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Año 4  161 – 6 de Junio del 2010

ALTAMIRANDO CARNEIRO             
alta_carneiro@uol.com.br 
São Paulo, SP (Brasil)

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

Mukhtar Mai

 
La lucha de una mujer por la dignidad humana

Como una humilde campesina, contra todas las posibilidades, lideró una revolución silenciosa que cambió la faz de una región de su país


La revista Selecciones Reader`s Digest, de mayo del 2008, publicó un reportaje de Robert Kiener con el título “Una mujer puede hacer la diferencia”, sobre  Mukhtar Mai, de la pequeña aldea rural de Mirvala, al sur de la provincia paquistaní de Punjab.

Tras haber sido violada, el camino que ella tendría que seguir, según las costumbres locales, sería cometer suicidio. Pero ella decidió vivir, para luchar por la justicia y ayudar a otras mujeres a tener una vida más digna. Apoyada por los padres y fortalecida espiritualmente por las lecciones del Corán, ella decía: “Soy sólo la primera gota de agua, pero la lluvia vendrá. Y muchas gotas de lluvia acaban formando un gran río”.

Nadie de su familia (padre, madre y cuatro hermanos) sabía leer ni había frecuentado la escuela. Eran, sin embargo, musulmanes devotos, que rezaban cinco veces al día.  Mukhtar tenía una mente privilegiada y conseguía memorizar tramos del Corán. Tranquila, mansa en el hablar, esa mujer altiva  de 1,70 metro de altura pensaba, manteniendo los profundos ojos negros mirando para  bajo: “El Corán me protegerá”.

La familia de Mukhtar Mai es de la casta más baja de los gujar y vivían de escasos recursos de los campos de caña de azúcar y trigo. La casa era de barro y ellos tenían  solamente pocas cabras y bueyes, una vaca y un pedazo de tierra. No disponían de luz eléctrica, teléfono, ni agua corriente. Mukhtar se casó a los 18 años y no tuvo hijos. Una boda arreglada. Ella  no fue feliz. El divorcio era  raro en la Pakistán rural – la mujer era mal vista, pero los padres la apoyaron y, en menos de un año, Mukhtar recibió del marido el talaq  (en la ley islámica, el repudio del hombre a la mujer), que la liberó oficialmente de la boda y le permitió volver para la casa de la familia en Mirvala.

La agresión ocurrió en la noche del 22 de junio del 2002,  cuando Mukhtar Mai tenía 28 años.  El 31 de agosto del 2002, cinco de los seis mastoi (casta superior) condenados (cuatro por violación) fueron absueltos y liberados. El sexto tuvo la pena de muerte conmutada para prisión perpetua.

 “Lo que realmente necesito es de una escuela”, dice Mukhtar al recibir dinero del gobierno

Los activistas de los derechos humanos protestaron contra el veredicto. Hubo también una protesta internacional y el gobierno paquistaní ordenó que los mastoi volvieran a la prisión. Continuaron, entonces, presos, a la espera de un nuevo  juicio.

Ghulam, padre de Mukhtar Mai,  le enseñó a respetar a los más viejos y la prohibía de mentir. “Tenemos muy poco, pero poseemos nuestra honestidad”, decía a la hija, lo que hizo que ella  desarrollara un fuerte sentido sobre lo que es correcto o equivocado.

Cuando, por orden del gobierno,  la ministra federal para las mujeres Attiva Inayatullah le dio un cheque de medio millón de rúpias (cerca de 8.200 dólares – más de lo que su padre ganaría en décadas), Mukhtar,  que jamás había visto un cheque,  dijo: “No necesito dinero. Lo que realmente necesito es una escuela”. Ella tuvo esa idea al notar que la mayoría de personas que se solidarizaron con ella eran educadas. El pago, dijo entonces la ministra, no era una compensación, sino un pequeño símbolo de “nuestra identificación” por el sufrimiento por el cual Mukhtar pasó. Entonces, ella estuvo de acuerdo en recibir el cheque, mientras que pudiera usar el dinero para la construcción de una escuela para niñas.

Determinada, compró un terreno cerca de casa y contrató trabajadores para la construcción de una escuela primaria. Ella también ayudó, haciendo ladrillos de barro y transportándolos para el local de la obra. La Escuela-Modelo para Niñas Mukhtar Mai tomó forma y abrió las puertas en diciembre del 2002. El gobierno pavimentó el camino y trajo luz y teléfono para Mirvala.

Acompañada de guardaespaldas de la policía, ella fue de casa en casa a pedir a los padres que enviaran a las hijas para la nueva escuela. La tarea no fue fácil, pues oía siempre la alegación: “Las niñas no necesitan aprender a leer” o “Sólo los niños necesitan ser educados”. Mukhtar se comprometió, entonces, a mandar una van para buscar a cada niña.

En poco tiempo más de 700 niñas de todas las castas eran allí atendidas

La escuela no tenía lujo. En vez de sillas, las niñas se sentaban sobre sacos de tela de lino. Mukhtar se sentaba al lado de ellas, para también aprender a leer y escribir. Buscó recursos, vendió sus pendientes y una vaca y, cuando la prensa divulgó la historia, le llegaron muchas donaciones. Ella, entonces, contrató carpinteros para hacer asientos y carteras de madera para las alumnas. Fueron instalados ventiladores en el techo, haciendo, así, agradable el ambiente sufocante de las aulas. Con saldo suficiente, ella abrió una escuela para niños en Mirvala y otra para niñas en una aldea próxima. Y más de 700 niños de todas las castas (inclusive de la casta mastoi) se mezclaban libremente en las escuelas.

La acción benemérita no paró ahí. Mujeres, algunas violadas, otras mutiladas, otras apaleadas,  otras con cicatrices horribles en el rostro – víctimas de ataques de ácido – o sin nariz u orejas, castigo para las supuestas adúlteras, buscaban a Mukhtar. Fue entonces creada, al lado de la primera escuela, el Centro Mukhtar Mai de Asistencia de Crisis de la Mujer, para el cual llegan, una media, diariamente, de cinco víctimas en búsqueda de auxilio. Y nadie deja de ser atendida.

“Mukhtar – dice el reportaje – habla bajo y raramente mira al rostro de extraños. Aunque haya viajado mucho y obtenido reconocimiento internacional, es muy tímida, y prefiere que otros hablen por ella. Sus maneras gentiles imponen respeto.” Siempre que ella entra en el patio del colegio, los alumnos vienen y educadamente tocan el sari y le aprietan la mano. “Cuando ando con mis alumnos, me siento en paz”, dice ella.

Mukhtar sonreí cuando ve a Sidra Nazaru, una de las alumnas más inteligentes de la escuela. La niña de 10 años y ojos claros dice que quiere ser médica. Un año antes, los padres de Sidra amenazaron quitarla del colegio porque habían prometido casarla con un hombre de 30 años. Mukhtar enfrentó a la familia, que desistió de la idea. Sidra continuó en la escuela, libre para perseguir su sueño.

Hombres y mujeres, enseña el Espiritismo, deben gozar de derechos iguales

Con las escuelas y el Centro de Asistencia, Mukhtar salvó y continúa salvando a mujeres paquistaníes de la represión de la justicia tradicional, el mismo sistema obsoleto que la hizo víctima de una violación colectiva. Ahora, las mujeres recurren a ella, en vez de someterse al panchayat  local. Como dice el activista paquistaní de derechos humanos Hashid Rehman: “Contra todas las posibilidades, esa humilde campesina lideró una revolución silenciosa".

La ignorancia y el desconocimiento de las enseñanzas de Jesús, aunque ya hayan transcurrido mas de 2 mil años de su pasaje luminoso por la Tierra, ¡ocasionan hechos como ese, en que se discrimina al ser humano por el simple hecho de haber nacido mujer!

La respuesta de las Entidades Veneradas a las preguntas 817 a 822 del Libro de los Espíritus esclarece que Dios dio al hombre y a la mujer la inteligencia del bien y del mal y la facultad de progresar. La inferioridad moral de la mujer en ciertas regiones viene tan solamente del dominio injusto y cruel que el hombre ejerció sobre ella.

La mujer es físicamente más débil que el hombre, para señalarle funciones particulares.  Pero ambos tienen que ayudarse mutuamente en sus pruebas. 

Para que una legislación sea perfectamente justa – enseña el Espiritismo –, debe consagrar igualdad de derechos entre el hombre y la mujer. Todo privilegio concedido a uno y a otro es contrario a la justicia. La emancipación de la mujer sigue el proceso de la civilización, mientras que su esclavización marcha con la barbarie. Los sexos sólo existen en la organización física, pues los Espíritus pueden tomar uno u otro, no habiendo diferencias entre ellos a ese respeto. En base a eso, deben gozar, evidentemente, de los mismos derechos.

En el capítulo del referido libro, publicado por la FEESP, hay una nota a pie de página del traductor, J. Herculano Pires, que esclarece que marido y mujer no son señor y esclava, sino compañeros que desempeñan una tarea común, con responsabilidades idénticas por su realización.

Allan Kardec, al tratar del asunto, aseveró que Dios adecua la organización de cada ser a las funciones que él debe desempeñar. Si Dios dio fuerza física más pequeña a la mujer, le dio al mismo tiempo mayor sensibilidad, en relación a la delicadeza de las funciones maternales y la debilidad de los seres confiados a sus cuidados. Las funciones son diferentes, pero sus derechos deben ser iguales.


 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita