Especial

por Leonardo Marmo Moreira

El arrepentimiento y su relación con la culpa y el autoperdón

Al leer o releer “El Cielo y el Infierno”, de Allan Kardec, principalmente en su segunda parte, se constata el gran valor atribuido al arrepentimiento, tanto por parte de los Espíritus en las más diferentes situaciones morales y espirituales (suicidas; criminales arrepentidos; Espíritus endurecidos; Espíritus medianos etc.) como por los mentores espirituales (Falange del Espíritu de Verdad) y por el propio Codificador, Allan Kardec.

Esa constatación parece estar en oposición a la actual tendencia del movimiento espírita en términos de elecciones de temas, sobre todo en lo que se refiere a estudios y conferencias.

La necesidad de arrepentimiento han sido dejada de lado en muchos sectores de nuestro movimiento y raramente esa palabra, “arrepentimiento”, ha aparecido en los títulos de conferencias, seminarios y en las más recientes “lives”, tan en voga en este periodo de cuarentena.

Intentando profundizar ese análisis, percibimos que los temas “autoconocimiento” y “autoiluminación” continuan con gran prestigio (lo que nos parece perfectamente justificable). Y podríamos añadir las discusiones sobre “autoperdón” y “transformación moral” o “reforma íntima”. De hecho, al estudiar a sí mismo, el ser humano inevitablemente identifica sus maldades morales y, al identificarlas, desenvuelve estrategias para mejorarse a sí mismo, utilizando la oración y la disciplina en el bien (lo que está en concordancia con la recomendación evangélica “Mirad, vigilad y orad para no caer en tentación...”).

En ese proceso, la identificación de fallos en sí mismo debería llevar al individuo al arrepentimiento, para encaminarlo a la reparación de los daños que causó. Ocurre que, frecuentemente, la identificación de sus fallos lleva al individuo a la llamada “conciencia de culpa”, la cual, si es exagerada, puede ser tan o más nociva al Espíritu inmortal que el mismo equivoco cometido.

Realmente, la palabra “culpa”, y todas sus implicaciones traumatizantes y autopunitivas, han sido rechazada en la actualidad por varias escuelas psicológicas así como por una búsqueda por una espiritualidad sin la herencia ancestral de las religiones tradicionales castradoras y condenatorias. Siendo así, un énfasis en la necesidad de “autoperdón” ha sustituido el empleo del concepto de culpa (lo que nos parece razonable) y también, sorprendentemente, del concepto de arrepentimiento (lo que, por otro lado, no nos parece adecuado, a la luz de la Doctrina Espírita).

La llamada “culpa” consiste en una condenación a partir de un error. Obviamente, el equivoco en cuestión surge de la ignorancia y/o inmadurez en la administración de su libre albedrío. Por tanto, estamos de acuerdo que “equivocado”, “sufridor”, “ignorante” son términos más apropriados para designar a aquel que erró en la administración de su vida moral, cuando comparamos tales expresiones con la caracterización “culpable”.

No obstante, el arrepentimiento consiste en la necesidad del Espíritu consciente de su error y que busca la reparación delante de su propia conciencia, el prójimo y las Leyes Divinas.

Aparentemente, algunos compañeros han sustituido el uso de las palabras/conceptos “culpa” y “arrepentimiento” por “autoperdón”, lo que, en principio, podría indicar una cierta confusión.

Al percibir que está equivocado, es muy justo no sentirse “culpable” y, mucho menos, “condenado”, pues somos todos Espíritus en evolución, lo que no quiere decir que el individuo no pueda sentirse verdaderamente arrepentido.  De hecho, el arrepentimiento muchas veces es inevitable y hasta imprescindible para que ocurra, subsecuentemente, una mejora más efectiva y lucida por parte del Espíritu inmortal.

Al estudiar “El Cielo y el Infierno”, de Allan Kardec, percibimos que el gran choque moral/emocional de los Espíritus recién desencarnados y sus arrepentimientos muchas veces bien doloridos están asociados a una ausencia de “autocrítica” y “arrepentimiento” durante a vida física.

Arrepentimiento y autoperdón no son mutuamente excluyentes. Pueden y deben coexistir. ¡¿Si yo no me arrepentí, de que me voy a autoperdonar?! ¡¿Si no me reconocí equivocado, como puedo mejorar más efectivamente en relación a mis defectos específicos?! En la propia “Parábola del Fariseo y del Publicano”, percibimos que el arrepentimiento del publicano fue fundamental para que él volviese para casa “justificado”. Semejantemente, en la “Parábola del Hijo Pródigo” percibimos que el personaje-título de la parábola, “cayendo en sí”, hizo un análisis de sí mismo, de sus condiciones actuales, y decide pedir para que el padre lo acepte como mero funcionario. Queda implícito un profundo arrepentimiento asociado a una madurez y un deseo de mejorar su comportamiento.

Por otro lado, el estado de “Espíritu arrepentido” no representa la misma cosa de “Espírito culpable” y mucho menos “Espíritu condenado”.

Un dictado antiguo establece que lo que diferencia el medicamento del veneno es la dosis. Podríamos aprovechar esa idea para discutir esa cuestión sobre el arrepentimiento. Realmente, en dosis excesivas, y sin el apoyo del autoperdón, el arrepentimiento podría resbalar en estados auto-obsesivos, profundamente enfermizos para el individuo. Por otro lado, el total olvido de la necesidad del arrepentimiento sincero frente a nuestros tropiezos morales puede llevarnos a un estado de ilusión en cuanto a la propia realidad espiritual e inducirnos a una especie de reforma íntima sin foco en nuestras necesidades más prioritarias. Esa situación, muy frecuente en diversos Espíritus recién desencarnados, nos hace recordar de la recomendación evangélica de que “quitásemos primero la viga de frente a nuestros ojos para después retirar la paja del ojo de nuestro hermano”. Después de la identificación, muchas veces sorprendente, de fallos groseros en nosotros, que desconocíamos, es inevitable algun nivel de arrepentimiento, lo que puede, sí, impulsar al ser humano para ser alguién mejor.

¡¿Sería el caso de cuestionarnos: Pablo de Tarso habría prescindido de un profundo arrepentimiento para desenvolver su transformación moral?!

Una buena reelectura de la segunda parte de “El Cielo y el Infierno” puede reforzar nuestra comprensión de los aspectos saludables del arrepentimiento, sobre todo cuando él no presente las características autopunitivas exageradas que comumente atribuimos a ese concepto, que consiste en importante paso para la renovación espiritual.

 

Traducción:
Isabel Porras
isabelporras1@gmail.com

 
 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita