O Consolador
Revista Semanal de Divulgação Espírita 

 


BIOGRAFIAS


Allan Kardec
1804 - 1869

Nacido en Lyon, Francia, el día 3 de octubre de 1804 y desencarnó en París, el día 31 de marzo de 1869.

Mucho se ha escrito sobre la personalidad de Allan Kardec, existiendo variadas y extensas biografías sobre su misión.

Es sobradamente conocida su vida anterior al día 18 de abril de 1857, cuando publicó la magistral obra El Libro de los Espíritus, que dio inicio al proceso de codificación del espiritismo.

En esta singular biografía, procuraremos esbozar algunos informes sobre su inconfundible personalidad, algunos de ellos ya del conocimiento general.

 Su verdadero nombre era Hippolyte – León – Denizard Rivail. “Hippolyte” en familia; “Profesor Rivail” en la sociedad y “H-L-D Rivail” en la literatura era, desde los 18 años, maestro colegial de Ciencias y letras y, desde los 20 años, renombrado autor de libros didácticos. Sus obras espiritas fueron escritas con el seudónimo de Allan Kardec.

Se destacó en la profesión para la cual fue primeramente educado en Suiza, en la escuela del mayor pedagogo del primer cuartel del siglo XIX, de fama mundial y hasta hoy paradigma de los maestros: Juan Enrique Pestalozzi. Y, en París, sucedió al propio maestro.

Allan Kardec contaba 51 años cuando se dedicó a la observación y estudio de los fenómenos espiritas, sin los entusiasmos naturales de las criaturas aun no maduradas y sin experiencia. Su propia reputación de hombre probo y culto constituyo el obstáculo en el cual tropezaron ciertas afirmaciones livianas  de los detractores del espiritismo. Dos años después, en 1857, divulgaba El Libro de los Espíritus. En 1858, iniciaba la publicación de la famosa Revista Espirita. En 1861, daba luz al Libro de los Mediúms. En 1864, aparecía El Evangelio Según el espiritismo; seguido del Cielo y el Infierno o la Justicia Divina según el espiritismo, en 1865. Finalmente, en 1868, la Génesis, los Milagros y las Predicciones según el Espiritismo, completaba el Pentateuco del Espiritismo.

En la inteligente tarea de codificación del espiritismo Allan Kardec contó con el valioso concurso de tres niñas que se tornaron las mediúms principales en el trabajo de El Libro de los Espíritus: Carolina Baudin, Julie Baudin y Ruth Celine Japhet. Las dos primeras fueron utilizadas para la ligación de la esencia de las enseñanzas espiritas; la ultima, para los esclarecimientos complementarios. Ultimada la obra y rectificados todos las enseñanzas allí contenidos, por sugestión de los Espíritus, Allan Kardec  recurrió a otros mediúms, extraños al primer grupo, de entre ellos Japhet y Roustan, mediúms intuitivos; la señora Canu sonámbula inconsciente; Canu, médium de incorporación; la Sra. Leclerc, médium psicógrafa; la Sra., Clement, médium psicógrafa y de incorporación; la Sra. De Pleinemaison, auditiva e inspirada; Sra. Roger, clarividente; y Srta. Aline Carlotti, médium psicógrafa y de incorporación.

Escribiendo sobre la personalidad del ilustre  maestro,   el ilustre Dr. Silvino Canuto Abreu afirmo lo siguiente: “De cultura por encima de lo normal en los hombres ilustres de su edad y de su tiempo, se impuso el general respeto desde mozo. Temperamento contrario a la fantasía, sin instinto poético ni romanesco, todo inclinado al método, al orden, a la disciplina mental, practicaba, en la palabra escrita o hablada, la precisión, la nitidez, la simplicidad, dentro de un vernáculo perfecto, limpio de redundancias.

De estatura mediana, apenas 1,65 cm., y constitución delicada, aunque saludable y resistente, el profesor Rivail tenía el rostro siempre pálido, delgado, de pómulos marcados y piel pecosa, castigado de arrugas y verrugas. Ancha frente, redondeada en lo alto, erguida sobre ojeras orbitarias pronunciadas, cejas muy pobladas y castañas. Cabellos lisos y grises, escasos por todas partes, faltos en la parte de atrás (donde algunos cabellos mal cubrían la larga coronilla calva de la madurez), repartidos, por la frente, desde la izquierda para la derecha, sin copete, confundiéndose, en los temporales, con las patillas grisáceas y recortadas que le descendían hasta el lóbulo de las orejas y cubrían, en la nuca, el cuello de la camisa, de puntas colada al mentón. Ojos pequeños y hundidos, con ojeras y pápulas. Nariz grande, ligeramente acaballada cerca de los ojos, con largas narinas entre rictus arqueados y austeros. Bigote denso, hasta el borde del labio, casi todo blanco. Perilla triangular bajo el labio, disfrazando un aspecto peludo. Semblante severo cuando estudiaba o magnetizaba, pero lleno de vivacidad amena y seductora cuando enseñaba o conversaba. Lo que más impresionaba en él era la mirada extraña y misteriosa, cautivante por la afabilidad de las pupilas de color castaño, autoritario por la penetración en el alma del interlocutor. Posaba sobre el oyente como suave farol y no se desviaba extasiado para el vago, sino cuando meditaba, a solas. Y lo que más personalidad le daba era la voz, clara y firme, de tonalidad agradable y oracional, que podía mezclar agradablemente desde el murmullo acariciante hasta las explosiones de elocuencia parlamentaria. Su gesticulación era sobria, educada. Cuando se distraía, leyendo o pensando, confiaba los “favores”. Cuando escuchaba a una persona, enganchaba el pulgar derecho en el espacio que hay entre dos botones del chaleco, a fin de no aparentar impaciencia y, al contrario, convencer de su tolerancia y atención. Conversando con discípulos o amigos íntimos, ponía algunas veces la diestra en el hombro del oyente, en un gesto de familiaridad. Mantenía rigurosa etiqueta social ante las damas.”         

Por su profundo y máximo amor al bien y la verdad, Allan Kardec edificó para todos el siempre mayor monumento de sabiduría  que la Humanidad podría ambicionar, descifrando los grandes misterios de la vida, del destino y del dolor, por la comprensión racional y positiva de multiples existencias, todo a la luz meridiana  de los postulados del Cristianismo.

Hijo de padres católicos, Allan Kardec fue criado en el Protestantismo, más no abrazó ninguna de esas religiones, prefiriendo situarse en la posición de libre pensador y hombre de análisis. Le compungía la rigidez del dogma que lo apartaba  de las concepciones  religiosas. El excesivo simbolismo de las teologías y ortodoxia, lo tornaba incompatible con los principios de la fe ciega.

Situado en esa posición, cara a una vida intelectual absorbente, fue el hombre de ponderación, de carácter inhibido y de saber profundo, despertado  para el examen  de las manifestaciones  de las llamadas mesas girantes. En ese tiempo el mundo estaba volcado, en su curiosidad, para los innumerables efectos psíquicos que, por todas partes, se registraban y que,  poco después, culminaron el  advenimiento de la altamente consoladora doctrina que recibió el nombre de Espiritismo, teniendo como su codificador, al educador emérito e inmortal de Lyon.

El Espiritismo no era, entretanto, una creación del hombre y si una revelación divina a la Humanidad para la defensa de los postulados legados por el Meigo Rabí de Galilea, en una cuadra en que el materialismo  avasallador conquistaba a las más pujantes inteligencias y a los cerebros prominentes de Europa y de  América.

La primera sociedad espirita regularmente constituida fue fundada por Allan Kardec, en Paris, en el día 1º  de abril de 1858. Su nombre era “Sociedad Parisiense de Estudios Espíritas”. A ella el codificador prestó su valioso concurso, propugnando para que atendiese los objetivos nobles para los cuales fue creada.

Allan Kardec es invulnerable a la increpación de haber escrito bajo la influencia de ideas preconcebidas o de espíritu de sistema. Hombre de carácter frió y severo, observaba los hechos y de esas observaciones  deducía las leyes que los rigen.

La  codificación de la Doctrina Espirita colocó a Kardec en la galería de los grandes misioneros y benefactores de la Humanidad. Su obra es un acontecimiento tan extraordinario como la Revolución Francesa. Esta estableció los derechos del hombre dentro de la sociedad, aquella instituyo los lazos del hombre  con el universo, le dio las llaves de los misterios que observaban los hombres, de entre ellos el problema de la llamada muerte, los cuales entonces no habían sido ecuacionados por las religiones. La misión del ilustre maestro, como había sido pronosticada por el Espíritu de Verdad, era de escollos y peligros, pues el no tendría apenas que   codificar, principalmente tendría además que hablar y transformar a la Humanidad. La misión le fue tan ardua que, en una nota  de 1º de enero de 1867, Kardec se refería a las ingratitudes de amigos, a odios de los enemigos, a injurias y calumnias de elementos  fanatizados. Entretanto, el jamás se esmoreció ante la tarea.

 

Traducción
MERCEDES CRUZ REYES
MERCHITA926@telefonica.net

Alcázar de San Juan, Ciudad Real (España),


 


 
 

     
     

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