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Año 4 – Nº 188 – 12 de Diciembre del 2010


 

Traducción
Elza Ferreira Navarro - mr.navarro@uol.com.br
 

 

La violencia que nos asuela y su antídoto  


Los últimos días de noviembre se quedaron marcados por la verdadera guerra que se ha registrado en Rio de Janeiro entre policías y traficantes, con todas sus consecuencias funestas que a nadie perdonan, especialmente a los niños.

¿Habrá un antídoto para tal estado de cosas?    

Es evidente que para todo existe un antídoto.

Unos tienen  efecto inmediato, otros sólo producen resultado a largo plazo.

En el caso del tráfico de drogas, la causa central de los disturbios averiguados en Río, son dos los aspectos a considerar.

De un lado están los que adquieren el producto, llevados por una compulsión en que es evidente, no sólo determinada enfermedad catalogadas en los manuales de medicina, pero también una influencia de naturaleza espiritual.

Se aplica a la dependencia química lo que Herculano Pires y otros autores, como André Luiz y Cornélio Pires escribieron a respecto del alcoholismo. El alcohólico no consume solo, como piensa, el alcohol que lo destruirá. El vampirismo espiritual es un hecho conocido y desmenuzado por los estudiosos del Espiritismo.

Es necesario, pues, tratar a los adictos a las drogas, de la misma manera como procuramos tratar a los enfermos en general, asociando, pues, en ese tratamiento, a los medicamentos convencionales, la llamada medicina espiritual conjugada con los recursos educativos.

Emmanuel escribió cierta vez que solamente la educación conseguirá cambiar la cara del mundo en lo cual vivimos. Es por eso que existe la niñez, ese periodo indispensable a la reeducación de los seres que, habiendo vivido por aquí, están de vuelta al escenario terrestre.

De otro lado están los que viven del tráfico y lo entienden como negocio, aunque tengan conciencia de que se trata de una actividad ilegal.

Muchas personas entienden, ingenuamente, que la liberación de las drogas acabaría con el tráfico y, por extensión, con la violencia a él pertinente.

Ocurre que liberar el comercio de las drogas ilícitas es lo mismo que eliminar la vigilancia de las autoridades sanitarias con relación a los medicamentos. Luego, cuando una medicina es vendida en una droguería, todos nosotros esperamos que su composición y sus efectos son del conocimiento de la autoridad que la liberó. Si él fuera nocivo a la salud, ciertamente no tendría conseguido permiso para ser industrializado y vendido a la población.

Así se da con las drogas ilícitas, cuyos efectos dañosos son por demás conocidos, y es por eso, precisamente por eso, que no pueden ser comercializadas.

Es necesario, pues, cuanto a los que se valen del tráfico, la necesaria represión. Ellos no pueden prevalecerse de la fragilidad de los que luchan en contra a la dependencia química para hacer de eso una fuente de renta, fuente esa condenable bajo todos los aspectos por los cuales se considere la cuestión.

En lo  que se refiere a la educación, recordemos que la verdadera educación tiene por fin llevar el individuo a la perfección; pero esa caminata rumbo a la perfección requiere el concurso de aquello que Emmanuel llamó de dos alas: “el sentimiento y la sabiduría”. El sentimiento y la sabiduría – escribió él – son dos alas con que el alma se elevará para la perfección infinita. En el círculo temeroso del orbe terrestre, ambos son clasificados como adelantamiento moral y adelantamiento intelectual, pero, estamos examinando los valores propiamente del mundo, en particular, debemos reconocer que ambos son imprescindibles al progreso, siendo justo, pero, considerar la superioridad del primero sobre el segundo, por eso la parte intelectual sin la moral puede ofrecer numerosas perspectivas de caída, en la repetición de las experiencias, mientras que el avance moral jamás será excesivo, representando el núcleo más importante de las energías evolutivas”. (O Consolador, cuestión n. 204)

La educación, así considerada, nos enseñará a convivir con el prójimo, aceptándolo tal cual es, con sus defectos e imperfecciones, sin la pretensión de corregirlo, porque el verdadero cristiano inspira su semejante con bondad para que él mismo despierte y cambie de conducta de modo propio. 

Dice Joanna de Ángelis que, al bajar de las regiones felices al valle de las aflicciones para ayudarnos, Jesús nos enseñó como deben actuar los que se dicen cristianos. Y evocando el ejemplo del Cristo, la mentora de Divaldo P. Franco recomienda (Leyes Morales de la Vida, cap. 31):

   “Atesta tu confianza en  el Señor y la excelencia de tu fe mediante la convivencia con los hermanos más desdichados que tú mismo.

    Séles la lámpara encendida a clarificarles la marcha.

    Nada esperes de los otros. Sé tú quien ayuda, disculpa, comprende.

    Si ellos te engañan o te traicionan, si te censuran o te exigen lo que no te dan, ámalos más, sufríos más, por eso son más carentes de socorro y amor do que supones.

    Si consiguieras convivir pacíficamente con los amigos difíciles y hazlos compañeros, tendrás logrado éxito, por eso  que Jesús en tu corazón estará siempre reflejado en el trato, en intercambio social con los que te buscan y con los cuales ascienden en dirección a Dios”. 

Si los que intentan librarse de la dependencia química tuviesen el apoyo mencionado por Joanna,  en lugar de la condenación y del desprecio ajeno, es evidente que podrán, sí, erguirse de nuevo y volver a tener una vida normal, del que hay varios ejemplos en la sociedad terrena.


 


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O Consolador
 
Revista Semanal de Divulgación Espirita