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Estudio de las Obras de Allan Kardec Português   Inglês

Año 10 - N° 465 - 15 de Mayo de 2016

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
 
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 
 

Obras Póstumas

Allan Kardec

(Parte 11)

Continuamos en esta edición el estudio del libro Obras Póstumas, publicado después de la desencarnación de Allan Kardec, pero compuesto con textos de su autoría. El presente estudio se basa en la traducción hecha por el Dr. Guillon Ribeiro, publicada por la editorial de la Federación Espírita Brasileña.

Preguntas para debatir

93. La divinidad de Cristo, ¿queda demostrada por sus milagros?

94. La divinidad de Jesús, ¿queda demostrada por sus palabras?

95. Después de la crucifixión, ¿cambió el sentido de las palabras de Jesús sobre sí mismo?

96. ¿Jesús podría haberse engañado y, por el engaño, haber ocultado su naturaleza divina?

Respuestas a las preguntas propuestas

93. La divinidad de Cristo, ¿queda demostrada por sus milagros?

Según la Iglesia, sí. La divinidad de Cristo estaría confirmada principalmente por los milagros, como testimonio de un poder sobrenatural. Esta consideración puede tener cierto peso en una época en la que lo maravilloso era aceptado sin comprobaciones; pero hoy, que la ciencia ha conducido sus investigaciones hacia las leyes de la Naturaleza, los milagros  cuentan con más incrédulos que creyentes. La Iglesia, además, quita importancia a los milagros como prueba de la divinidad de Cristo cuando admite que el demonio también puede hacer milagros tan prodigiosos como Cristo. Ahora bien, si el demonio tiene semejante poder, es evidente que los hechos de ese género no tienen, de ninguna manera, un carácter exclusivamente divino; si el demonio puede hacer cosas admirables para seducir a los propios elegidos, ¿cómo los simples mortales podrían distinguir los milagros buenos de los malos?

El carácter esencial del milagro, en el sentido teológico, es ser una excepción a las leyes de la Naturaleza y, en consecuencia, un hecho inexplicable por esas mismas leyes. Desde el momento en que un hecho se puede explicar y se le relaciona con una causa conocida, deja de ser un milagro. Así es como los descubrimientos de la ciencia hicieron entrar en el dominio de lo natural a ciertos efectos calificados como prodigios mientras se ignoraban sus causas. Más tarde, el conocimiento del principio espiritual, de la acción de los fluidos sobre el organismo, del mundo invisible como medio en el cual vivimos, de las facultades del alma, de la existencia y de las propiedades del periespíritu, nos dio la clave de los fenómenos de orden psíquico, y probó que estos no son, más que los otros, derogaciones de las leyes de la Naturaleza sino, por el contrario, son aplicaciones frecuentes de ellas.

Todos los efectos del magnetismo, el sonambulismo, el éxtasis, la doble vista, el hipnotismo,  la catalepsia, la anestesia, la transmisión del pensamiento, la presciencia, las curas instantáneas, las posesiones, las obsesiones, las apariciones, etc., que constituyen casi la totalidad de los milagros del Evangelio, pertenecen a esa categoría de fenómenos.

La posibilidad de la mayoría de los hechos que el Evangelio cita como realizados por Jesús está hoy completamente demostrada por el Magnetismo y el Espiritismo, puesto que son fenómenos naturales. Una vez que se producen bajo nuestros ojos, ya sea espontáneamente o por provocación, no hay nada de anormal en que Jesús tuviese facultades idénticas a las de nuestros magnetizadores, curadores, sonámbulos, videntes, médiums, etc. Desde el momento en que esas mismas facultades se encuentran, en diferentes grados, en una multitud de individuos que nada tienen de divino, que son encontrados incluso entre los heréticos y los idólatras, no implican de ninguna manera una naturaleza sobrehumana. (Obras Póstumas – Estudio sobre la naturaleza de Cristo.)

94. La divinidad de Jesús, ¿queda demostrada por sus palabras?

Claro que no. Los textos a continuación, extraídos del Nuevo Testamento, lo confirman:

“Quien me recibe, recibe a aquél que me envió; porque aquél que es el más pequeño entre vosotros, es el más grande.” (San Lucas, cap. IX, v. 48.)

 “Quien recibe en mi nombre a un niño como éste, a mí me recibe, y quien me recibe, no me recibe sólo a mí, sino que recibe a aquél que me envió.” (San Marcos, cap. IX, v. 36.)

 “Jesús les dijo entonces: Todavía estoy con vosotros por un poco tiempo, y voy en seguida hacia aquél que me envió.” (San Juan, cap. VII, v. 33.)

 “Aquél que os oye, a mí me oye; aquél que os desprecia, a mí me desprecia, y quien me desprecia, desprecia a aquél que me envió.” (San Lucas, cap. X, v. 16.)

 “Por mí, yo digo lo que vi en la casa de mi Padre, vosotros hacéis lo que visteis en la casa de vuestro padre.” (San Juan, cap. VIII, v. 38.)

 “Quien me confiese y me reconozca delante de los hombres, yo también lo reconoceré y lo confesaré delante de mi Padre que está en los Cielos; y al que me niegue delante de los hombres, yo lo negaré también delante de mi Padre que está en los Cielos.” (San Mateo, cap. X, v. 32, 33.)

 “Habéis oído que os he dicho: Me voy, y volveré a vosotros. Si me amaseis, os alegraríais de que voy hacia mi Padre, porque mi Padre es más grande que yo.” (San Juan, cap. XIV, v. 28).  

 “Entonces, un joven se aproxima y le dice: Maestro bueno, ¿Qué bien debo hacer para alcanzar la vida eterna? Jesús le respondió: ¿Por qué me llamáis bueno? Sólo Dios es bueno. Si queréis entrar en la vida, guardad los mandamientos.” (San Mateo, cap. XIX, v. 16, 17. San Marcos, cap. X, v. 17, 18. San Lucas, cap. XVIII, v. 18, 19.)

 No os he hablado, de ninguna manera, por mí mismo; mas mi Padre que me envió, fue quien me prescribió, por mandamiento suyo, lo que debo decir y cómo debo hablar; y sé que su mandamiento es la vida eterna; lo que hablo, pues, lo digo según mi Padre me lo ordenó.” (San Juan, cap. XII, v. 49, 50.)

 “Jesús les respondió: Mi doctrina no es mi doctrina, sino la doctrina de aquél que me ha enviado. Si alguien quiere hacer la voluntad de Dios, reconocerá si mi doctrina es de él o si hablo por mí mismo. Aquél que habla por su propia cuenta busca su propia gloria, pero aquél que busca la gloria de quien lo envió es veraz, y en él de ninguna manera hay injusticia.” (San Juan, cap. VII, v. 16, 17.)

 “El Cielo y la Tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Por lo que respecta al día y a la hora, no lo sabe el hombre, ni los ángeles que están en los cielos, ni el Hijo, sino solamente el Padre.” (San Marcos, cap. XIII. v. 32. San Mateo, cap. XXIV v. 35, 36.) 

 “Jesús, pues, les dijo: Cuando hayáis levantado a lo alto al hijo del hombre, entonces conoceréis lo que soy, porque yo no hago nada por mí mismo, sino sólo digo lo que mi Padre me enseñó; y aquél que me envió está conmigo, y de ningún modo me ha dejado solo, porque hago siempre lo que le agrada.” (San Juan, cap. VIII, v. 28, 29.)

 “Por eso, los judíos perseguían Jesús y querían hacerlo morir, porque había hecho esas cosas en día sábado. Pero Jesús les dijo: Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo trabajo también.” (San Juan, cap. V, v. 16, 17.)

 “Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo mismo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor.” (San Juan, cap. XV, v. 10.)

 “Entonces Jesús, lanzando un fuerte grito, dijo: Padre mío, pongo mi alma en vuestras manos. Y pronunciando estas palabras, expiró.” (San Lucas, cap. XXIII, v. 46.) (Obras Póstumas – Estudio sobre la naturaleza de Cristo.)

95. Después de la crucifixión, ¿cambió el sentido de las palabras de Jesús sobre sí mismo?

No. Se ve así que todo en sus palabras, ya sea en vida como después de su muerte, acusa una dualidad de personas perfectamente distintas, así como el profundo sentimiento de su inferioridad y su subordinación al Ser supremo. Por su insistencia en afirmarlo espontáneamente, sin que fuera obligado ni provocado, parece que hacía un reclamo anticipado contra el papel que, en el futuro, le atribuiría la Iglesia.  

Estas citas referentes al período post mortem lo demuestran:

“Jesús le respondió: No me toques, porque aún no subí a mi Padre; pero ve y busca a mis hermanos y diles de mi parte: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios.” (Aparición a María Magdalena. San Juan, cap. XX, v. 17.)

 “Pero Jesús, aproximándose, les habló así: Todo poder me fue dado en el Cielo y en la Tierra.” (Aparición a los Apóstoles. San Mateo, cap. XXVIII, v. 18.)

 “Ahora, sois testigos de estas cosas. Y yo os enviaré el don de mi Padre que os fue prometido.” (Aparición a los Apóstoles. San Lucas, cap. XXIV, v. 48, 49.) (Obras Póstumas – Estudio sobre la naturaleza de Cristo.)

96. ¿Jesús podría haberse engañado y, por el engaño, haber ocultado su naturaleza divina?

Si fuese razonable suponer que, cuando vivo, Jesús hubiera ignorado su verdadera naturaleza, esa opinión ya no es admisible después de su resurrección, puesto que cuando se aparece a sus discípulos ya no es más el hombre quien habla sino el Espíritu desligado de la materia, que ya debía haber recobrado la plenitud de sus facultades espirituales y la consciencia de su estado normal, de su identificación con la Divinidad. Sin embargo, dice entonces: ¡Asciendo hacia mi Padre y vuestro Padre, hacia mi Dios y vuestro Dios! La subordinación de Jesús es también indicada por su propia cualidad de mediador, que implica la existencia de una persona distinta; es él quien intercede ante su Padre, quien se ofrece en sacrificio para redimir a los pecadores; ahora bien, si fuera el mismo Dios, o fuera igual en todas las cosas, no tenía necesidad de interceder, porque nadie intercede ante sí mismo. (Obras Póstumas – Estudio sobre la naturaleza de Cristo.)


 

 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita