Especial

por Ricardo Baesso de Oliveira

Obsesión: la experiencia de Edith Fiore

Edith Fiore es una psicóloga norte-americana que admitió los conceptos de la sobrevivencia del alma y de la reencarnación, y los aplicó en su práctica psicoterapéutica. Publicó, en 1987, una obra - Posesión espiritual -, relatando gran parte de su experiencia, conquistada durante varios años, habiendo atendido a más de quinientos pacientes.

Edith se valió del término posesión para referirse a las influencias perniciosas de seres desencarnados sobre los individuos. Los espíritas prefiren la expresión obsesión, pues posesión da la idea equivocada de que el Espíritu toma posesión del cuerpo de su víctima. Lo que ocurre, en verdad, es una influencia en el campo mental. La personalidad envuelta pasa a asimilar los pensamientos y sentimientos del desencarnado, derivando de ese hecho, una sintomatología variada.

Fiore se graduó en psicología por la Universidad de Miami, en 1969, e inició su actividad psicoterapéutica por la técnica de la hipnosis. A través de la hipnosis, ella conseguía un mayor relajamiento del paciente, auxiliándolo a comprender la dinámica de sus trastornos mentales. Ella consideraba la hipnosis como uno de los medios más rápidos de alcanzar la mente subconsciente, deposito de todos los recuerdos.

Algo extraño, eventualmente, ocurría con algunos de sus pacientes.  Inducidos al relajamiento, se comportaban de una forma extraña, como si estuviera manifestándose, a través de ellos, otra personalidad. Dialogando con esa supuesta personalidad, verificó que eran seres desencarnados que venían acompañando a su paciente, a veces, por muchos años, y que los síntomas perturbadores estaban relacionados a aquella influencia. Y lo más importante. Al dialogar con la supuesta “alma del otro mundo” y esclarecerla de su condición, convenciéndola a acompañar a los “seres de luz”, los pacientes mejoraban acentuadamente. Muchos pacientes se quejaban de tener a alguien dentro de ellos. Edith supuso que fuesen médiuns reacios. Cuando los Espíritus se mostraban dispuestos a repasar el propio comportamiento, ella invocaba a amigos espirituales próximos de la vcítima o parientes desencarnados para ayudarlos.

Según ella las entidades que no habían hecho transiciones bien exitosas para la vida futura causaban problemas, afectando a las personas de maneras dañinas y destructivas por medio de la posesión. Del auxilio dado a los espíritus obsesores para salir resultaba la eliminación de los efectos devastadores, no es raro modificando dramáticamente vidas interas.

La sorprendió profundamente el hecho de que desde que me di cuenta de ese fenómeno descubrí que por lo menos el setenta por ciento de mis pacientes eran poseídos y que esa situación les causaba la molestia. Mostró que la mayoría de los casos tuvo soluciones directas y sin complicaciones – algunos pacientes mejoraban con apenas una sesión - pero algunos casos demandaron una serie larga de intervenciones psicoterapéuticas. Unos pocos no consiguieron librarse de la influencia espiritual. La psicóloga percibió que los casos más difíciles eran aquellos en que se notaba una conexión entre el Espíritu y el encarnado que se reportaba a una existencia pasada. Esa conexión se daba por el odio o por fijaciones afectivas pasionales. En algunos casos, el paciente se sentía tan unido a la entidad desencarnada, que lo atraía, no permitiendo que él fuese encaminado por los Espíritus amigos para condiciones apropiadas a su situación espiritual.

Fiore creía que la mayoría de los pacientes internados en instituciones mentales presenta sus síntomas en derivación de influencia obsesiva. Dice ella: las voces que oyen son reales; algunas de sus alucinaciones visuales son vislumbradas del plano astral inferior. Sobre la esquizofrenia ella afirmó: No me parece que todos los esquizofrénicos sean psicóticos por causa de la posesión. Tengo la impresión de que ellos – en adicción a su dolencia mental – son indudablemente poseidos. La posesión es un fardo adicional que les incumbe cargar.

Edith encaraba a las entidades posesoras como a los verdaderos pacientes. Afirmó que ellos sufren intensamente, tal vez hasta sin comprenderlo. Prisioneras virtuales, están presas al plano de la tierra y se sienten exactamente como se habían sentido momentos antes de su muerte, que puede haber ocurrido decenios atrás. En consonancia de eso, procuraba tratarlos con mucho cariño. Decía que mi meta terapéutica es ayudar a los espíritus posesores, que se encuentran volcados con el mayor de los sufrimientos, aunque eso signifique para los pacientes necesidad de continuar sobrecargados por más tiempo, en cuanto se cultivase la disposición de los posesores para partir. Si yo fuese capaz de “auyentarlos”, estaría creando un problema monstruoso, porque ellos volverían a ser personas desequilibradas y tal vez se aferrasen a otras personas insospechadas.

La autora de Posesión espiritual, relacionó varios motivos que, en su experiencia, hacían ciertas entidades permanecer atadas al plano material, en vez de completar la transición para el mundo espiritual. Las más comunes son, según ella, la ignorancia, la confusión y el miedo, apegos excesivos a personas o lugares, o a las inclinaciones por las drogas, por el alcohol, por el tabaco, por la comida o por el sexo.

Un sentido sin proposito de negocios no concluidos también impulsa a menudo a los Espíritus a quedarse en el mundo físico. Curiosamente, eso puede hacer que la víctima sienta una compulsión inexplicable para hacer cosas por las cuales, hasta, entonces no manifestó interés alguno.

Algunos se quedan determinados a vengarse y unirse, odiosamente, a aquellos que los perjudicaron.

Comunicandose con los Espíritus, a través de sus pacientes, quedó sabiendo que algunas personas estaban tan convencidas, durante la propia existencia, de que no había nada después de la muerte, que simplemente se negaban a ver a los miembros de la familia o los guías espirituales que venían a buscarlas. En vez de eso, deambulaban sin rumbo en un estado de confusión e ignorancia, que, no es raro, duraba años. Algunas personas se encontraban en un estado tan profundo de confusión al morir que simplemente no percibían que estaban muertos. Eso era particularmente verdadero tratándose de suicidas.

Sobre el suicidio comentó: Independientemente de cualquier otra cosa, parece que al suicidarse, están apenas postergando el aprovechamiento de sus lecciones y retardando su progreso espiritual, pues tendrán que encontrarse aun en otra situación de prueba, en que el suicidio será una seria opción en alguna existencia futura.

El apego excesivo a los vivos era una fuerte razón acto de algunas entidades para permanecer presas a la Tierra. Los padres quedaban para “ayudar” a los hijos, mientras estos crecían; parejas matrimoniales permanecían, merced de un interés afectuoso por sus respectivos conyuges, o por celos. Pero por más bien intencionados que fuesen los motivos, el apego de los Espíritus siempre ocasionaba problemas graves: los padres superprotectores retardaban el desarrollo de los hijos, porque les infundían sus temores; los esposos amantes quedaban muy perturbados, cuando los conyuges volvían a casarse, y muchas veces, procedían a la destrucción deliberada de los nuevos casamientos.

En un caso, el Espíritu de un joven quedó cerca del hermano más joven que lo idolatraba, a fin de “ayudarlo”. Porque la entidad había sido viciada en marihuana, el hermano vivo acabó usando la droga – y, luego después, pasó a usar otras también.

De acuerdo con Edith Fiore uno de los lazos más robustos que prenden los Espíritus al mundo físico es la propensión para el alcohol, para las drogas, para el sexo y para la comida. Si una persona muriese mientras se encontrase bajo el dominio de un declive de esa naturaleza, la necesidad más irresistible sentida inmediatamente después de la muerte era por la sustancia o sensación objeto de la inclinación. El Espíritu, ciego a la propia partida, buscaba apenas satisfacer su compulsión. Los viciados espirituales, según ella, acostumbraban aglomerarse en torno de los viciados vivos y de los lugares por ellos frecuentados, intentando experimentar de nuevo lo que fuera antes el tema dominante de su vida.

Edith examinó, en detalles, las diversas manifestaciones clínicas de las influencias obsesivas. Creía que la influencia dependia de algunos factores como la fuerza intrínseca del individuo comparada con la del Espíritu obsesor y las condiciones que debilitabán al obsesado, como el estrés, o uso de drogas o alcohol y dolencias físicas.

Muy importante, también, según ella, la actitude mental y el control de las emociones, que cuando son desequilibradas generán la vulnerabilidad que prepara la escena para la posesión. Ella creía que la mayoría de sus pacientes eran constituída de médiuns no controlados, y que su papel terapéutico en relación a tales personas llevaba a una interrupción de la mediumnidad y una ayuda a la persona para volverse más firme, centrada y equilibrada.

La autora relacionó, en su obra, varias señales que pueden estar relacionadas a la influencia obsesiva, tales como:


1 -  Voz (es) que hablan con el individuo

2 -  Nivel bajo de energía, con la sensación permanente de cansancio físico o mental.

3 -  Abusos de drogas, incluido el alcohol

4 -  Comportamiento impulsivo, llevando al individuo a hacer cosas sin pensar, y, muchas veces, arrepentiéndose de lo que hizo.

5 -  Problemas de memoria

6 -  Concentración débil

7 -  Inicio repentino de ansiedad y depresión

8 -  Inicio repentino de problemas físicos sin causa manifiesta, tales como, dolores de cabeza, dolores por el cuerpo, sensación de hinchazón, insomnio, ganar peso, alergía, olas intensas de calor

9 -  Reacciones emocionales y/o físicas a las lecturas edificantes

10 –  Reducción del impulso sexual

11 -  Tensión y distanciamiento entre parejas matrimoniales o parientes

12 -  Visión empañada, dolores de toda especie y cansancio generalizado (especialmente cuando el Espíritu influenciador había muerto en edad avanzada).

13 -  Fobias diversas, algunas veces, relacionadas con las circunstancias de la experiencia de muerte del obsesor.

14 – Cambios de personalidad, llevando a los pacientes a pensar: ¡Este no soy yo!


En el proceso de liberación espiritual de los envueltos, Edith se valía del diálogo fraterno y afectuoso con los desencarnados, y orientaba a sus pacientes en cuanto a la necesidad de cuidarse física y emocionalmente. Recomendaba a ellos que grabasen mensajes edificantes y esclarecedores y oyesen esos mensajes una o más veces al día. Eso auxiliaba a los pacientes en mantener una actitud mental elevada y también a las compañías espirituales. Los pacientes deberían dialogar con los Espíritus de forma amorosa, motivándolos a asumir su condición de Espíritus, confiando en los benefactores espirituales, que deberían orientarlos. Los pacientes deberían orar y aplicar una especie de visualización mental, que ella denominaba técnica de la luz blanca:

Utilizando su imaginación creativa, imagine que usted tiene un sol en miniatura, exactamente igual al sol de nuestro sistema solar, enterrado profundamente en el plexo solar. Ese sol irradia a través de cada átomo y de cada célula de su ser. Llénelo de luz desde las puntas de los dedos hasta la coronilla de la cabeza y las plantas de los pies. Resplandece a través y más allá de usted a una distancia de un brazo de largo en todas las direcciones – arriba de la cabeza, debajo de los pies, para fuera de los costados, creando un aura – una Luz Blanca brillante, brillante, radiante, que lo cerca y protege completamente contra cualquier negatividad o daño.

Finalmente, pedia a los pacientes que organizaran un grupo de personas amigas y que se reuniesen con ese grupo. Ellos deberían orar, visualizar la luz blanca e imponer sus manos sobre el paciente, pero sin tocarlo.


 

Traducción:
Isabel Porras
isabelporras1@gmail.com

 
 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita