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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 6 295 – 20 de Enero de 2013

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

La fuerza de la comprensión

 

Un juguete de Jonas había desaparecido. Irritado, sospechando que su hermano Lucas, de sólo tres años de edad, era el culpable, gritó:

— Lucas, devuélveme mi cochecito rojo nuevo.

— No sé donde está. No cogí tu cochecito — respondió el pequeño.

— Lo cogió sí. ¡Dime dónde tú lo escondiste, Lucas!

Pero el pequeño repetía, golpeando el pie en el suelo y llorando:

— No lo cogí, no lo cogí, no lo cogí.

Al ver la confusión armada y Lucas en llantos, la madre cogió al pequeño en los brazos y dijo al hijo más mayor:

— Jonas, hijo mío, tú ya tienes once años y no puedes estar peleando con tu hermanito. Si Lucas dijo que no lo cogió, créele. Busca bien y acabarás encontrando tu juguete.

Resoplando de rabia, Jonas salió de la sala y comenzó a buscar el cochecito. Buscó en el cuarto de dormir, en el patio, en la terraza, en la sala y hasta en el baño. Nada de encontrar su juguete preferido.

Sin saber donde buscar más, Jonas entró en la oficina y, mirando para el estante de libros de su padre, pensó: ¡Sólo puede estar ahí!

Retiró todos los libros del estante.

Cuando el padre llegó, al atardecer, se llevó un susto. Encontró a Jonas perdido en medio de los libros, desanimado.

¿Qué ocurrió, hijo mío? — preguntó, espantado.

— Estaba buscando mi cochecito, papá.

— ¿En medio de mis libros? ¿Y tu lo encontraste?

— No, papá.

— Bien. Entonces, ahora coloca los libros en su lugar.

— ¡Pero, papá! ¡Estoy cansado! — protestó el chico, haciendo una mueca.

Con mucha paciencia, el padre dijo:

— Jonas, fuiste tú el que hiciste este desorden. ¡Luego, eres tú el que debes arreglar todo, colocando los libros en su lugar! Puedes comenzar ya, de lo contrario no terminarás hasta la hora de dormir.                                                                               

Ellos no vieron que el pequeño Lucas había entrado, se escondido detrás de la mesa, y oía la conversación.

Así que el padre salió de la sala, Lucas se prestó a su modo:

— ¿Quieres ayuda, Jonas?

Con una grande pila de libros en los brazos, que apenas podía cargar, el hermano respondió mal-humorado:

— ¡¿Tú?! ¡Vete de aquí, enano! Tú no tienes fuerza para llevar libros tan pesados. ¡Ahora me dejas trabajar!

No tardó mucho, Jonas estaba exhausto. Decidió parar un poco para descansar y tomar la merienda, pero estaba tan cansado que se sentó en el sofá de la sala, delante de la televisión, y acabo durmiéndose.

¡Al despertar, se llevó un susto! 

¡Dios mío! ¡Yo me adormecí y no acabé de arreglar los libros del papá!

Corrió para la oficina y tuvo una gran sorpresa.

¡Parecía un milagro! ¡A pesar de estar un poco desaliñados, los libros estaban todos en el lugar!

— ¿Quién habrá hecho eso? — preguntó en voz baja, sin poder creerlo.

Una voz alegre y cristalina respondió:

— ¿Fui yo!

Era Lucas, satisfecho con su servicio, cargando el último libro.

— ¿Cómo conseguiste tú hacer eso, Lucas? ¡Ellos son muy pesados! ¿Cómo pudiste cargar una pila de libros?

— Ahora, no cargué una pila de libros. ¡Llevé uno por uno!

Jonas miró al hermano, admirado del trabajo que él había realizado. Comprendió que menospreció la ayuda del pequeño Lucas juzgándolo incapaz. Sin embargo, el hermanito había probado que podía realizar aquella tarea. Ciertamente, no conseguiría llevar un peso grande, pero había usado la cabecita y trasportado los libros poco a poco.

Jonas se aproximo al hermano y lo abrazó con cariño.

— Lucas, hoy tú me demostraste que siempre podemos realizar aquello que deseamos. Basta que tengamos buena voluntad y creatividad. Gracias, hermanito.

Los padres, que pasaban en aquel momento y pararon para observar la escena, también quedaron satisfechos al ver a los hermanos abrazados y en paz.

Sorridente, la madre dijo:

— Para que la lección sea completa aún falta una cosa, Jonas. ¿Te acuerdas de tu cochecito rojo? Pues yo lo encontré, hijo mío. Estaba en medio de tus ropas, en el armario.

Colorado de vergüenza, Jonas se volvió para el hermano y dijo:

— Lucas, ni sé como disculparme por la manera como actué. Por dos veces hoy yo te juzgué mal y erré. Además de eso, tú mostraste que eres pequeño en tamaño, pero que tienes un gran corazón. A pesar de haber sido maltratado por mí, soportado mi mal humor, mi irritación, olvidaste todo y, cuando viste que yo estaba en apuros, me ayudaste con alegría, realizando una tarea que era mía. ¿Tú puedes perdonarme?  

El pequeño abrazó a Jonas con una ancha sonrisa:

— ¡Claro! ¿Tú me llevas a pasear mañana?

Todos rieron, satisfechos por formar parte de una familia que tenía problemas como cualquier otra, pero que por encima de todo era feliz, porque existía comprensión, generosidad y amor entre todos.                 

                                                               
TIA CÉLIA


               
 
                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita