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Año 6 297 – 3 de Febrero de 2013
ROGÉRIO COELHO
rcoelho47@yahoo.com.br 
Muriaé, Minas Gerais (Brasil)
 
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 
 

El anciano y la relación familiar

Como cuidar, respetar y amar


(...) Más, si alguien no tiene cuidado de los suyos, y principalmente de los de su familia, negó la fe, y es peor que el infiel”. – (Timoteo, 5:8.)

 

Cambiar la sociedad no es fácil, pero cambiar la forma como tratamos a las personas a nuestro alrededor es algo que está enteramente a nuestro alcance.

La Drª. Roberta de Silva, CRMRS 27659 - Médica especializada en Geriatría, explica que en la cultura oriental el anciano es el miembro de la familia detentor de sabiduría y merecedor de profundo respeto. Así, los consejos son solicitados a él, que posee no solamente una suma de años, sino valores, experiencias y sabiduría que guían a los más jóvenes en los desafíos y caminos que la vida proporciona. Les parece simple, de esa forma, auxiliados por los más viejos, conocer de antemano el camino que deberá ser recorrido, los alertas a los cuales deben estar atentos, las adversidades que van a encontrar. Y lo más importante: le son gratas. Dignifican al anciano hasta sus últimos momentos.     

Y nosotros, ¿qué aprendemos con los nuestros? ¿Nos sirven de consejeros? ¿Los respetamos como merecen? La Dra.  Roberta Silva cree que no, una vez que nuestra sociedad, a juzgar por todo aquello que podemos observar, tiene otro mirar delante de la tercera edad: los ancianos muchas veces acaban ocupando un “status” de improductivos. No trabajan más, como si el mercado de trabajo les ofreciesen oportunidades dignas para producir.

Cuántas veces ya oímos: “el abuelo está caducando...” o ¡en su tiempo él era diferente! Eso ya era”. El conflicto de generaciones en los hogares, cambios de hábitos, de tecnologías, no pueden existir en detrimento del respeto, de las buenas costumbres y de los sentimientos.   

Popularmente se dice que el ser humano aprende con el dolor. Diferente de los orientales, la mayoría de nosotros desprecia tamaña oferta de saber. Prefiere arriesgarse más, correr más, a escuchar preciosas lecciones. Queda claro, en este ritmo desenfrenado en que preferimos culpar nuestro estilo de vida, el ocurrir del día a día y quehaceres para  ganar la vida que nos ocupa tan gran indiferencia.

Hoy, lo que se busca en la Geriatría es el envejecimiento con calidad de vida: prevención de enfermedades, avances en los tratamientos, pero aún no existe medicación para curar el mal de la soledad y del abandono que aflige a más del 15% de esta población.

Con certeza llegó la hora de educarnos y a nuestros hijos. Mostrarles que aquellas arrugas no señalan sólo días y días vividos, sino son las marcas de los trabajos que tuvieron para que hoy estuviéramos aquí en razonables condiciones de cultura, confort y bienestar.

Amparo doméstico solo el hogar tiene condición de ofrecer

Hay que comprender que muchas veces el andar más despacio, las manos trémulas y su voz con tonos más bajos no significan flaqueza, sino señales que indican que en esa ocasión necesitan ser más abrazados de lo que pueden abrazar; de que ya perdieron muchos y muchas personas que aún les son queridas, que por eso la familia tal vez sea todo aquello que ellos aún tienen, y eso significa mucho.

Cuando la familia opta por el internamiento del anciano en asilos, su expectativa de vida decrece de forma significativa, por mejores que sean las instalaciones y por más bien cuidados que sean por profesionales competentes. Finalmente, el amparo doméstico sólo aún los hogares tienen condición de ofrecer, ¿pero ofrecen?

Hay que tener capacidad de entender que los ancianos aún pueden ser útiles, tal vez no más con fuerza u ofreciendo cuantías monetarias, sino con consejos, con afectos a los demás miembros de la familia, en especial con los niños, cuidando de las pequeñas cosas que pueden hacer en los hogares.  Es difícil sensibilizar a las personas. Pero sólo piense cómo le gustaría de ser tratado por sus hijos en la tercera edad. No olvide que su ejemplo está siendo observado y será repetido por ellos. 

En la década de los 40 los ancianos representaban solamente 0,7% de la población brasileña y hoy este grupo representa 2,5%. Según el IBGE (Instituto Brasileño de Geografía y Estadística) en el año 2025, ellos llegarán a 34 millones, colocando nuestro país en 6º lugar en el mundo en población anciana.  Se hacen, por lo tanto, necesarias a los debidos cuidados para la atención de esa parte bastante expresiva de la sociedad, y ahí la familia tiene un papel muy importante. ¿Cómo está actualmente la relación de los miembros más jóvenes con los parientes que ya están en la tercera edad y qué se puede hacer para mejorar esa convivencia?

¿Qué significa tener a un anciano viviendo con los demás miembros de la familia?

De un modo general, la presencia del anciano en la familia va a resultar en algunas intervenciones en especial en la educación de los niños, lo que obviamente es misión de los padres. Pero no hay problema alguno que no pueda ser contornado cuando existe respeto y amor por los más viejos. Los familiares no pueden jamás perder de vista que los ancianos ya tuvieron su fase de trabajo y de proveedores. Por lo tanto, la Tercera Edad no es una fase para conquistarse el afecto de la familia y sí usufructuar de algo ya construido. Por eso, es importante, para los más jóvenes, que construyan desde ya la armonía familiar. Nada impide que los ancianos puedan hacer algunos trabajos caseros más fáciles, pero no puede existir abuso.

La piedad filial no puede tener negligencias

Los Benefactores Espirituales revelaron a Kardec que el límite del trabajo es el de las fuerzas, dejando Dios, a ese respeto, enteramente libre al hombre, y acentuaron que él tiene el derecho de reposar en la vejez, no siendo a nada obligado, y, si algún gravamen tenga, que sea ese en consonancia con sus posibilidades físicas.

Enseña el amable Maestro lionés que la piedad filial no puede tener negligencia, una vez que se encuentra implícita en el mandamiento: “Honrad a vuestro padre y vuestra madre”.  Honrarlos, otra cosa no es sino “respetarlos, asistirlos en las necesidades, proporcionarles reposo en la vejez, cercarlos de cuidados como ellos hicieron con nosotros, en la infancia”.  “Sobre todo para con los padres sin recursos” – continúa Kardec – “es que se demuestra la verdadera piedad filial. ¿Obedecen a ese mandamiento los que juzgan hacer gran cosa porque dan a sus padres lo estrictamente necesario para no morir de hambre, mientras ellos de nada se privan, echándolos para las habitaciones más ínfimas de la casa sólo por no dejarlos en la calle, reservando para sí lo que hay de mejor, de más confortable? ¡Menos mal cuando no lo hacen de mala voluntad y no los obligan a comprar caro lo que les resta vivir, descargando sobre ellos el peso del gobierno de la casa! ¿Será entonces a los padres viejos y débiles que cabe servir a hijos jóvenes y fuertes? ¿Les habría la madre vendido la leche, cuando los amamantaba? ¿Contó por ventura sus vigilias, cuando ellos estaban enfermos, los pasos que dieron para obtenerles lo que necesitaban? No. Los hijos no deben a sus padres pobres sólo lo estrictamente necesario: les deben también, en la medida de lo que puedan, las pequeñas bagatelas, los superfluos, las solicitudes, los cuidados amables, que son sólo el interés de lo que recibieron, el pago de una deuda sagrada. Únicamente esa es la piedad filial grata a Dios”.

Dentro de la apelación de la piedad filial, la Drª. Roberta Silva aún añade:       

“(...) Una buena iniciativa para vivir mejor en una familia con la presencia de un anciano es enseñar a los niños a respetarlo y valorarlo, comprendiendo con amor y gentileza los muchos lapsos de memoria y buscando comprender, igualmente, los discursos repetitivos y la demora del razonamiento de parte de él. Hay que tener siempre en el recuerdo que la edad avanzada no siempre es sinónimo de ostracismo y de inactividad. En el Viejo Testamento, existe un salmo que dice: ‘En la vejez aún darán frutos, serán vegetales y fluorescentes’.”

El envejecimiento forma parte del curso natural de la vida

La Doctora en Psicología por la Universidad de São Paulo y Profesora de la Universidad Provincial de Londrina, Verônica Bender Haydu, escribió un artículo en la Tribuna del Valle del Paranapanema, nº 1179, titulado: ‘Cuidar, respetar, amar’, en el cual ella muestra un aspecto importante para la vida de las personas, y en lo que se refiere a los ancianos, afirmó: ‘No voy a especificar cual es la edad que define la vejez, pues esto es muy relativo, pudiéndose considerar que ella comienza a los 50, 60 o 70 años. En este texto, voy a escribir sobre las personas comunes, aquellas que nos rodean, como nuestros abuelos, padres, tíos, suegro y suegra. Voy a escribir sobre el anciano que está a nuestro alrededor y para el cual podemos `hacer la diferencia’.

El envejecimiento forma parte del curso natural de la vida y acontecerá a todos aquellos que no mueran antes de alcanzar edades más avanzadas. Vivir es envejecer... Con la madurez, adquirimos conocimiento, sensibilidad para las relaciones afectivas y una fuerte tendencia para recurrir a las experiencias anteriores, y, cuando tenemos una buena relación interpersonal, adquirimos confianza y seguridad. Por otro lado, con el envejecimiento de nuestro cuerpo, perdemos capacidad física; quedamos preocupados con las enfermedades, que pasan a ocurrir a menudo cada vez mayor; estamos con miedo a morir, pues vemos personas de nuestra convivencia, como amigos y familiares muriendo; y somos sustituidos por personas más jóvenes en nuestro trabajo o empleo.

Además de eso, las personas que nos rodean pasan a designarnos ‘viejos’, muchas veces de forma peyorativa y maliciosa. No es raro, vemos personas ancianas siendo sometidas a malos tratos que no son prácticas presentes sólo en nuestra cultura. Este es un problema global que recibió atención de la Organización Mundial de Salud, que en la Declaración de Toronto para la Prevención Global de Malos Tratos a las Personas Ancianas definió malos tratos al anciano “como cualquiera acto aislado o repetido, o la ausencia de acción pertinente, que ocurre en cualquier relación en que haya una expectativa de confianza, y que cause daño, o incomodidad a una persona anciana. Estos pueden ser de varios tipos: físico, psicológico/emocional, sexual, financiero o simplemente reflejar actos de negligencia intencional, o por omisión”.

Delante de ese escenario, yo pregunto: ¿Qué podemos hacer para que nuestra sociedad sea más justa y para que las personas ancianas también puedan ser felices? Basta un poco más de tolerancia y de disposición para observar las contribuciones que ellas son capaces de hacer.  

El anciano y la familia: los dos lados de la misma moneda

Cuando cobramos acciones y reacciones que están fuera del alcance del anciano debido a las limitaciones impuestas a él por la edad, o cuando explotamos al anciano con trabajo y exigencias por encima de sus posibilidades, creamos un ambiente coercitivo que provoca reacciones de fuga. Así, para poder escapar de las exigencias y de las agresiones, el anciano se refugia y se aísla, y con el aislamiento muchas veces viene la depresión. El aislamiento y la depresión son condiciones que favorecen a la aparición de otras enfermedades. Lo que yo quiero enfatizar es que la negligencia, la separación y la violencia emocional y física sólo empeoran las condiciones de los ancianos en lo que dice respecto a ser productivo, tener una vida social intensa, tener salud, en fin, tener una vejez bien exitosa.

La receta para que podamos “hacer la diferencia”  es: Cuidar y hacerse cuidar. Se entiende que cuidar del anciano es dar atención, es observar sus necesidades, es dar cariño y afecto. Criticar, depreciar, reprimir, injuriar, punir no son maneras pertinentes de cuidar de quienquiera que sea. Hacer al anciano cuidarse es dar oportunidad para que él se preocupe con la propia salud, es, por encima de todo, valorar sus hechos, para que él sea productivo y busque ser feliz y motivado en la convivencia social y, de esa forma, tenga una vida digna, bien diferente de la vida de aislamiento.

Investigando en la revista de la PUC/SP, año I, Nº. 8, de noviembre de 2000, localizamos un artículo escrito por la asistente social Fátima Teixeira, con master por la PUC/SP, titulado “El anciano y la familia: los dos lados de la misma moneda”, en el cual ella aborda la cuestión del anciano dentro del ámbito familiar sobre dos enfoques: de un lado, el punto de vista del anciano con sus necesidades y expectativas,  y del    otro  la familia    moderna con su organización y dinámica, no siempre entendiendo el proceso que el anciano viene experimentando en esa etapa de la vida. Teixeira define la familia como un grupo radicado en una sociedad y tiene una trayectoria que le delega responsabilidades sociales. Especialmente ante el anciano, la familia viene asumiendo un papel importante e innovador, en la medida en que el envejecimiento acelerado de la población que estamos constatando es un proceso reciente y aún poco estudiado por las ciencias sociales.

La Constitución Federal de 1988 presenta a la familia como base de la sociedad y coloca como deber de la familia, de la sociedad y del Estado “amparar a las personas ancianas asegurando su participación en la comunidad, defendiendo su dignidad y bienestar y garantizándole el derecho a la vida”.

Lo que el anciano necesita es sentirse valorizado

En este sentido, cabe a los miembros de la familia entender a esa persona en su proceso de vida, de transformaciones, conocer sus fragilidades, modificando su visión y actitud sobre la vejez y colaborar para que el anciano mantenga su posición junto al grupo familiar y a la sociedad.

Aquí cabe una pregunta: ¿Cómo los hijos, de una manera general acostumbrados a ser cuidados y dependientes de los padres por buenos años de sus vidas, en un momento dado pasan a experimentar una inversión en esas relaciones cuando los padres comienzan a necesitar de atención y ayuda? Con las fragilidades que muchas veces acompañan el proceso de envejecimiento es común surjan conflictos entre los hijos cuando la situación de los padres pasa a exigirles nuevas responsabilidades y cuidados. La familia necesitará, entonces, de un periodo de adaptación para aceptar y administrar con serenidad la nueva situación, de forma a respetar las necesidades de los padres y evitar que se sientan una sobrecarga para los hijos. De ahí la importancia de que el anciano concentre esfuerzos para, en los más diversos sentidos, no entregarse a la inactividad, evitando lo más posible el sentimiento de dependencia de la familia que tanto lo aflige.

Los ancianos alimentan la expectativa de recibir atención y cuidados de los hijos y nietos en el momento en que pierdan o tengan sus capacidades físicas e intelectuales disminuidas, fantasma constante a perseguir y preocupar a los más viejos. Esa dependencia se caracteriza en un verdadero acuerdo tácito, o sea, una negociación en la cual los padres cultivan la expectativa de obtener, en el momento que necesiten, la retribución por la dedicación ofrecida a la familia.

Los cambios que están ocurriendo en las representaciones de familia en las nuevas generaciones están exigiendo formas alternativas de convivencia familiar y reformulación de valores y conceptos. La familia brasileña del tercer milenio está cada vez más distanciada de la plantilla tradicional, en el cual el anciano ocupaba lugar de importancia. Estamos viviendo un importante periodo de transición y cambios, en el cual se hace necesaria la comprensión de las transformaciones sociales y culturales que se vienen procesando en las últimas décadas, para enfrentar nuestro propio proceso de envejecimiento dentro de expectativas juntas con las nuevas formas de organización familiar. Sin embargo, cualquiera que sea la estructura en la cual se organizará la familia del futuro, hay la necesidad de mantenerse los vínculos afectivos entre sus miembros y los ancianos. En esa fase de la vida, lo que el anciano necesita es sentirse valorado, vivir con dignidad, tranquilidad y recibir la atención y el cariño de la familia.

 

 

Fontes consultadas:

 

http://www.clickfamilia.org.br/cgi/cgilua.exe/sys/start.htm?infoid=84&sid=160.


Revista da PUC/SP, ano I, nº. 8, de novembro de 2000.


Tribuna do Vale do Parapanema nº 1179. 


O Livro dos Espíritos, de Allan Kardec


O Evangelho segundo o Espiritismo, de Allan Kardec.



 


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Revista Semanal de Divulgación Espirita