Estudio de las Obras de Allan Kardec

por Astolfo O. de Oliveira Filho

 
La Revis
ta Espírita de 1863

Parte 12
 

Continuamos el estudio de la Revue Spirite correspondiente al año 1863. El texto condensado del volumen será presentado aquí en 16 partes, tomando como base la traducción de Júlio Abreu Filho publicada por EDICEL.


Preguntas para el debate


A. ¿Cómo se encontraba el espíritu religioso cuando llegó el Espiritismo?

B. ¿Qué causa lleva a la sociedad a sumergirse en el materialismo egoísta?

C. ¿Cuál es la diferencia entre expiación y prueba?


Texto para la lectura


112. La Revue relata el curioso hecho que se dio con el Sr. Cardon, médico, fallecido en setiembre de 1862, que Kardec incluiría más adelante en el libro El Cielo y el Infierno, Segunda Parte, cap. III. (PP. 251 a 255)

113. Tres mensajes dados por el Espíritu de Jean Reynaud, recientemente fallecido en París, son reproducidos en la Revue, antes de ser incluidos en el libro  El Cielo y el Infierno, Segunda Parte, cap. II, publicado en 1865. (PP. 255 a 258)

114. El Espíritu de Samuel Hahnemann escribe sobre la medicina homeopática, motivado por la presencia en la sesión de un médico homeópata extranjero quien le pidió que opinase sobre el estado actual de la ciencia. En el mensaje,  Hahnemann lamenta la negligencia de los colegas terrestres que, desconociendo las leyes primordiales del Organon, exageran las dosis y no dan a la trituración de los medicamentos los cuidados que él había indicado. “Ningún remedio es indiferente, ningún medicamento es inofensivo – dice Hahnemann -; cuando el diagnóstico mal observado le hace dar fuera de propósito, él desarrolla los gérmenes de la enfermedad que era llamado a combatir.” (PP. 258 y 259)

115. El Sr. T. Jaubert, vice presidente del Tribunal Civil de Carcassone, dice en una carta dirigida a la Sociedad Espírita de París – en la que agradece su admisión entre los miembros honorarios de la Sociedad – que cree en la inmortalidad del alma y en la comunicación de los muertos con los vivos, tanto como cree en el sol. “Amo el Espiritismo como la más legítima afirmación de la ley de Dios: la ley del progreso”, agregó Jaubert. (PP. 259 y 260)

116. Un artículo escrito por F. Herrenschneider sobre la unión de la Filosofía y el Espiritismo abre el número de setiembre. Se trata de la introducción a un trabajo que el autor se propone hacer sobre la necesidad de la alianza entre una y otro, del cual extraemos estos puntos: I) Hace diez o doce años que el Espiritismo se reveló en Francia; comunicaciones incesantes de los Espíritus provocaron en todas las capas de la sociedad un movimiento religioso benéfico, que es importante alentar y desarrollar. II) El espíritu religioso estaba perdido sobre todo entre las clases letradas e inteligentes, porque el sarcasmo volteriano le había quitado el prestigio del Cristianismo y el progreso de las ciencias les había hecho reconocer las contradicciones existentes entre los dogmas y las leyes naturales. III) El desarrollo de las riquezas y los inventos maravillosos, asociados a la incredulidad y a la indiferencia, protestaban contra la renuncia al mundo, dando oportunidad a la pasión por el bienestar, por el placer, por el lujo y por la ambición. IV) Fue entonces que, de repente, los muertos vinieron a recordar que nuestra vida presente tiene un día siguiente, que nuestros actos tienen sus consecuencias, si no en ésta, infaliblemente en la vida futura. (PP. 261 y 262)

117. A continuación, el Sr. Herrenschneider afirma que la renovación de esas relaciones con los muertos es y continuará siendo un acontecimiento prodigioso, que tendrá como consecuencia la regeneración tan necesaria de la sociedad moderna. Es que, cuando la sociedad humana no tiene otro objetivo que la prosperidad material y el placer de los sentidos, se sumerge en el materialismo egoísta, renuncia a todos los esfuerzos que no conducen a un beneficio palpable, solo estima a los que tienen posesiones y apenas respeta el poder que se impone. Contra semejante disposición moral la Filosofía es impotente. (P. 262)

118. El autor desarrolla entonces toda una tesis para concluir que la unión del Espiritismo con la Filosofía le parece de alta necesidad para la felicidad humana y para el progreso moral, intelectual y religioso de la sociedad moderna, porque ya no estamos en el tiempo donde se podía apartar la ciencia humana y preferir, a ella, la fe ciega. (PP. 263 a 268)

119. Kardec esclarece la duda presentada por los cofrades de Moulins con respecto a la diferencia entre expiación y prueba. La expiación – dice el Codificador – implica necesariamente la idea de un castigo más o menos doloroso, resultado de una falta cometida. La prueba no tiene relación con la falta anterior, pero implica siempre un estado de inferioridad real o presumible del Espíritu, porque quien llegó al punto culminante al que aspira, ya no necesita más pruebas. (PP. 268 a 271)

120. Kardec dice incluso que en ciertos casos la prueba se confunde con la expiación, es decir, la expiación puede servir de prueba y la prueba puede servir de expiación. Y cita el ejemplo del alumno que se presenta para recibir la graduación, sometiéndose a una prueba. Si falla, tendrá que recomenzar el trabajo, a veces doloroso, cuya carga es una especie de castigo de la negligencia en el primero. La segunda prueba es, por lo tanto, además de una prueba, una expiación. Kardec esclarece, finalmente, que es un error pensar que el carácter esencial de la expiación sea el de ser impuesta, pues el propio Espíritu puede pedirla. (PP. 271 a 274)

121. La Revue presenta la segunda carta abierta dirigida por Kardec al padre Marouzeau, en la cual el Codificador dice que las previsiones hechas por el reverendo no se cumplieron, a pesar de los ataques, los sermones, las excomuniones y los folletos que el clero lanzó y continuaba lanzando contra la doctrina espírita, manchados todos ellos con las más groseras injurias, calumnias y ultrajes personales. Reafirmando que la doctrina espírita no es creación suya, sino obra de los Espíritus, Kardec cierra la carta diciendo: “Señor padre, yo os doy el plazo de diez años para ver lo que entonces pensáis de la doctrina”. (PP. 274 a 278) (Continúa en el próximo número.)


Respuestas a las preguntas


A. ¿Cómo se encontraba el espíritu religioso cuando llegó el Espiritismo?

Según F. Herrenschneider, que escribió sobre la necesidad de la unión entre la Filosofía y el Espiritismo, cuando surgió el Espiritismo el espíritu religioso estaba perdido, sobre todo entre las clases letradas e inteligentes, porque el sarcasmo volteriano le había quitado el prestigio del Cristianismo y el progreso de las ciencias les había hecho reconocer las contradicciones existentes entre los dogmas y las leyes naturales. Fue entonces que, de repente, los muertos vinieron a recordar que nuestra vida presente tiene un día siguiente, que nuestros actos tienen sus consecuencias, si no en ésta, infaliblemente en la vida futura. (Revue Spirite de 1863, pp. 261 y 262.)  

B. ¿Qué causa lleva a la sociedad a sumergirse en el materialismo egoísta?

Cuando la sociedad humana no tiene otro objetivo que la prosperidad material y el placer de los sentidos, se sumerge en el materialismo egoísta, renuncia a todos los esfuerzos que no conducen a un beneficio palpable, solo estima a los que tienen posesiones y apenas respeta el poder que se impone. Esa es la causa que genera el materialismo y contra eso, dice F. Herrenschneider, la Filosofía es impotente. (Obra citada, pág. 262.)

C. ¿Cuál es la diferencia entre expiación y prueba?

La expiación – dice el Codificador – implica necesariamente la idea de un castigo más o menos doloroso, resultado de una falta cometida. La prueba no tiene relación con la falta anterior, pero implica siempre un estado de inferioridad real o presumible del Espíritu, porque quien llegó al punto culminante al que aspira, ya no necesita más pruebas. Kardec dice incluso que en ciertos casos la prueba se confunde con la expiación, es decir, la expiación puede servir de prueba y la prueba puede servir de expiación. Y cita el ejemplo del alumno que se presenta para recibir la graduación, sometiéndose a una prueba. Si falla, tendrá que recomenzar el trabajo, a veces doloroso, cuya carga es una especie de castigo de la negligencia en el primero. La segunda prueba es, por lo tanto, además de una prueba, una expiación. Kardec esclarece, finalmente, que es un error pensar que el carácter esencial de la expiación sea el de ser impuesta, pues el propio Espíritu puede pedirla. (Obra citada, pp. 268 a 274.)
  

Traducción:
Maria Reyna
mreyna.morante@gmail.com



 

     
     

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