Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 

Tema: Honestidad


El caso del queso


Una vez, en una ciudad del interior, que tenía pocas tiendas y casi todo el mundo se conocía, el dueño de la tienda de abarrotes fue a buscar al jefe de la policía para presentar una denuncia contra el vendedor de quesos:

- Él me vendió un queso diciendo que pesaba 1 kg. Le pagué y me fui a mi casa. Cuando llegué, pesé el queso y para mi sorpresa pesaba menos de 1 kg. ¡El vendedor de quesos me engañó y me cobro más caro de lo que debería! ¡Él me perjudicó y eso no puede quedarse así! – decía nervioso el dueño de la tienda de abarrotes.

El jefe de la policía fue entonces a la pequeña tienda del vendedor de quesos y le comunicó lo ocurrido y la necesitad de investigar su tienda y la manera en que pesaba sus quesos.

El dueño de la tienda de quesos se quedó sorprendido con la acusación y luego fue explicando:

- Mi balanza electrónica se rompió y tuve que llevarla a reparar. Como no me podía quedar sin balanza y el técnico me dijo que demoraría algunos días para hacer la reparación, él mismo me prestó esta antigua balanza manual, que estoy usando hace dos días.

La balanza tiene dos platos. En uno de ellos pongo un peso de 1 kg y en el otro coloco mi queso. Si los dos platos se equilibran, o sea, si ninguno de los dos platos queda más arriba o más abajo, sé que mi queso pesa 1 kg también. Como no estoy acostumbrado a usar esa balanza, no tenía un peso de 1 kg. Entonces, fui a la tienda de abarrotes y compre un kilo de arroz y estoy usando eso como medida para calcular el peso de mis quesos.

El encargado observó la balanza y el pequeño saco conteniendo los granos de arroz, que tenía la etiqueta de la tienda de abarrotes y la indicación del peso de 1 kg.

Saliendo de la tienda de quesos, el jefe de la policía ya desconfiaba de lo que había sucedido y, para estar seguro, fue a la tienda de abarrotes, que era una tienda más grande que la de quesos, donde se vendían varios tipos de alimentos, como arroz, frijoles, harina, harina de maíz, maíz, además de frutas, verduras y hasta carnes. Todos esos productos eran pesados, conforme a la cantidad del pedido y entregados a los clientes.

El dueño de la tienda de abarrotes recibió al jefe de la policía con una sonrisa, creyendo que iba a recibir algún dinero de regreso, porque había tenido que pagar más caro por el queso que compró. Pero pronto se dio cuenta de que la situación de había invertido y el delegado venía a investigar su tienda y la manera en que pesaba sus productos.

La tienda de abarrotes tenía no solo una, sino tres balanzas electrónicas. El jefe de la policía se llevó las tres y determinó que la tienda fuera cerrada hasta que se esclareciera el caso.

Las balanzas fueron llevadas a ser evaluadas y se comprobó que las tres máquinas fueron adulteradas e, incluso pesando cantidades menores, mostraban siempre un peso mayor. Por eso, el vendedor de quesos compró 1 kg de arroz, pero recibió menos que eso. Y por eso los quesos que él estaba vendiendo también pesaban menos de 1 kg.

El jefe de la policía hizo una advertencia al vendedor de quesos. Le dijo que él tendría que ser más cuidadoso de ahí en adelante y que también debería devolver el dinero a todos los clientes que habían comprado quesos en esos dos días. Y el dueño de la tienda de abarrotes recibió una enorme multa. Y quedó varios días con su comercio cerrado, hasta que las balanzas fueran arregladas para mostrar el peso real de los alimentos.

Todos los clientes, cuando supieron lo que el dueño de la tienda de abarrotes hacía, se enojaron y muchos ya no quisieron comprar nada más allá. El dueño de la tienda de abarrotes tuvo un perjuicio financiero muy grande. Tal vez había perdido incluso más dinero del que había ganado engañando a los clientes. Además, se sentía muy avergonzado cuando se encontraba con el vendedor de quesos.

Fue un suceso muy malo para todos, principalmente para el dueño de la tienda de abarrotes, que quiso acusar al vendedor de quesos, cuando era él mismo el culpable. Pero, como Dios siempre saca el bien de un mal, el dueño de la tienda de abarrotes aprendió una buena lección. Nunca más alteró el peso de las balanzas, ni hizo nada para engañar a sus clientes. Por el contrario, pasó a ser honesto y hasta gentil con los clientes. Y, poco a poco, fue reconquistando la amistad y la confianza de todos.

Es verdad que tomó algunos años para que eso pasara, pero lo importante es que todo terminó bien.


(Adaptación de una historia popular.)


 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com


 


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