Especial

por Anselmo Ferreira Vasconcelos

El choque entre
la nostalgia y la modernidad

La revista Veja (Vea) publicó recientemente un artículo mínimo inductor sobre el enfrentamiento entre el sentimiento de nostalgía y la realidad actual. Basados en varios estudios, los autores dejaron entrever que, actualmente, prevalece un cuadro en el cual el pasado emerge como algo romántico y añorado, en cuanto el presente es impregnado de pesimismo e insatisfacción. Como suele ocurrir, asuntos como este están sujetos a las más variadas interpretaciones y opiniones, a depender del observador. En lo general, hay la convicción – fundamentada o no - de que las cosas eran mucho mejores en tiempos remotos.

Dicho esto, es consensual, por ejemplo, la opinión sobre los avances extraordinarios obtenidos en el campo tecnológico en las últimas décadas, pero ellos no significan que la vida mejoró. De hecho, en el pasado había una simplicidad inexistente hoy, pues, en ese particular, cabe recordar que tenemos que tener ahora señas para todo, y ellas no nos garantizan la deseada seguridad. Además, en muchos casos se observa lo contrario. ¿Para ilustrar mi razonamiento, quién ya no pasó por la experiencia de llamar para el SAC de una empresa y sentirse, en un momento dado, abandonado y/o descuidado? La desagradable sensación de teclear un menú, que no dispone con rapidez y solicitud el atendimiento por otro ser humano a nuestras necesidades, no es apenas y tan solamente expresión nostálgica, sino la constatación de que no somos suficientemente relevantes. Muchas empresas, aun, literalmente nos empujan para los omnipresentes chats o Apps para la búsqueda de solución – que no siempre ocurre - de nuestros problemas.

De ese modo, una conclusión asoma con mucha claridad en esa comparación: en los tiempos presentes poco valor se da efectivamente al aspecto relativo, a la conversación franca y personal y, por extensión, al auténtico intercambio entre las criaturas humanas en el cual se puede siempre apreciar las verdaderas emociones y expresiones faciales subyacentes. No es por otra razón que se vuelve cada vez más difícil conocer el interior del otro, así como lo que le va, de hecho, en el alma. Todo ese amplio aparato tecnológico que hoy nos “sirve” trajo, paradojamente, elevado distanciamiento entre las personas, como nunca antes ocurrió. Definitivamente, tal conclusión no es en nada positiva por la perspectiva del Espíritu inmortal.

Avanzando en el análisis, para los miembros de la generación baby boomers (nacidos entre 1945 y 1964) como yo, era más o menos implícito en nuestra juventud seguir el siguiente ruta: trabajar mucho, ayudar a la familia, estudiar y  conducirnos con corrección. Si hiciéramos bien nuestra parte, salvo algún accidente de itinerario, subiríamos en la vida. Sentíamos que el mundo estaba totalmente abierto para nosotros.

No obstante, las nuevas generaciones ya no tiene esa certeza. Muchos ya saben que cursar una facultad no les dará necesariamente pasaporte para el éxito profesional. De hecho, hay ocupaciones seriamente amenazadas por la proliferación de la inteligencia artificial, al punto de buscarse una moratoria, como se vio recientemente. En el pasado era normal que un joven ascendiera en la carrera, conquistar su independencia financiera, salir de la casa de los padres y formar su propia familia como procesos naturales. Infelizmente, el mismo ciclo saludable ya no es totalmente observable en la actualidad, pues muchos jóvenes no consiguen avanzar o encontrar un camino. Tal resultado, convengamos, no es indicador de prosperidad y avance social.

Por otro lado, me acuerdo de mí madre como figura central en la composición de la armonía del hogar, siempre presente a dar consejos y orientaciones. El mismo cuadro yo observaba, a propósito, en la familia de mis amigos. Pero es igualmente hecho incontestable que la realidad moderna contrasta flagrantemente con la del pasado, en la cual la mujer se dedicaba en tiempo integral al hogar, dándole, sin duda, más solidez. Por varias razones, la mujer se introdujo en el mercado de trabajo, cambiando dramáticamente esa situación, hasta porque el patriarca moderno ya no consigue obtener, como otrora, una renta suficiente para sustentar solo a su familia. Algunos argumentan que tal cambio causó cierta desestructuración en los hogares, ya que las madres no están más totalmente disponibles para los cuidados de la familia como ocurria antes. Paralelamente, ya es tema de amplio debate la frialdad en las comidas en familia por causa del uso intensivo del celular. Algunas, además, hay la expresa prohibición del uso de esos aparatos en tales ocasiones, de modo que los saludables diálogos ocurran entre los miembros.

También no es simplemente nostalgía el hecho de que las personas eran más discretas en su conducta sexual. Tenían el recato de guardar ciertas cosas solamente para sí, diferente de la actualidad en la cual se abren determinados temas e inclinaciones. Además, muchos artistas y celebridades exponen hoy, con la mayor naturalidad y sin ceremonias, sus preferencias y gustos que harían ruborizar hasta al Marqués de Sade. Hay innegablemente una necesidad frenética de exhibición de los cuerpos enteramente o parcialmente – en la mejor de las hipótesis – desnudos, como si viviéramos en pleno Jardín del Eden.

Otros, aun, se sienten impulsados a opinar sobre cualquier asunto sin cualquier freno ético, conocimiento o capacitación para tal. O sea, vivimos en un contexto donde el erotismo y la ignorancia asumieron papel preponderantes, llegando a la bera del mal gusto y el libertinaje. A propósito, hablar palabrotas o abusar de lenguaje grosero se volvió cosa absolutamente común, inclusive – ¡valgame Dios! - en algunos programas periodísticos, antiguo bastión de la letra. En el mundo moderno, hay poco aprecio por la elegancia en el lenguaje, por el estilo recatado y sereno en el proceder y por el equilibrio comportamental. En el mundo contemporáneo hay gran división entre las criaturas prevaleciendo poco respeto y tolerancia a la opinión ajena.

Aun por el lado comportamental, vale mencionar que una de las investigaciones, que sirvió de base al artículo arriba citado, ostenta el preocupante dato de que 200.000 escuchas a lo largo de una década declararon que hubo un retroceso ético y moral en el 84% de las cuestiones puestas. En efecto, se trata ahí de un pilar en el desenvolvimiento espiritual de las personas. Al final de cuentas, sin una clara y sana dirección en ese particular, ciertamente el individuo cogerá resultados amargos en su trayectoría de vida.

En ese sentido, cabe resaltar que las instituciones – pilares de la sociedad – están en profunda crisis y sus propuestos solo la profundizan, ya que sus intervenciones son generalmente desastrosas. Sus palabras y actitudes denotan, no es raro, completo descontrol e incompatibilidad con la posición que ocupan. Vale recordar que un conocido comentarista periodista expresó su descontento con ese estado de cosas atribuyéndolo a la falta de ética y moralidad vigentes. Es verdad que siempre dejamos – en cuanto nación – a desear en esas importantísimas dimensiones, inclusive en el pasado. Pero en el cuadro actual, es innegable que ellas alcanzarón otro espacio de “degradación moral”, en las palabras del citado profesional de emprensa.

Para intentar explicar tal percepción sombría, se puede conjeturar que tal vez esté faltando en los tiempos actuales el necesario énfasis de que hay también cosas buenas ocurriendo. Es evidente que sí. Todavía, ellas parecen no conseguir sobrepujar las percepciones contrarias de pesimismo y desaliento. Sea como fuera, el asunto es complejo demandando más análisis, que ciertamente cansarían al lector en un único artículo. No obstante, “... llegados son los tiempos de hacer que los hombres conozcan la verdad”, conforme otrora afirmó Allan Kardec. Esa verdad, que abarca la realidad del Espíritu inmortal, nos llama a la realización de cambios en nuestra manera de ver y ser.

Siendo así, es llegada la hora de mirar más críticamente para nuestro yo interior e indagar si estamos realmente contribuyendo para un mundo mejor. En ese sentido, tengamos en mente que Dios espera (siempre) de nosotros acciones y actitudes volcadas al bien mayor para que el planeta pueda ser, en fin, regenerado y la vida, por extensión, cada vez mejor para todos.  


 

Traducción:
Isabel Porras
isabelporras1@gmail.com

 
 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita