Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada
 

 

Tema: Perseverancia


El manacá


Mariana vivía en una pequeña ciudad del interior. Ella adoraba el contacto con la naturaleza y cuidaba tanto de los perros como de las macetas. Su casa tenía un patio trasero grande y bonito, que era muy cuidado por su madre.

Ella sabía que a su hija no le daba pereza ayudar en las tareas de la casa y por eso, un día, le propuso:

- Mariana, ¿me ayudas a plantar este retoño que compré? Es un manacá, un hermoso árbol que siempre está muy florido. ¡Ven, voy a mostrarte!

La mamá le mostró una foto de un manacá grande y florido. A Mariana le pareció una belleza. Parecía un enorme bouquet de flores blancas, rosas y violetas.

- ¡Qué lindo! ¡Sí, te ayudo! – respondió la niña, entusiasmada.

Ellas, entonces, conversaron sobre dónde plantar el manacá y decidieron colocarlo cerca del portón, enfrente de la baranda de la casa, para que quede muy expuesto y sea admirado siempre.

Las dos, contentas, comenzaron a trabajar. Hicieron un hueco grande con la azada, después cogieron el retoño del saquito y lo colocaron dentro. Alrededor de la plantita, colocaron tierra ya mezclada con abono. Mariana apretó bien la tierra con las manos para dejar al retoño firme. Para finalizar, la niña buscó la regadera y mojó el retoñito hasta que la tierra quedó muy húmeda.

Mariana quedó muy satisfecha. Ya se imaginaba balanceándose en la hamaca de la baranda y mirando el manacá todo florido.

Al día siguiente, la niña fue a ver cuánto había crecido el retoño. Pero, para su sorpresa, estaba igual.

¡Ella y su mamá se habían esmerado tanto con esa planta!... Por eso ella esperaba que el retoño ya hubiera crecido por lo menos un poquito. ¡Pero nada! Parecía incluso que las hojas estaban más marchitas.

Mariana, decepcionada, fue a conversar con su mamá, quien le explicó:

- Calma, querida, eso es normal. A veces, las raíces se marchitan cuando pasamos la planta del saquito a la tierra. Pero ahora, poco a poco, el manacá se va a fijar en el suelo, se fortalecerá y comenzará a crecer. Vamos a continuar cuidándolo.

La mamá le recomendó a Mariana que cuidara del manacá todos los días y la niña así lo hizo. Todas las mañanas, ella regaba y observaba la planta. Las hojas parecían estar bien, pero continuaba del mismo tamaño.

Los días pasaban y Mariana no veía ningún progreso. Ella comenzó a desanimarse de cuidar del manacá. “¡Tengo que cargar esta regadera pesada! ¿Para qué? ¡No sirve de nada! Creo que ese manacá no va a crecer más”, pensaba.

Aun así, la mamá de Mariana le insistía que persistiera en su tarea, pues hacía días que no llovía y el clima estaba muy seco.

Lo que Mariana no sabía es que las raíces del manacá estaban creciendo y se volvían más numeras y más fuertes cada día. Poco a poco, fueron penetrando más profundo en el suelo, de donde podían absorber más nutrientes.

Pasaron varios meses antes de que Mariana pudiera creer realmente que el manacá se estaba desarrollando. Cuando ya estaba firme en la tierra, con raíces fuertes y profundas, su tallo empezó a crecer más rápido.

Un día, Mariana vio que se había formado un capullito. En unos días, apareció una hermosa flor blanca. Luego aparecieron otras. Poco a poco, el manacá se convirtió en un árbol maravilloso.

Un día, columpiándose en la hamaca de la baranda, Mariana miró la manacá en plena floración y se sintió feliz por haber plantado con amor el retoño y regado la plantita todos esos días.

También pensó en lo que había aprendido con el manacá.

Muchas cosas no tienen un resultado inmediato. De hecho, los grandes logros toman tiempo. A veces, puede parecer que las cosas buenas que hacemos no tienen importancia. Pero vale la pena persistir en las buenas iniciativas, porque un día ellas florecerán.


Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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