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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 5 228 – 25 de Septiembre de 2011 

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 

El Libro de los Espíritus

Allan Kardec

(Parte 20)
 

Continuamos con el Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano, que focalizará las cinco principales obras de la Doctrina Espírita, en el orden en que fueron inicialmente publicadas por Allan Kardec, el Codificador del Espiritismo.

Las respuestas a las preguntas presentadas, fundamentadas en la 76ª edición publicada por la FEB, basadas en la traducción de Guillon Ribeiro, se encuentran al final del texto.

Preguntas para debatir

A. ¿Influyen los Espíritus sobre nuestros pensamientos y actos?

B. ¿Por qué Dios permite que los Espíritus nos inciten a la práctica del mal?

C. ¿Cómo podemos neutralizar la influencia de los malos Espíritus?

D. ¿Tiene el exorcismo alguna eficacia en el tratamiento de la obsesión? En estos casos ¿es la oración una ayuda?

E. Si no existen los demonios ¿cómo entender la expulsión de los demonios mencionada en el Evangelio?

Texto para la lectura

252. Algunas veces las ideas de los hombres de inteligencia y de genio surgen de su propio Espíritu, pero con frecuencia les son sugeridas por otros Espíritus que los juzgan capaces de comprenderlas y dignos de trasmitirlas. Cuando ellos no las encuentran en sí mismos, apelan a la inspiración: Hacen una evocación sin sospecharlo.  (L.E., 462)

253. Si fuese útil distinguir con claridad nuestros propios pensamientos de los que nos son sugeridos, Dios nos hubiera dado el medio para hacerlo. Cuando una cosa permanece en la imprecisión, es porque así debe ser para nuestro bien.  (L.E., 462, comentario de Kardec)

254. El primer impulso puede ser bueno o malo, según la naturaleza del Espíritu encarnado. Es siempre bueno en aquél que escucha las buenas inspiraciones. (L.E., 463)

255. Ningún Espíritu recibe la misión de hacer el mal. Cuando lo hace, es por su propia voluntad y, por lo tanto, tendrá que sufrir las consecuencias. Dios puede dejar que lo haga para probaros, pero jamás lo ordena y os toca a vosotros rechazarlo. (L.E., 470)

256. Casi siempre, el sentimiento de angustia, de ansiedad indefinible o de satisfacción interior, sin causa conocida, es un efecto de las comunicaciones que, sin saberlo, tuvisteis con los Espíritus durante el sueño. (L.E., 471)

257. El Espíritu no penetra en un cuerpo como tú entras en una casa: se asimila con un Espíritu encarnado que tiene sus mismos defectos y sus mismas cualidades, para actuar de manera conjunta; pero es siempre el Espíritu encarnado el que obra como quiere sobre la materia de la que está revestido. Un Espíritu no puede sustituir al que se encuentra encarnado porque alma y cuerpo están unidos hasta el tiempo señalado para el término de la existencia material. (L.E., 473)

258. Hay sin embargo, casos en que el alma puede encontrarse bajo la dependencia de otro Espíritu, de manera que se ve subyugada u obsesada por él, hasta el punto de ser paralizada su voluntad. Estos son los verdaderos poseídos; pero entiende que este dominio nunca se realiza sin la participación de aquél que lo sufre, ya sea por su debilidad, o bien por su deseo. (L.E., 474)

259. Los Espíritus ejercen un papel muy grande en los fenómenos producidos en los individuos designados con el nombre de convulsionarios, cuya primera causa es el magnetismo. No obstante, los Espíritus que concurren a esa clase de fenómenos son poco elevados. (L.E., 481 y 481-a) 

260. Entre las facultades extrañas que se observan en los convulsionarios, se ven con facilidad aquellas de las que el sonambulismo y el magnetismo ofrecen numerosos ejemplos: la insensibilidad física, la lectura del pensamiento, la transmisión simpática de los dolores, etc. Estos individuos parecen estar en una especie de estado sonambúlico despierto, provocado por la influencia que ejercen los unos sobre los otros. En este caso, son al mismo tiempo magnetizadores y magnetizados, sin saberlo. (L.E., 482)

261. La causa de la insensibilidad física que se observa en los convulsionarios es, en algunos, un efecto exclusivamente magnético que actúa sobre el sistema nervioso de la misma manera que ciertas sustancias. En otros, la exaltación del pensamiento embota la sensibilidad, porque la vida parece haberse retirado del cuerpo y trasladado al Espíritu. (L.E., 483)

262. La exaltación fanática y el entusiasmo ofrecen muchas veces, en los casos de suplicio, el ejemplo de una calma y de una sangre fría que no podrían sobreponerse a un dolor agudo, si no se admitiese que la sensibilidad fue neutralizada por una especie de efecto anestésico. (L.E., 483, comentario de Kardec)

Respuestas a las preguntas propuestas

A. ¿Influyen los Espíritus sobre nuestros pensamientos y actos?

Sí. Los Espíritus influyen en nuestros pensamientos y en nuestros actos mucho más de lo que imaginamos. Ellos influyen a tal punto que, habitualmente, son ellos quienes nos dirigen. (El Libro de los Espíritus, preguntas 459, 460, 461, 464, 466 y 469.)

B. ¿Por qué Dios permite que los Espíritus nos inciten a la práctica del mal?

Los Espíritus imperfectos son instrumentos apropiados para probar la fe y la constancia de los hombres en la práctica del bien. Como Espíritus que también somos, debemos progresar en la ciencia de lo infinito. De allí pasamos por las pruebas del mal para llegar al bien. La misión de los Espíritus buenos consiste en colocarnos en el buen camino. Cuando las malas influencias actúan sobre nosotros, es porque las atraemos deseando el mal, puesto que los Espíritus inferiores corren a auxiliarnos en el mal en tanto deseamos practicarlo. Sólo pueden ellos ayudarnos en la práctica del mal cuando queremos el mal. Si un hombre fuera propenso al crimen tendrá en torno a él una nube de Espíritus que le alimentarán esta inclinación íntima. Pero lo cercarán también otros, esforzándose en influenciarlo para el bien, lo que restablece el equilibrio de la balanza y lo deja dueño de sus actos. Es así que Dios confía a nuestra conciencia la elección del camino que debamos seguir y la libertad de ceder a una u otra de las influencias opuestas que se ejercen sobre nosotros. (Obra citada, preguntas 465, 465-a, 465-b, 466 y 467.)

C. ¿Cómo podemos neutralizar la influencia de los malos Espíritus?

Practicando el bien y poniendo toda nuestra confianza en Dios, repeleremos la influencia de los Espíritus inferiores y aniquilaremos el imperio que deseen tener sobre nosotros. Para esto, es necesario no atender las sugerencias de los Espíritus que nos suscitan malos pensamientos, que inspiran la discordia y nos incitan las malas pasiones. Debemos desconfiar especialmente de los que exaltan nuestro orgullo, pues nos  atacan por el lado débil. Esta es la razón por la que Jesús, en la oración dominical nos enseñó a decir: “¡Señor! No nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal”. (Obra citada, preguntas 468, 469 y 472.)

D. ¿Tiene el exorcismo alguna eficacia en el tratamiento de la obsesión? En estos casos ¿es la oración una ayuda?

Las fórmulas de exorcismo no tienen ninguna eficacia sobre los malos Espíritus, que se ríen y se obstinan cuando ven que alguien toma eso en serio. En cuanto a la oración, he ahí una poderosa ayuda en el tratamiento de la obsesión. Pero, según el Espiritismo, no basta que alguien murmure algunas palabras para obtener lo que desea. Dios asiste a los que obran, no a los que se limitan a pedir. Es pues indispensable que el obsesado haga por su parte lo necesario para destruir en sí mismo la causa que atrae a los malos Espíritus. (Obra citada, preguntas 475 a 479.)

E. Si no existen los demonios ¿cómo entender la expulsión de los demonios mencionada en el Evangelio?

Depende de la interpretación que se le dé. Si llamamos demonio a un Espíritu malo que subyuga a un individuo, en cuanto se destruya su influencia habrá sido en verdad expulsado. Si le atribuimos al demonio la causa de una enfermedad, cuando la hayamos curado, se podrá decir con certeza que expulsamos al demonio. Una cosa puede ser verdadera o falsa, según el sentido que se dé a las palabras. (Obra citada, pregunta 480.)

 

 

 

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Revista Semanal de Divulgación Espirita