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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 6 297 – 3 de Febrero de 2013

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

Hacer el bien sin ostentación

 

Elisa, de once años, era una niña que le gustaba ayudar a todo el mundo. Fuera niño, adulto, anciano, ella no hacía distinción. Si pudiera hacer alguna cosa por la persona, no dejaba pasar la oportunidad.

Además de eso, también le gustaban los animales y las plantas. Cuando veía un perro abandonado en la calle, lo traía inmediatamente para casa; delante de una plantita seca, inmediatamente cogía agua para mojarla.
 

Sus padres, personas muy buenas, la educaron desde pronto en la observancia del Evangelio de Jesús. Todas las semanas, en un día acordado, ellos hacían el estudio del Evangelio en el Hogar, con gran satisfacción y aprovechamiento de la niña.

Cierto día, sin embargo, la madre salió para visitar a una amiga que vivía en la periferia, y llevó a la hija. En el trayecto, encontraron un chico muy pobrecito y Elisa lo saludó:

— ¿Cómo vas, José? ¿Y la familia? ¡Mira, mamá! ¿Estás viendo esa camiseta? ¡Fui yo que se la di a José!...                  

Con la cabeza baja, avergonzado, el chico

respondió:  

— ¡Nosotros vamos bien, Elisa, gracias a Dios! — y siguió adelante.

Más adelante, Elisa vio a una señora que tendía unas ropas y llamó la atención de la madre:

— ¿Reconoces el vestido que aquella señora está vistiendo? ¡Era tuyo, mamá!

La mujer, habiendo oído, balanceó la cabeza con expresión enfadada y dijo:

Tienes razón, Elisa. Fue usted que me dio este vestido, y yo se lo agradezco. ¡Muchas gracias! La señora tiene una hija muy buena, doña Fátima —

completó dirigiéndose a la madre.

— Estoy contenta que le haya servido, Ana. Así, cuando tenga otros, podré traerle — dijo la madre de Elisa con una sonrisa.

Volviendo la esquina, Elisa se encontró con otra niña que había ayudado, después fue un hombre, y así por delante. Ahora era un par de calzados, ropas o juguetes.  

La madre, a cada nueva mención, se sentía más cohibida que las personas citadas por la hija.

Al llegar a la dirección a donde Fátima necesitaba ir, ella conversó con la dueña de la casa, una modista amiga suya a quien acostumbraba llevar trabajo, y volvieron. La madre quería decir algo a la hija, pero pensó mejor esperar a llegar a la casa para conversar tranquilamente.

Alberto, el padre de Elisa, ya las aguardaba para el Evangelio en el Hogar. Se sentaron a la mesa, Elisa hizo la plegaria inicial y el padre abrió el Evangelio. La página era: “Hacer el bien sin ostentación”. Después de la lectura, la madre preguntó si la hija había entendido la lección, que fuera providencial, a lo que ella respondió:

— Más o menos, mamá. ¿Qué quiere decir “que la mano izquierda no sepa lo que hace la derecha?”... ¡Ellas están tan cerca que es imposible que eso ocurra!...    

— Se trata de un sentido figurado, Elisa. Jesús quiso enseñarnos a ser discretos al practicar la caridad. Es decir, que, al hacer el bien, no salgamos a divulgar lo que hicimos. ¿Entendiste, hija?

— ¿Pero por qué?

— Si las personas a quienes hacemos el bien nos lo agradecen, estaremos pagados. Ya recibimos por lo que hicimos. Dios no nos dará la recompensa por nuestra buena acción — completó el padre.

Elisa quedó pensativa, después miró para la madre y preguntó:

— ¿Quieres decir que actué mal hoy, no es, mamá?

— No, Elisa. Pero sería mejor si te hubieras callado delante de las personas a quien ayudo. ¿Qué piensas de la reacción de ellas? — Fátima dijo, mirando a la hija con cariño.

La niña pensó un poco y comentó:

— ¡Encontré extraña la reacción de mis amigos! No parecían estar contentos!...

— Eso mismo, Elisa. Colócate en la posición de ellos. ¿Si tú estuvieras vistiendo ropas o calzados viejos, que recibió de alguien por no poder comprar, quedarías satisfecha si la persona que te dio comentara el hecho?

— No, mamá. Creo que me sentiría muy avergonzada, incómoda...

— Exactamente, Elisa. Nadie queda contento en una situación de esas, hija. Por eso, lo mejor es hacer el bien y olvidar. La persona beneficiada siempre irá a recordar, y es en eso que consiste el mérito de quien ayuda. Dios, que todo sabe y todo ve, dará la recompensa que merecemos.

— Tienes toda la razón, mamá. ¿Debo pedir disculpas a ellos por lo que yo hice?

Fátima, inmediatamente, levantó las manos, sonriendo:

— ¡No!... De modo alguno, hija; tus disculpas sólo harían que ellos volvieran a recordar lo que ocurrió. Es como si tú apretaras el cuchillo en una herida abierta, que iría a doler de nuevo. Basta no tocar más el asunto.

— Entendí, mamá. Y que Dios me perdone por lo que yo hice, aún sin saber.

— No te preocupes. Dios es nuestro Padre, hija mía, y nos envuelve siempre con mucho amor. Además de eso, Él sabe que tú no lo hiciste por mal.                                     

MEIMEI
 

(Recebida por Célia Xavier de Camargo, em Rolândia-PR, aos 7/01/2013.)


               
 
                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita