas veces dijo Jesús: tu fe te curó. Y dijo también: tus pecados están perdonados. En un pasaje bastante conocido, en la llamada unción de Betania, después de lavar los pies de Jesús con sus lágrimas y secarlos con sus cabellos, después de besar sus pies y ungirlos con perfume raro, Jesús dijo que los pecados de aquella mujer estaban perdonados, porque ella amó mucho; y después dijo a ella: Va en paz, tu fe te salvó. Jesús nos dice, entonces, que en ciertas ocasiones, amor y fe son sinónimos. Por eso Paulo afirma que la fe se realiza en el amor.

La llamada buena nueva era la noticia que un mensajero traía a respecto de la visita inminente del Rey a esta parte. Si Jesús acepta ser identificado como rey, fue simplemente por ser el Cristo, según las escrituras, una majestad terrena, y porque era, humildemente, el representante del Reino de Dios en la Tierra, según el imaginario judaico. El mensajero de la buena nueva del Cristo fue Juan Baptista que hacía un bautismo de conversión, o arrepentimiento, y se concretizaba con frutos de conversión y de arrepentimiento, mostrando que es necesario el cambio radical de comportamiento por la adhesión al amor del Padre.

Jesús hace del servicio el modelo de la sublimación. No vino para ser servido, pero para servir y dar su vida por la redención de muchos. Pero la salvación que viene del sacrificio, sea bien entendido, no es una acción mecánica o milagrosa que se basta con la adhesión del creyente al misterio de la encarnación, o al reconocimiento de que Jesús es el Señor resucitado de la muerte. No basta creer, es necesario adherir al proyecto del evangelio, que es servir sin esperar nada en cambio; servir desinteresadamente.

La fe es fundamental, pero la fe fructifica en el amor. El sacrificio de Jesús produce la salvación porque engancha el discípulo a seguir su ejemplo: sacrificar los deseos egoístas y servir al prójimo. El amor, que parece tan distante de nuestras imperfecciones, puede manifestarse hoy por el acto de la comprensión, de la indulgencia, del perdón, de la benevolencia, y de la afectuosidad.       



 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita