La
ignorancia al
respecto de las
leyes que rigen
la vida es la
que nos lleva a
pensar que Dios
se mantiene
ausente e
indiferente a la
suerte de sus
propios hijos
El periódico
El Globo, en
su edición de 11
de enero de
2005, republicó
un texto firmado
por el
columnista
William Safire,
del New York
Times,
cuestionando al
Creador acerca
de lo que
ocurrió en el
Sudeste de Asia,
diciendo
textualmente:
“Tras el
cataclismo, con
fotos de padres
llorando sobre
niños muertos
alcanzando
la conciencia
humana en todo
el mundo, surgen
cuestiones que
sacuden la fe:
¿dónde estaba
Dios? ¿Por qué
una divinidad
buena y
todo-poderosa
permite que
tantos males y
pesar escalan
sobre miles de
inocentes? ¿Qué
hicieron esas
personas para
merecer tamaño
sufrimiento?”.
Estaba en la
fila del
supermercado
cuando una
señora comenzó a
comentar la
tragedia
ocurrida en la
boate Kiss, en
la ciudad de
Santa Maria-RS,
revueltas con el
Creador,
acusándolo de
injusto y cruel,
por Él haber
permitido la
muerte de tantos
jóvenes
universitarios
en plena flor de
la juventud
despuntando para
la vida.
El papa
Benedicto XVI,
en el discurso
proferido en su
viaje apostólico
a Polonia,
durante la
visita al campo
de concentración
de
AUSCHAWITZ-BIRKENAU,
el día 28 de
Mayo del 2006,
también
cuestionó al
Creador al
decir:
“¡Cuantas
preguntas surgen
en este lugar!
Sobresale
siempre de nuevo
la pregunta:
¿Dónde estaba
Dios en aquellos
días? ¿Por qué
Él silenció?...
...En un lugar
como este faltan
las palabras, en
el fondo puede
permanecer sólo
un silencio
aterrorizador,
un silencio que
es un grito
interior a Dios:
¿Señor, por qué
silenciaste?
¿Por qué
toleraste todo
esto?...”
Dónde estuvo Él
siempre
Delante de las
preguntas
levantadas por
el columnista
norte-americano,
de la señora de
la fila del
supermercado, y
del papa
Benedicto XVI,
aunque no haya
búsqueda de Dios
para decir dónde
Él siempre
estuvo, pues es
cierto que nunca
estuvo ausente
de Su obra, y
para defenderlo
también de la
imagen de
injusto, debo
decir
inicialmente que
los mayores
filósofos y
estudiosos de la
cosmología y de
la metafísica
dedicaron su
inteligencia al
entendimiento de
la figura de
Dios, creando la
Teodicea. Dos
asuntos de esa
ciencia fueron:
la existencia y
la esencia de
Dios.
Se debe, no
obstante, a
Tomás de Aquino,
autor de la
Summa Theológica,
la prueba de la
existencia de
Dios, basada en
los siguientes
argumentos
metafísicos así
sintetizados:
1) Si en el
mundo existe
movimiento o
cambio, que
caracteriza el
venir a ser,
debe existir un
motor primero
que no sea
movido por
ningún otro,
pues, si todo
fuera movido,
tendríamos
efecto sin
causa.
2) Hay una causa
absolutamente
primera,
trascendente a
las causas en
general; así, si
existen las
causas segundas,
debe existir la
causa primera,
porque las
causas segundas
son efectos.
3) Existen seres
contingentes,
que no poseen en
sí mismos la
razón de su
existencia, que
son, pero
podrían no ser;
si existen seres
contingentes,
debe existir un
ser necesario.
4) En las cosas
existen varios
grados de
perfección,
referentes a la
belleza, a la
bondad, a la
inteligencia y a
la verdad; debe
haber entonces
un ser
infinitamente
perfecto, porque
lo relativo
exige lo
absoluto.
5) Y aún, la
prueba por la
orden del mundo,
por la
organización
compleja del
Universo y por
el gobierno de
las cosas, todo
debido a una
inteligencia
ordenadora,
superior,
absoluta,
necesaria.
Concepción
espírita de Dios
Con base en
tales
razonamientos,
demostrando ser
Dios la
Inteligencia
Suprema del
Universo y la
Causa Primera de
todas las cosas,
Su esencia es de
naturaleza
espiritual,
conforme la
respuesta de los
Espíritus
Superiores a la
cuestión nº 1
del Libro de los
Espíritus.
Para mejor
entenderlo,
acostumbramos a
adjetivarlo,
pues el
adjetivo,
limitándolo, lo
hace más
accesible a
nuestra
comprensión
limitada. Por
eso,
relacionamos los
atributos de
Dios, como está
en la cuestión
nº 13 de esa
obra básica de
la Doctrina
Espírita: es
eterno; es
inmutable; es
inmaterial; es
único; es
omnipotente; y,
por fin, es
soberanamente
justo y bueno.
Según el
Espiritismo,
Dios es
distinguido de
su creación,
como está
esclarecido en
la cuestión 77
del Libro de los
Espíritus,
repeliendo por
ese motivo la
doctrina
panteísta, que
lo concibe como
parte integrante
de su propia
creación.
En ese sentido,
los conceptos de
inmanencia y
trascendencia
son inseparables
cuando Lo
analizamos,
conforme
determina la
concepción
dualista que
admite la criba
de la esencia
sustancial de
Dios, el
Creador, de Su
creación.
Como se sabe,
inmanencia de
Dios significa
Su presencia
espiritual en
todo, como causa
final y
universal, ya
que Él es el
Creador de todas
las cosas y
seres. Sin
embargo, la
inmanencia de
Dios no impide
su absoluta
independencia en
relación al
Universo, que Él
creó, y es eso
que denominamos
de
transcendencia.
Así, inmanencia
y transcendencia
integran la
naturaleza
Divina, pues,
sin la primera,
Dios se haría
extraño al
Universo y no
sería, por eso,
infinito y ni
perfecto. Sin la
transcendencia,
Dios sería
idéntico al
Universo y
también
imperfecto, como
el propio
Universo en
evolución.
Sin la
reencarnación es
difícil entender
Infelizmente,
aunque el
columnista
William Safire,
la señora del
supermercado y
el papa admitan
la existencia de
Dios, queda
difícil entender
su Justicia,
delante de los
sufrimientos de
las víctimas del
tsunami, de los
cerca de 239
jóvenes
desencarnados en
el incendio de
Santa Maria, de
los más de un
millón
quinientos mil
judíos, polacos
y rusos,
exterminados en
AUSCHWITZ-BIRKENAU,
ignorando o
desconociendo
los fundamentos
aquí expuestos.
Eso ocurre
porque las
filosofías
tradicionales y
las creencias
religiosas,
basadas en la
hipótesis de que
el hombre fue
creado para una
única existencia
en la Tierra, no
consiguen
explicar las
diferencias
individuales
entre los
hombres y los
sufrimientos
colectivos, como
los causados por
el maremoto que
alcanzó
centenares de
miles de
personas, del
incendio de la
boate Kiss, de
los exterminados
en
AUSCHWITZ-BIRKENAU,
y concluyen de
pronto que Dios
es injusto y
cruel para sus
hijos.
Sin embargo, la
solución para
ese aparente
enigma está en
la palingenesia,
en la ley de la
reencarnación,
la única que
puede explicar
con lógica las
diferencias
individuales y
colectivas en la
Humanidad.
Por medio de las
vidas sucesivas,
podemos entender
perfectamente el
funcionamiento
de la ley de
acción y
reacción, la
misma que actúa
sobre el
individuo, la
familia, la
nación, las
razas,
finalmente, el
conjunto de los
habitantes de
los mundos, los
cuales forman
individualidades
colectivas,
expresión
acuñada por el
Espíritu Clélia
Duplantier, en
Obras
Póstumas, de
Allan Kardec, al
respecto de las
expiaciones
colectivas.
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