Espiritismo para
los niños

por Marcela Prada

 
La princesa diferente


Érase una vez una linda princesa, bondadosa y muy feliz.

Le gustaba pasear por el jardín del castillo con su perrito Pepe. Los dos eran inseparables, pues la princesa era ciega y Pepe era su perro guía. A pesar de no ver nada, sabía que era bonita y tenía en sus cabellos el brillo de las estrellas. Desde pequeña, su madre le conversaba, le hablaba de su rostro delicado, del brillo que los ángeles habían tomado de las estrellas y colocado en sus cabellos. Tomaba sus pequeñas manos y se las pasaba por el rostro para que conociera sus propias facciones. Pedía que hiciera lo mismo en el rostro de su mamá y su papá y así se fue familiarizando con los rasgos de los rostros.

Por medio de palabras cariñosas, la mamá le describía el mundo, y ella podía así conocer las flores y asociarlas al perfume, sentir la suavidad y delicadeza de la seda, o el toque áspero del tronco de los árboles.

En la infancia, la mamá fue los ojos que la guiaban por el castillo, la orientaban y le daban seguridad. A medida que crecía sentía la necesidad de tener más independencia y libertad. El papá, comprendiendo a su hija, contrató a una profesora para enseñarle a leer en braille. También pusieron a disposición de la princesa un perro guía, con el que quedó muy satisfecha.

Como toda princesa, aprendió a danzar y giraba por los salones del castillo. Muy generosa, acompañaba a su mamá en las visitas a los necesitados y siempre tenía una sonrisa y una palabra amiga para todos. Los niños corrían a su encuentro y eran abrazados cariñosamente, pues la princesa sentía un cariño muy especial por los pequeñitos.

Las otras jóvenes del reino desdeñaban la princesa y hacían comentarios malvados respecto a su deficiencia, apostando que nunca conseguiría un príncipe o alguien para amar y ser amada.

- Imagina una princesa ciega – decían unas.

- Detesto a los perros – se escuchaba de algunas muchachitas.

- ¡Pobre! Siempre acompañada por el perro – decían otros.

La bella infanta tenía conocimiento de los comentarios malintencionados y sufría en silencio.

Entonces, preguntó a su mamá:

- ¿Conoceré algún día a mi príncipe?

- Claro que sí, hija. Eres linda, dulce y generosa. Conocerás a un príncipe con alma noble y su amor será más grande que el prejuicio – respondió la mamá con amor.

El tiempo fue pasando y la princesa era cada día más independiente, tenía los oídos muy desarrollados, captaba y comprendía los movimientos cotidianos por el sonido, por el tacto y el olfato.

Un día el bello príncipe llegó al castillo acompañado de su padre y conoció a la princesa, por quien se apasionó inmediatamente, pero se quedó triste y asustado al saber de su deficiencia. El tiempo fue pasando y él se dio cuenta cuán independiente y esforzada ella era. Vio que ella aprendió a leer y escribir y, por encima de todo, era una persona gentil y generosa.

Conversó con su padre sobre el amor que sentía por la princesa y este lo apoyó completamente. En la cena de esa noche, el príncipe pidió su mano en matrimonio.

Los dos se casaron en los jardines del castillo decorado con flores perfumadas.

Cuando el rey anunció a sus súbditos la llegada del nieto, todos quedaron admirados. Nunca imaginaron que una persona ciega podría realizar sueños, ayudar a los niños y a todas las personas del reino.

La princesa había aceptado con resignación su dura prueba y aprovechó esa oportunidad para su evolución y crecimiento personal. Ella sabía, ciertamente, que Dios es infinitamente bueno y justo y conoce nuestras necesidades.

 

Texto de autoría de Lúcia Noll, de Santo Ângelo, RS.

 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com

 

 


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