Especial

por Marcus Vinicius de Azevedo Braga

¿Precisamos de un serpentario en las leyes morales?

El ciclo zodiacal está compuesto de 12 signos, una tradición milenaria que ganó espacio en la cultura occidental y que hoy permite cualquier discusión sobre tendencias del futuro y sobre el autoconocimiento, en especial por la práctica de la construcción de mapas astrales, ocupando espacios en la televisión y en las redes sociales, con gran popularidad.

Pero, la astrología ya fue objeto de una cuestión controvertida reciente. Por detenerse la observación del cielo, y por tener su origen en la antiguedad, se discutió que el cielo, como era en la época, es diferente de lo que es hoy. Y que en verdad, después de muchas discusiones, los astrónomos llegaron a la conclusión de que el ciclo zodiacal sería compuesto de 13 signos, con el surgimiento de uno nuevo, llamado por estos de serpentario (Ophiucus).

Por obvio esa cuestión de la astronomía, al encontrarse con la astrología, fue objeto de gran polémica, que no es el foco de nuestra discusión. Ella nos interesa por un sesgo metafórico. Una idea de que así como el cielo cambia, en la dinámica del universo, a los ojos del observador humano, el mundo también se modifica, y cosas que fueron pensadas en el pasado pueden hoy ser objeto de ajustes y actualizaciones.

Ahí llegamos al objeto de análisis de este artículo. Las doce leyes morales traídas en la parte tercera de El Libro de los Espíritus, una estructuración traída por Kardec para el tratamiento de los asuntos relevantes para la vida del espíritu, de un mundo de 1857, y que hoy, pasados más de 160 años, aun pauta nuestras discusiones, dado su destaque en la obra básica de la doctrina espírita. (1)

¿Esas doce leyes, como están allá en El Libro de los Espíritus, atienden a la realidad de la sociedad moderna? ¿Cabe algún ajuste, añadido? ¿Sería necesaría una nueva “cajita”, representando una nueva ley para contemplar lo que no fue tratado, incluido un serpentario en la parte de las Leyes morales? No se trata aquí de desvirtuar o empequeñecer nuestra obra básica, pero sí una discusión de cómo conducir nuestro esfuerzo interpretativo de esas verdades a la luz del mundo actual, entrever su pertinencia, pero también lagunas que precisamos suplir, por la reflexión, anclados en esa base sólida.

En la ley divina o natural se trazan límites entre el bien y el mal, siendo pionera la codificación al huir del maniqueísmo de un mal total, en una tendencia que hoy se vuelve consenso en los debates filosóficos más elaborados y en las piezas cinematográficas. La vida del siglo XXI se vuelve más compleja, y se hace necesario que esa discusión de cumplir la ley divina sea más densa, para que entendamos bien lo que es estar en el camino del bien.

Tratando de temas áridos, la ley de adoración se detiene sobre nuestras formas de lidiar con la espiritualidad, con nuestra percepción de la divinidad, muy pertinente en un mundo de sepulcros encalados y la persistencia de soluciones contemplativas para los problemas reales. La prevalencia de esos modelos, pasado tanto tiempo, por sí solo, ya es un motivo de profunda reflexión y debate.

En una sociedad de hiperconexión y de exploración desalmada de la fuerza de trabajo, los saberes traídos por la Ley del trabajo aun se hacen relevantes. Pero, carece aun de una discusión doctrinaria más profunda el trato de las nuevas formas de exploración del hombre por el hombre en relaciones con tonos esclavagistas, y que aun persisten, aliadas a la ganancia que destruye hogares y la salud por el acúmulo del vil metal.

Superpoblación, sexualidad y relaciones humanas figuran juntas en la ley de reproducción, pero esas cuestiones transcienden la visión de la perpetuación de la especie, y mucho se ha de discutir en esos temas, a la luz de los argumentos de la Doutrina Espírita, como fuente de esclarecimiento delante de temas tan actuales y que aun atraviesan las bancadas de científicos y las conversaciones del sentido común.

En la ley de conservación los espíritus traen el tema actualísimo de “¿cuánto vale una vida?”, la nuestra y la de nuestro prójimo, lo que dialoga en mucho con una sociedad de consumo, en la cual la vida se disipa en el cambio por cosas, muchas de ellas superfluas, al mismo tiempo que para muchos falta lo esencial. La discusión de la necesidad nunca fue tan apremiante y la doctrina espírita tiene mucho que contribuir con esa discusión.

Una sociedad que ha sido tomada por una gramática de truculencia, en la cual avances en los derechos humanos obtenidos en la pós-guerra pierden fuerza, precisa del contenido en la ley de destrucción de El Libro de los Espíritus, en una visión amplia de la defensa de la vida, de una cultura de no violencia y de entendimiento de que la guerra es un fenómeno a ser barrido. Discusiones antiguas de un problema que aun se presenta tan actual.

La ley de sociedad viene a llenar el vacío de un tiempo de nihilismo, de individualidad, de fosos entre los ciudadanos, olvidados de la interdependencia entre todos nosotros. La vida social, en los diversos espación, es una necesidad traída por la Doctrina espírita y que aun figura como lección no aprendida, aislados en nuestros muros y copropiedad, atemorizados por el otro y por la violencia, en una sociedad tecnológica y que aun padece de problemas seculares.

Al leer en las páginas espíritas sobre la marcha inevitable del progreso, tenemos la ilusión de que este se dará sin nuestro concurso, alimentando la idea de ser arrastados para la regeneración y no de que eso es una construcción. Tal vez esté faltando ese rescate de la Ley del progreso, de que el derivará de nosotros, y no una imposición externa, mesiánica. Esa reflexión nos ahorraría de muchas afirmaciones equivocadas que vemos por ahí, en las discusiones espíritas.

Un mundo aun tan desigual, en múltiples aspectos, y que oscila entre discursos torcidos de meritocracia aliados al desprecio por los flagelos sociales, ciego para los bolsillos de pobreza y todo que deriva de la falta de lo necesario, se debate, aun, en la falta del enfrentamiento real de la cuestión de la desigualdad, que solo hace aumentar desde los tiempos de Kardec, aunque nos veamos vanidosos con los avances conquistados. ¿Revisar esa ley podría rescatarnos de esa encrucijada?

Tal vez la libertad sea la palabra más polisémica de este siglo XXI, cabiendo en sus significados tradicionales y en sus antítesis. Pasados más de 160 años, la esclavitud resiste y se reinventa, de diversas formas, y el fatalismo congelante que se propone a enfrentar el miedo de la inseguridad, aun figura en palabras distantes de la racionalidad necesaría, haciendo también de la Ley de libertad un base para muchas discusiones actuales.

La dureza de la justicia encuentra la candidez del amor en la décima primera ley, la de justicia, de amor y de caridad, mediando las relaciones humanas con el sentimiento cristiano por excelencia: el amor. Verdades aun tan presentes y poco aprendidas, en una vida que anda con mucho amor en los labios y poco en el corazón. Un amor que vea al otro, sus límites, aliado la idea de justicia, siendo así un sentimiento sustentable.

Por fin, Kardec trata “De la perfección moral”, del autoconocimiento, de las virtudes y del hombre de bien. En un mundo en el cual la hipocresia, como gramática, resurge de forma visceral, el conocimiento espírita contenido en esa ley moral se presenta como un antídoto para el moralismo farisaico, en la construcción de un hombre de bien real, vivo, y necesario para el mundo que despunta.

Como se ve, las doce leyes de la parte tercera aun traen la base de relevantes discusiones, de problemas que aun asolan al hombre del siglo XXI, que ve las estrellas, pero no percibe a su prójimo. ¿Precisamos de un serpentario, de uma décima tercera ley moral para construir el reino de Dios tan deseado? Tal vez no... Esos doce tópicos traidos por los espíritus de la codificación ya se presentan como un mapa a guiarnos en ese mundo tan nebuloso.

Hay aun mucho que discutir, adaptar y combinar de las Leyes morales de 1857 con el mundo del siglo XXI. Los breves análisis indicaron que en algunas de estas muy poco se avanzó, y en algunas, tuvimos el llamado vuelo de gallina, corto y decepcionante. Falta al espírita redescubrir esas leyes, en un sentido amplio, concatenado, para la aplicación de esas discusiones en los rumbos a ser adoptados en estos tiempos tan conflictivos. Respuestas que están allá, esperando apenas nuestras interpretaciones para que ellas sean instrumentos de transformación del mundo.


(1) 
Conforme dispone la pregunta 648 de El Libro de los Espíritus, la ley natural se divide en diez partes. Con todo, como la décima parte incluye tres temas (justicia, amor y caridad), el articulista consideró en este artículo, para nuestra reflexión, la existencia de doce leyes. (Nota de la Redacción)  
 

Traducción:
Isabel Porras
isabelporras1@gmail.com

 
 

     
     

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 Revista Semanal de Divulgação Espírita