Espiritismo para
los niños

por Célia Xavier de Camargo

 
La lección del esclavo


Hace mucho tiempo, cuando todavía existía la esclavitud en Brasil, un negro viejito, de cabellos blancos, llamado Bastián, vivía en una hacienda grande y bonita.

El señor, dueño de las tierras, era malo y prepotente. Por cualquier cosa, azotaba a los esclavos; y, si sus órdenes no eran obedecidas o si el negro intentaba escapar, era colocado en un tronco, donde quedaba encadenado sin comer y sin beber por muchos días. Por esa razón, los esclavos eran rebeldes y no les agradaba su patrón.

Pero Bastián era diferente. Dueño de un corazón bueno y generoso, siempre estaba contento de la vida e intentaba ayudar a todos. La hijita del hacendado, una niña tierna y gentil, sentía afecto por el viejo Bastián y pasaba el tiempo junto al esclavo, escuchando sus historias.

Un día, uno de los esclavos, no soportando más los maltratos, intentó escapar. Encontrado por el supervisor y aprisionado, fue encadenado al tronco. El hijo del esclavo fugitivo, un niño de apenas cinco años de edad, viendo a su padre atado, se acercó en lágrimas, aferrándose a sus piernas.

Enojado por los gritos del pequeño, el señor mandó que lo tiraran en medio del bosque para no oír más su llanto. El hacendado no se dio cuenta, sin embargo, que su hijita Ana, conmovida por la suerte del negrito, se internó también en el bosque para hacerle compañía.

Al preguntar por la niña, que era la luz de sus ojos, sintiendo su falta, le dijeron que ella había ido a buscar al pequeño esclavo. Asustado, el patrón llamó a algunos hombres y fueron tras ella. Sin embargo, el viejo Bastián, que se dio cuenta de lo que estaba pasando, ya se había adelantado y había ido a buscar a los niños.

Cuando el hacendado y sus hombres llegaron, lo encontraron con una cobra venenosa muerta en las manos, y los niños abrazados y seguros, escondidos detrás de un tronco caído, temblando de miedo. Bastián había matado a la cobra, pero fue mordido por esta.

Viendo lo que había pasado, el señor no sabía cómo manifestar su gratitud, pues era evidente que el esclavo había defendido a los niños con su propia vida.

Abrazando a su hijita, que estaba muy asustada, el patrón preguntó, por primera vez demostrando gentileza en su trato con un esclavo:

- ¿Qué deseas, Bastián, por la valentía que demostraste salvando la vida de mi hija? Sea lo que fuera que vayas a pedir, te será concedido.

Y el viejo esclavo, en cuyo organismo el veneno de la cobra ya hacía efecto, respondió, con los ojos húmedo de llanto, muy emocionado:

- No salvé solo a su hija, señor, sino también salvé la vida de un pequeño esclavo, pues toda vida viene de Dios y es igualmente importante. Ya que me permite expresar un deseo, quisiera pedirle que todas las criaturas fueran tratadas como seres humanos, sin distinción, puesto que todos somos hijos de nuestro Padre Celestial.

Y percibiendo la mirada de espanto del señor ante sus conceptos, que no creía posible encontrar en un viejo esclavo, Bastián concluyó:

- Eso lo aprendí con Jesucristo.

Ante aquellas palabras que representaban una lección para él, puesto que el esclavo podía haberse vengado de él a través de su hija Ana, y no lo había hecho, el hacendado bajó la cabeza, avergonzado, y estuvo de acuerdo:

- Es verdad. Tienes razón, Bastián. Que sea así, como lo deseas. De hoy en adelante te prometo que los esclavos serán bien tratados, con todo el respeto que se debe a los seres humanos.

A partir de ese día, el hacendado mejoró considerablemente la vida de los esclavos, dándoles condiciones dignas de vida, mejorando sus viviendas y brindándoles alimentación más saludable.

Con la mejoría en las condiciones de vida, se dio cuenta de que el tronco ya no era necesario, pues los esclavos pasaron considerarlo agradarle y el servicio de la haciendo y todo lo que hacían era de buena voluntad y con una sonrisa en los labios.

Algunos años después, con el crecimiento de la idea abolicionista en Brasil, ese hacendado fue de los primeros en liberar a sus esclavos, transformándolos en trabajadores asalariados. Y nunca más el hacendado se olvidó del viejo esclavo Bastián que, en su sencillez, le había dado un ejemplo de amor tan grande que había modificado su vida y la de todos los que residían en esa propiedad.

 

TIA CÉLIA

 

Traducción:
Carmen Morante
carmen.morante9512@gmail.com

 

 

 

     
     

O Consolador
 Revista Semanal de Divulgação Espírita