Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 

Tema: Hacer el bien sin mirar a quién


Un hombre de bien


Ricardo era un hombre muy rico. Poseía varias empresas, con muchos empleados. Pero su rutina era muy desgastante.

Un día, decidió tomarse una tarde libre para descansar y eligió ir a pescar. Ciertamente el contacto con la naturaleza, el silencio y unas horas de paz le harían mucho bien.

Ricardo acostumbraba a vestirse con ropas caras y bonitas, pero ese día se vistió con solo una camiseta, una bermuda y un par de zapatillas. Decidió dejar el celular en casa. Quería relajarse.

Tomó su caña de pescar y otros objetos y se dirigió a la ribera de un pequeño río, lejos de la ciudad, donde él acostumbraba a ir con su abuelo cuando era pequeño.

Ricardo se sentó en la orilla del río, lanzó el anzuelo y se quedó ahí, apreciando el paisaje, el viento, los sonidos de la naturaleza…

Se quedó por un buen tiempo. Consiguió pescar algunos peces y distraerse como quería. Pero Ricardo no estaba acostumbrado a observar las señales del cielo y no reparó en que se acercaba una fuerte tormenta. El viento soplaba con fuerza y ​​no tardó mucho en caer un gran aguacero. Ricardo terminó empapado totalmente en pocos segundos y se dio cuenta de que no iba a poder pescar nada más con ese clima. Entonces, recogió sus cosas y corrió para irse lo más rápido posible. En la huida, resbaló y se ensució todo en el barro.

Así que cuando consiguió llegar al carro, Ricardo lo encendió y aceleró. El carro, sin embargo, a pesar de ser potente, no se movía del lugar. Él había estacionado en la tierra y ahora, con el terreno mojado, las ruedas patinaban por el lodo. Nervioso, aceleró incluso más, pero solo logró dejar el carro atascado.

Ricardo se quedó dentro del carro, esperando a que la lluvia pasara. No sabía qué hacer. Cuando la lluvia fue disminuyendo, Ricardo salió y caminó hasta el camino en busca de ayuda.

Cuando pasaba algún carro él gesticulaba, pedía que el carro se detuviera. Pero nadie paraba. Él no tenía ni siquiera una oportunidad de explicar quién era y lo que había pasado.

“Deben pensar que soy un asaltante”, pensó. “Nadie va a detenerse aquí, en medio de la nada, ¡para ayudar una persona con mi apariencia!”

Comenzó a tener con miedo. Pronto sería de noche. ¿Qué iba a hacer?

Fue entonces cuando Ricardo vio a una persona caminando por la misma calle, en dirección a él. Caminaba rápido y Ricardo se asustó. ¿Y si se tratara de un ladrón?

Pero no lo era. Al contrario, el hombre era una persona de bien. Cuando llegó más cerca, saludó a Ricardo, bajando la cabeza. Ricardo todavía se sentía desconfiado, no sabía si podía confiar en ese desconocido.

El hombre se dio cuenta de que Ricardo tenía problemas. Parecía aterrado, además de estar todo mojado, sucio y con frío. El hombre imaginó que era una persona sencilla, sin recursos y se adelantó:

- ¿Está perdido? ¿Puedo ayudarle de alguna forma?

Ricardo dijo que sí, que necesitaba un teléfono. El hombre no tenía uno. Pero invitó a Ricardo a su casa que estaba por ahí cerca, al borde del camino.

Ricardo lo acompañó y, mientras caminaban, la noche cayó. La casa era muy sencilla y pequeña, pero limpia. No tenía energía eléctrica, y por eso el hombre encendió su linterna y unas velas.

Después, calentó comida para los dos y le ofreció ropa seca y limpia que Ricardo tuvo que aceptar. Le dijo que se llamaba Tadeo y que trabajaba en un local cerca de ahí, haciendo servicios generales.

Ricardo no contó lo que hacía. Solo dijo que había venido a pescar, pero hacía mucho tiempo que no pescaba ahí y, con la lluvia, sin ver bien el camino, se había perdido.

Después, Tadeo arregló su cama para que Ricardo durmiera en ella. Él mismo durmió en el piso sobre un cobertor.

Ricardo aceptó, conmovido, la generosidad del hombre. Él no sabía de la riqueza de Ricardo, ni quién era, o qué hacía, y aun así lo había salvado de aquella difícil situación.

Al otro día, por la mañana, Tadeo hizo el desayuno para su huésped y después llevó a Ricardo hasta una tienda, donde pudo usar un teléfono.

En poco tiempo, llegaron dos carros grandes con choferes y empleados de Ricardo. Uno de ellos para llevar a Ricardo a su casa y el otro para ir a rescatar el carro atrapado.

Solo entonces Tadeo se dio cuenta de que Ricardo era un hombre rico.

Ricardo agradeció la ayuda y se fue. Pero volvió de unos días después.

Trajo muchos regalos para Tadeo: una bicicleta, para que ya no tuviera que ir caminando al trabajo, una canasta con comidas deliciosas, ropa y zapatos bonitos y un gran abrazo de amistad y gratitud.

Tadeo quedó sorprendido y muy feliz. Humildemente, agradeció y dijo a Ricardo que no necesitaba incomodarse.

- Lo sé, Tadeo. Me ayudaste de corazón, sin ningún interés. Ni sabías si yo podía retribuirte. Pero si yo puedo ayudarte también, soy yo quien queda feliz.

Incluso con vidas tan diferentes, los dos se volvieron amigos porque tenían la sinceridad y la bondad en común. Ricardo volvió a casa de Tadeo muchas veces. Algunas veces para escapar del estrés, otras veces para llevar alguna ayuda, o solo para simplemente conversar.

Y fue así como de una situación mala surgió una bonita amistad.

Gracias a la buena voluntad de un hombre de bien.



 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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