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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 6 304 – 24 de Marzo de 2013

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

Vida nueva

 

Carlos era un niño muy pobre. Su familia era honesta y buena, pero pasaba siempre por muchas privaciones.  

Cuando Carlos protestaba, su padre, que era un hombre de fe, respondía:

− Mi hijo, lo poco con Dios es mucho para nosotros. Más vale tener paz de espíritu que vivir

atormentados en el mundo. Ten fe, todo va a cambiar. Vamos a confiar en Jesús.

− ¡Pero, papá, tú podrías conseguir otro empleo! Nuestro vecino dijo que van a cambiarse para una casa mejor porque el padre de él ahora consiguió un nuevo empleo.

− Yo sé, hijo. Sin embargo, nuestro vecino estudió y yo no. Necesito contentarme con lo que puedo hacer - respondió el padre, pesaroso.  

Rebelado delante de esa situación, Carlos creció decidido a cambiar su vida. Algunos años después, sus padres fallecieron y él dejó su ciudad natal y fue para una ciudad grande. Trabajó mucho para pagar sus estudios, pero se sentía victorioso. Se hizo abogado y comenzó a trabajar en una oficina de abogacía.

Trabajando, luego el dinero comenzó a llegar a montones. Carlos aceptaba cualquier trabajo, aunque no fuera muy correcto.

Así, él enriqueció. Se casó y constituyó una familia; una pareja de hijos vino a alegrar su hogar. Sin embargo, Carlos trabajaba mucho, no tenía horario para el merecido reposo y, no era raro, durante la noche, era llamado para atender a un cliente que fuera prendido.

Los recursos continuaban llegando, abundantes. Ahora, ellos vivían en un barrio noble de la ciudad, en un verdadero palacete. Por necesidad de mayor seguridad, tuvieron que proteger los muros, que ya eran altos, con sistema de alarma.

Ahora, se sentían más protegidos contra asaltos, sin embargo, por el tipo de trabajo que Carlos ejercía, necesitó también contratar seguridades para él, para la esposa y para los hijos.

¡A pesar de la bella casa y de todas esas providencias, nadie estaba feliz! Los hijos protestaban que no podían jugar libremente con sus amigos. La esposa protestaba que, a pesar de la linda piscina, no conseguía tomar sol durante el día y, a la noche, no conseguía ver el cielo estrellado en aquella ciudad donde la polución cubría todo.

− ¿De qué estáis vosotros protestando? – él replicaba sin conformarse – ¡Finalmente, ahora tenemos todo lo que podríamos desear! Somos envidiados por todas las personas. ¡Mis padres, si aún estuvieran vivos, con seguridad tendrían orgullo de mí!

La esposa y los hijos bajaban la cabeza, conformados, pues no servía contradecirlo.

Sin embargo, en el fondo, Carlos tampoco se sentía feliz. Era presionado por todos los lados. Los personajes, políticos y hasta bandidos que eran sus clientes, no le daban paz y le hacían amenazas. Pagaban bien, sin embargo exigían que él olvidara el respeto propio y la dignidad para hacerles la voluntad.

Cierta noche soñó con su viejo padre que lo miraba con profunda piedad y decía:

− Tú te siente un victorioso, mi hijo. Conseguiste lo que querías. ¿Estás feliz ahora?

Carlos sintió reprobación en los ojos del padre, pero también mucha compasión.

− No, papá. No estoy feliz – reconoció, inclinando la cabeza y dejando que lágrimas amargas corrieran por su rostro.

− Pues entonces, mi hijo, siempre es tiempo de cambiar. En las horas de dificultad, no te olvides del Señor, que está siempre listo a acogernos en sus brazos amorosos. ¡Confía!

A la mañana siguiente, Carlos despertó con la seguridad de que necesitaba cambiar de vida. No se acordaba del sueño, pero los consejos del padre quedaron grabados en su mente.

Se sentó a la mesa del desayuno más animado. La esposa y los hijos se extrañaron.

− ¿Qué ocurrió, querido? ¡Tú estás diferente hoy! – indagó Clara.

− Estoy con algunas ideas en la cabeza. Creo que a vosotros os va a gustar. ¡Pero es sorpresa!

Llegando a la lujosa oficina, Carlos comenzó a tomar prevención, telefoneó para algunos contactos y durante aquel día entero no atendió a ningún cliente.
 

Una semana después él invitó a la familia para hacer un corto viaje. Misterioso, dijo sólo que irían a visitar su ciudad natal.

Llegando al destino, una pequeña y simpática ciudad del interior, Carlos los llevó por las calles, sosegadas y tranquilas; les mostró los lugares más

importantes, el comercio, el club y la escuela. Después, tomando la dirección de un barrio residencial, paró delante de una casa simple, pero confortable. A la entrada, un bello jardín florido los recibió.

Clara preguntó curiosa: − ¿De quién es esta casa, querido?

El marido los invitó a entrar, fingiendo no oír la pregunta. Cogió la llave del bolsillo y abrió la puerta.

La casa, grande y espaciosa, era un primor de buen gusto. Anduvieron por las habitaciones, salas, cuartos, cuartos de baño, despensa, cocina. Tras conocer el interior, fueron para el patio, que encantó a los chicos. Viendo que a la familia le había gustado, Carlos aclaró:
 

− ¡Esta casa es nuestra! La compré para que nosotros vivamos. Aquí, mis hijos, vosotros podréis jugar con los amigos, vuestra madre podrá caminar por la ciudad sin problema alguno. Todo con libertad. ¡Aquella escuela es donde vosotros vais a estudiar; es muy buena! ¡Además de todas esas ventajas, aún podremos ver el cielo siempre azul!

− ¿Y tu oficina, querido?

− Vendí mi parte para los compañeros. Y

ya conseguí un buen punto para abrir mi propia oficina. Aquí, tendré menos trabajo, sin embargo más dignidad y respeto íntimo. Además de eso, podemos colaborar en la comunidad, ayudando a personas necesitadas, como tú siempre soñaste, querida. ¡Es decir, si vosotros lo aprobareis! – dijo él, feliz y aliviado.

Los cuatro se abrazaron contentos. Viendo la aprobación en la sonrisa de ellos, con lágrimas en los ojos, Carlos murmuró:

− Siento que mis padres también deben estar felices con estos cambios. Gracias a Dios, tendremos una vida nueva en lo sucesivo, con las bendiciones de Jesús. Volveremos para la ciudad grande sólo para arreglar nuestras cosas y traer la mudanza. ¡Aquí, seremos felices, tengo seguridad!
 

                                                                  MEIMEI 


(Recebida por Célia X. de Camargo em Rolândia-PR, aos 4/03/2013.)


               
 
                                                                                   



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