Especial

por José Passini

El Consolador Prometido

Jesús, sabiendo que Sus enseñanzas, aunque anotadas por algunos discípulos, sufrirían interpretaciones y modificaciones variadas, prometió enviar el Consolador:

Y yo rogaré al Padre, y Él os dará otro Consolador, para que quede con vosotros para siempre. (Juan, 14: 16).

Pero aquel Consolador, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mí nombre, ese os enseñará todas las cosas, y os hará recordar todo cuanto os he dicho. (Juan, 15: 26).

Aun tengo mucho que deciros, pero vosotros no lo podéis soportar ahora. Pero, cuando viniera aquel Espíritu de verdad, él os guiará en toda la verdad; porque no hablará de sí mismo, si no dirá todo lo que hubiera oído, y os anunciará lo que ha de venir. (Juan, 16: 12 e 13).

Por las afirmaciones de Jesús, se ve claramente que el Consolador prometido no sería una persona. Sería un mensaje, recordando Sus enseñanzas y portador de nuevas informaciones a la Humanidad.

Entre tanto, ese mensaje habría, necesariamente, de ser divulgado por un agente, por un Misionero, encarnado en la Tierra.

Pero, ¿cuál debería ser el perfil de ese Misionero? Tendría que ser alguien muy culto, práctico y objetivo, capaz de incentivar un retorno a la simplicidad y a la objetividad de las enseñanzas y ejemplos de Jesús, retirándolos de las solemnidades de los templos y volviendolos a la vida común, a la convivencia humana, conforme Sus recomendaciones registradas por dos evangelistas: Id, he que os mando como corderos en medio de lobos. (Lucas, 10:3) He que os envío como ovejas en medio de lobos; por tanto sed prudentes como las serpientes y simples como las palomas. (Mateo, 10:16)

El Misionero encargado de divulgar ese nuevo mensaje debería ser alguien muy espiritualizado, pero no un místico que pensase y obrase fuera de la objetividad de la vida humana. Ni podría ser un líder ya comprometido con alguna religión, como se dió con Lutero, que era sacerdote católico cuando se rebeló contra la interpretación del Nuevo Testamento y contra las interpretaciones y las prácticas religiosas del Catolicismo, fundando el Protestantismo.

Ese Misionero tampoco no podría ser un místico, aislado, encastillado en un templo religioso, apenas para repetir oraciones, a presidir actos litúrgicos en medio de rituales y cánticos de adoración y loor. Debería ser alguien que conviviese con las personas en lo cotidiano, conociendo los desafios de la lucha en la convivencia en sociedad. Debería ser alguien capaz de presentar directrices para enfrentar esos desafios, dentro de los parámetros éticos y morales trazados por Jesús, conforme es registrado en los Evangelios.

El Misionero encargado de cumplir la promesa de Jesús encarnó en Francia, en Lyon en el día 3 de octubre de 1804, hijo de una familia católica, de tradición en el área del Derecho, que lo envió a Suiza, a Iverdum, aun niño, a fin de estudiar en un colegio laico, dirigido por uno de los más ilustres y competentes educadores que el mundo conoció: Pestalozzi.

Ahí surge una pregunta: ¿Por qué una familia católica enviaría a un niño francés a un colegio extrangero que, aunque no confesional, se orientaba dentro de los principios religiosos registrados en el Nuevo Testamento, cuyo director, profundamente cristiano, era adepto de la Reforma?

Porque el conocimiento de los hechos relatados en el Nuevo Testamento – base esencial para el cumplimiento de su misión de traer el Consolador Prometido – no era de libre acceso al público religioso, a no ser en el medio laico o protestante. En el medio católico, el manoseo y el estudio del Nuevo Testamento eran restringidos apenas al círculo sacerdotal.

En Iverdum, o futuro Misionero tendría donde informarse directamente sobre las directrizes espirituales enseñandas y vividas por Jesús, registradas en esa parte de la Biblia. Compulsando directamente ese libro, desde niño, el joven francés conoció a Jesús amparando, enseñando, curando, consolando, en todos los lugares a donde iba, hablando de Dios, de amor, de caridad, de fraternidad, en cuanto curaba heridos y lisados del cuerpo y del alma, casi siempre lejos de los templos y de las solemnidades religiosas.

Así, el niño conoció a Jesús como un educador de almas, enseñando y actuando en la vida práctica, lejos del ambiente eclesiástico, místico, creado por el Catolicismo Romano y por otras concepciones cristianas. Esa fue la preparación del Misionero que sería el divulgador del Consolador prometido por Jesús.   

En la edad adulta, de vuelta a Francia, se dedicó al magisterio durante treinta años, actividad en que se notabilizó no sólo como docente en varios sectores, sino también como autor de muchas obras, destacándose aquellas volcadas a la educación. Publicó más de una decena de libros, habiéndose revelado no solo como profesor, si no sí como un profundo educador, como hombre de alta religiosidad, sin ser un místico.

Espíritu perspicaz, inteligencia superior, a los 50 anos, fue invitado a participar de reuniones en que se suponía la comunicación de Espíritus, hecho que no le era del todo extraño delante del conocimiento que tenía del intercambio con el Mundo Espiritual recomendado por el Apóstol Pablo: Seguid la caridad y procurad con celo los dones espirituales, pero principalmente el de profetizar. (I Co, 14).

Entendiendo la necesidad de la aplicación de las enseñanzas de Jesús a la vida práctica, fuera de los templos, el Misionero sometió a los Espíritus Superiores a preguntas que surgieron a lo largo de los dicienueve siglos de evolución que la sociedad humana conoció. La inteligencia humana produjo maravillas. Las preguntas eran otras, pues la inteligencia produjo verdaderos prodigios en todas las actividades humanas. El mundo cambió. En el ambiente religioso fueron introducidas actividades inexistentes en el tiempo de Jesús. Por eso, ese nuevo mensaje debería llevar a las criaturas de vuelta a la simplicidad, a la objetividad y, principalmente, a la espiritualidad del mensaje de Jesús, retirándola de los templos, de las solemnidades religiosas, llevandola a la vida cotidiana, conforme ejemplos del Maestro al dejar una de Sus más valiosas enseñanzas en el Monte, que fueron registradas como el Sermón del Monte.

En el estudio del Nuevo Testamento, cuando joven, entendió, por las enseñanzas y ejemplos de Jesús, que religión es para la vida, para ser vivida en todos los lugares, en todas las horas y no sólo durante el culto en lugares dichos sagrados. En ese libro, encontró aun la recomendación de la oración en el hogar, lejos de rituales y de solemnidades religiosas practicadas en el interior de templos:

Pero tú, cuando oraras, entra en tu aposento, y, cerrando tu puerta, ora a tú Padre que está oculto; y tú Padre, que ve secretamente, te recompensará. (Mateo, 6:6)

Y, orando, no uses de vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por mucho hablar serán oídos. (Mateo, 6:7)

Así, desde la infancia, vió a Jesús enseñando y actuando directamente en la vida práctica, lejos del ambiente místico, eclesiástico, creado por el Catolicismo Romano.

En París, el Profesor Rivail fue invitado a participar de un grupo de estudiosos que mantenían investigación sobre comunicación con Espíritus, donde verificó que el profetismo, que conoció en el Nuevo Testamento, continuaba, esto es, que Espíritus se comunicaban como en los tiempos apostólicos, conforme leyó en la Primera Carta del Apóstol Pablo, dirigida a los Coríntios, en su capítulo 14: Seguid la caridad, y procurad con celo los dones espirituales, pero principalmente el de profetizar.

Así, estableció provechoso diálogo con Espíritus a través de profetas del mundo moderno los cuales denominó “médiuns”. Ese provechoso diálogo le posibilitó publicar inicialmente El Libro de los Espíritus, bajo el pseudónimo de Allan Kardec, buscando que la obra se revelase por  su valor propio y no escudada en su nombre ya famoso en los medios literarios de París. En esa obra, aborda y esclarece numerosas enseñanzas de Jesús que no habían sido objeto de estudio y de aplicación a la vida por los estudiosos de varias religiones, dejándolos apenas en el campo abstrato de la teología.

Con los conocimientos asimilados en el Nuevo Testamento, el Misionero encontró numerosos fundamentos seguros para presentar al mundo moderno la doctrina de las vidas sucesivas, la reencarnación, proclamada por el propio Maestro en varias ocasiones, como en esa afirmación a los discípulos, refiriéndose a Juan Bautista: Porque todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan. Y, si queréis dar crédito, es este Elías que había de venir. (Mat. 11:13 y 14).

Dentro de actuaciones muchos rescates de los tiempos apostólicos, está el pase, nombrado en el Nuevo Testamento como “imposición de manos”, práctica llevada a efecto por Jesús y por él recomendada: ... y pusieron las manos sobre los enfermos, y los curaron. (Marcos, 16:18).

Así, se ve que cupo a ese Misionero sacar las enseñanzas de Jesús del campo eminentemente emocional en que fueron confinados por los teólogos, demostrando que el Maestro hablaba al corazón, usando un discurso religioso fundamentado en la razón, conforme puede ser constatado en afirmaciones como esa: ¿Y Cúal de vosotros es el hombre que, pidiéndole pan su hijo, le dará una piedra? ¿Y pidiéndole un pez, le dará una serpiente? Si vosotros, pues, siendo malos, sabéis dar buenas cosas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre, que está en los cielos, dará bienes a los que los pidieran? (Mat, 7:9 a 11).

El Consolador vino no para combatir las interpretaciones asumidas por las varias corrientes religiosas que se habían formado con base en interpretaciones particulares de las enseñanzas de Jesús, si no para restaurar la esencia de Sus enseñanzas y ejemplos en su pureza y simplicidad originales.

Vino para sacar del medio eclesiástico, místico, de los templos, las enseñanzas y las prácticas de Jesús, lanzándolos a la vida, de conformidad con la respuesta dada a la bera del pozo de Jacob por el Maestro a la samaritana, que Le preguntó si debería adorar a Dios en Jerusalén, en el templo: ... ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Dios es Espíritu, e importa que los que lo adoran lo adoren en espíritu y en verdad. (Ju, 4:24)

Basandose en el más amplio y profundo diálogo habido entre el Mundo Material y el Mundo Espiritual, el Misionero enviado por Jesús publicó en 1860 la edición definitiva de El Libro de los Espíritus, bajo el pseudónimo de Allan Kardec, pues, como ya dijimos, no deseó que su obra se abrigase bajo su nombre ya famoso en los medios académicos franceses: Prof. Hippolyte Léon Denizard Rivail. 
 

Traducción:
Isabel Porras
isabelporras1@gmail.com

 
 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita