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Año 6 286 – 11 de Noviembre de 2012
DAVILSON SILVA    
davsilva.sp@gmail.com   
São Paulo, SP (Brasil)
 
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 
 


Davilson Silva

De la verdad, caridad y salvación según Jesús


 
“Aunque yo hablara las lenguas de los hombres y las lenguas de los propios ángeles, si yo no tuviera caridad, seré como el bronce que suena y un címbalo que retiñe.” 1 – Así inició Pablo de Tarso una de sus más coherentes y admirables cartas a la comunidad de Corinto, en Grecia de su tiempo.

En lo tocante a esa virtud, el sacerdocio organizado que tomó como suya la posesión de la verdad absoluta, desde el siglo cuarto, tiene también escrito sus cartas. En una de sus últimas cartas circulares pontifícias, datada del siete de julio de 2009, a Caritas in Veritate (Caridad en Verdad), párrafo 1.º, aparece la esdrújula doctrinaria de la “redención por la sangre de Cristo”, que, de inicio, afirma:

La caridad, en la verdad, que Jesucristo testificó con su vida terrena y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la fuerza propulsora principal para el verdadero desarrollo de cada persona y de la humanidad entera.

Verdades de ellos

En otro tramo de esa encíclica, en su párrafo 2.º, se afirma aunque “la caridad haya de ser comprendida y practicada bajo la luz de la verdad”. Quién lea examinando el desenrollar del texto, luego entenderá que esa “verdad”, obviamente, es la de el sacerdocio organizado. O sea: quién no se adhiere a la verdad de la salvación por la fe, no puede ser salvada. (La referida encíclica se encuentra a disposición en Internet.)

Acerca del concepto de “salvación”, el propio Jesús jamás afirmó, siquiera insinuó tamaño absurdo. Su doctrina se resume en el mayor de todos los mandamentos2 y nada más. Salvarse, según Jesús, significa cumplir el mandamiento de la Ley Mayor, el cual se resume en el amor sin restringir a todas las criaturas, al prójimo, a los más próximos.

Sin el magno compromiso moral que recomienda “amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo”, la criatura encarnada (¡y desencarnada!) nunca tendrá en sí el Reino de Dios. Acordémonos de que ese reino no pertenece a este mundo ni posee forma exterior, siendo esencialmente un estado de paz, de conciencia tranquila. Tal sentimiento de bienestar, lo sublima el deber cumplido por la acción generosa en provecho de alguien o de algunos, o de muchos.

No pasa de mentiroso

El bien al prójimo, a los más próximos, finalmente, a todo lo que cerca o envuelve a los seres vivos, la naturaleza, da ese estado de espíritu y hace al benefactor el más feliz de los seres mismo ante los desagradecidos, los envidiosos, los calumniadores, ante todas las vicisitudes de la existencia. ¡No es posible! Si alguien dice que trae consigo ese reino, y a la vez no respeta la creencia de los otros, crea barreras como la de el prejuicio, de la mala voluntad, juzgando, condenando, denigrando nombres e instituciones respetabais. No pasa de un mentiroso.

Lo que más la intolerancia y el prejuicio religioso produjeron fueron injusticias, crueldades. Los actos del Tribunal del Santo Oficio, las Guerras Santas que lo digan, en que pese a Jesús haber dejado bien claro el segundo mandamiento, además del amar a Dios de todo  corazón, de toda el alma: “(...) Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo, 13, 30-40).

Sin embargo, religiones y sectas dichas cristianas se valen del engaño Paulino referente a la caridad y a la fe, anteponiendo esta a aquella, a fin de mantener el dogma de la “gracia y salvación por la fe”, en contraste con la moral del Evangelio. Por cuenta de ese y de otros puntos de doctrina, extraños al pensamiento del Maestro Nazareno, aún por encima definirán a la Iglesia como la “única columna y baluarte de la verdad”, con base en la primera epístola del mismo Apóstol )I a Timoteo, 3,15). 

Es por esas y otras que ese Cristianismo sentencioso colisiona con “ahora estas tres virtudes: la fe, la esperanza y la caridad permanecen, siendo de más excelente la caridad”, del propio Pablo (Corintios, 13, 13); con “así también la fe, si no tuviera obras, por sí sóla está muerta”, del Apóstol Santiago (Santiago, 2,17).

Caridad, y no verdad de a, de b o de c

La caridad, como la entiende Jesús, y confirmada por la Doctrina Espírita, es y siempre será el único medio de salvación, y no según la verdad de a, de b o de c. Por señal, las modernas ediciones bíblicas astutamente sustituyeron el término caridad por el término amor, quitándole el brillo del sentido dado por el Maestro. Por eso, según el Espiritismo, ella no se limita a tan solamente favorecer a los pobres con cosas materiales; bajo el punto de vista espírita, caridad va desde el acto de donación de “ una moneda” hasta el de “perdonar al enemigo”. Perdonar al enemigo se resume en caridad moral por tener como principio la Humildad, la mayor de todas las virtudes, de ahí que Jesús la coloca en el primer ítem de las Bienaventuranzas, durante el Sermón de la Montaña (Mt., 5,3). 3

Salvación, conforme la Doctrina, no se relaciona a “penas eternas” ni con la salvación de supuestas tentaciones de seres infernales, ni con infierno. Pablo – no el de la carta a los efesios (Ef., 2,8) al escribir: “por la gracia sois salvos mediante la fe”, y sí Pablo a los romanos (Rom., 2,6), “Dios retribuirá a cada uno según sus obras” – comprendió que la salvación sólo ocurre por la práctica del bien, por actos provenientes del sentimiento caritativo. “Obras”, aquí en el caso, es igual a lo que entendemos como caridad, o sea, el conjunto de todas las virtudes del alma, porque de ella resulta la benevolencia con todas las

Criaturas, y está al alcance de todos: del ignorante al sabio, del pobre al rico, independientemente de cualquier creencia particular. 4

Ninguna filosofía, religión o secta posee el privilegio de la verdad absoluta. Salvación, quiere decir evolución; sólo dice respeto a nosotros mismos; sin ella, estacionamos en errores y sufrimientos. Si no combatiéramos nuestras malas tendencias, si no superáramos adicciones y defectos, jamás evolucionaremos y, así pues, se hará cada vez más difícil el Reino del Cielo en nosotros, la bienaventuranza, o felicidad perfecta. Esta, sólo la conseguiremos a costa de una profunda reforma de temperamento, y Jesús ya hizo su parte; Él ya enseñó como hacerla bien.

Quedemos, por tanto, con esta bellísima ilación del Espíritu Enmanuel:

 (...) Salvar, en legítima significación, es “librar de ruina o peligro”, “conservar”, “defender”, “abrigar”, y ninguno de esos términos exime a la persona de la responsabilidad de conducirse y mejorarse. Navío salvo de riesgo inminente no está exonerado del viaje, en el cual enfrentará naturalmente peligros nuevos. Y enfermo salvo de la muerte no se libra al imperativo de continuar en las tareas de la existencia, sobrepujando percances y tentaciones. (...) Pedro, salvo de la indecisión, es impelido a sostenerse en el trabajo hasta la vejez de las fuerzas físicas. Pablo, salvo de la crueldad, es obligado a un esfuerzo máximo, en la propia renovación, hasta el último sacrificio. 5

 

Referências:

1 KARDEC, Allan. O Evangelho segundo o Espiritismo. Tradução Herculano Pires. 62. ed. São Paulo: Lake Livraria Allan Kardec Editora, 2001. Cap. 15, do item 1 ao 3, p. 197.

2 Idem, ibidem. Item 4 e 5, p. 199.

3 Idem, ibidem. Cap. 7.o, item 1 ao 13, p. 105.

4 Idem. O Livro dos Espíritos. Tradução Herculano Pires. 62. Ed. São Paulo: Lake Livraria Allan Kardec Editora, 2001. Cap. 11, questão 886, p. 292.

5 XAVIER, Francisco C. Palavras de Vida Eterna (Espírito Emmanuel). 13. ed. Rio de Janeiro: Federação Espírita Brasileira (FEB), 1989. Tema 153, p. 322.

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