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Estudio Metódico del Pentateuco Kardeciano Português   Inglês

Año 6 288 – 25 de Noviembre de 2012

ASTOLFO O. DE OLIVEIRA FILHO                    
aoofilho@gmail.com
                                      
Londrina,
Paraná (Brasil)  
 
Traducción
Maria Reyna - mreyna.morante@gmail.com
 

 

El Libro de los Médiums 

Allan Kardec 

 (Parte 38)
 

Continuamos con el estudio metódico de “El Libro de los Médiums”, de Allan Kardec, la segunda de las obras que componen el Pentateuco Kardeciano, cuya primera edición fue publicada en 1861. Las respuestas a las preguntas sugeridas para debatir se encuentran al final del texto.

Preguntas para debatir 

A. ¿Cuál es, después de la obsesión, la mayor dificultad del Espiritismo práctico?

B. ¿Cuándo la identificación de un Espíritu se hace más fácil?

C. ¿Es importante hacer la distinción entre Espíritus buenos y malos?

D. ¿Cuál es, según Kardec, el medio único e infalible de saber la naturaleza del Espíritu comunicante?

Texto para la lectura

349. ¿Pueden las doctrinas erróneas enseñadas por ciertos Espíritus retrasar el progreso de la verdadera ciencia? Los Espíritus responden a Kardec: “Deseáis obtener todo sin trabajo. Sabed, pues, que no hay campo donde no crezcan malas hierbas, que corresponde extirpar al labrador. Esas doctrinas equivocadas son una consecuencia de la inferioridad de vuestro mundo. Si los hombres fuesen perfectos, sólo aceptarían lo que es verdadero. Los errores son como las piedras preciosas falsas, que sólo un ojo experto puede distinguir. Por lo tanto, necesitáis un aprendizaje para distinguir lo verdadero de lo falso. ¡Pues bien! Las doctrinas falsas son útiles para ejercitaros en hacer la distinción entre el error y la verdad.” Los que aceptan el error no están lo bastante adelantados para comprender la verdad.  (Ítem 301, pregunta 10)

350. Ninguna nube oscurece la luz más pura; el diamante sin mancha es el que tiene más valor; juzguemos pues a los Espíritus por la pureza de sus enseñanzas. La unidad se hará del lado donde el bien jamás se haya mezclado con el mal; de ese lado es que los hombres se unirán, por la fuerza misma de las cosas, porque considerarán que allí está la verdad. Notemos, además, que los principios fundamentales son en todas partes los mismos  y deben unirnos en un pensamiento común: el amor a Dios y la práctica del bien. Cualquiera que sea, pues, el modo de progreso que se suponga para las almas, el objetivo final es uno solo, y uno solo el medio de alcanzarlo: hacer el bien. Si surgen disidencias capitales, disponemos de una regla para apreciarlas: la mejor doctrina es aquella que satisface al corazón y a la razón, y la que más elementos posee para conducir a los hombres al bien. Y es ésa la que prevalecerá, según afirma expresamente el Espíritu de Verdad. (Ítem 302) 

351. La finalidad del Espiritismo, como ya fue dicho, es el mejoramiento moral de la Humanidad. Si no nos alejamos de ese objetivo, jamás seremos engañados, porque no existen dos maneras de comprender la verdadera moral. (Ítem 303, pregunta 1)

352. Dios no envía a los Espíritus para que nos allanen el camino material de la vida, sino para que nos preparen el del futuro. (Ítem 303, pregunta 1)

353. Los que renuncian al Espiritismo, por causa de una simple decepción, prueban que no lo han comprendido y no han reparado en su aspecto serio. Dios permite las mistificaciones para probar la perseverancia de los verdaderos adeptos y castigar a los que hacen del Espiritismo un objeto de diversión. (Ítem 303, pregunta 2)

354. Las mistificaciones pueden tener consecuencias desagradables para los que no se encuentren en guardia. Entre los medios que esos Espíritus emplean, los más frecuentes son los que tienen por finalidad tentar la codicia, como la revelación de presuntos tesoros ocultos, el anuncio de herencias, u otras fuentes de riqueza. Además, deben considerarse sospechosas las predicciones con fecha determinada, así como todas las indicaciones precisas relativas a intereses materiales. (Ítem 303, Nota de Kardec)

355. Médiums interesados no son sólo los que, por ventura, exigen una retribución fija; el interés se traduce también en las ambiciones de todo tipo. Este es uno de los defectos de los que los Espíritus burlones saben sacar provecho. Como la mediumnidad es una facultad concedida para el bien, los buenos Espíritus se alejan de quien pretenda hacer de ella un escalón para llegar a cualquier cosa que no corresponda a los designios de la Providencia. El egoísmo es la llaga de la sociedad; los buenos Espíritus la combaten; a nadie le asiste, pues, el derecho de suponer que ellos vengan a servirle. (Ítem 306)

356. El grado de confianza o desconfianza que se debe conceder a un médium depende, ante todo, de la estima que infundan su carácter y su moralidad, más allá de las circunstancias. El médium que, con un fin eminentemente serio y útil se encontrara impedido de emplear su tiempo de otra manera y, en consecuencia, se viese exonerado, no debe ser confundido con el médium especulador, con aquél que premeditadamente haga de su mediumnidad una actividad profesional. (Ítem 311)

357. El fraude siempre se dirige a un objetivo, a un interés material cualquiera; donde no haya nada que ganar, no hay ningún interés en engañar. Por eso fue que dijimos, hablando de los médiums mercenarios, que la mejor de todas las garantías es el desinterés absoluto. (Ítem 314) 

Respuestas a las preguntas propuestas

A. ¿Cuál es, después de la obsesión, la mayor dificultad del Espiritismo práctico?

Es la cuestión de la identidad de los Espíritus, puesto que éstos no nos traen un sello de identificación y sabemos con cuánta facilidad algunos de ellos toman nombres prestados; así, después de la obsesión, ésta es una de las mayores dificultades de la práctica espírita. Se debe entender, sin embargo, que en muchos casos la identidad absoluta es una cuestión secundaria y sin importancia real. (El Libro de los Médiums, ítem 255.)

B. ¿Cuándo la identificación de un Espíritu se hace más fácil?

La identidad es mucho más fácil de comprobar cuando se trata de Espíritus contemporáneos, de los cuales conocemos su carácter y sus hábitos, porque son precisamente esos hábitos, de los que todavía no han tenido tiempo de liberarse, los que permiten su reconocimiento y constituyen así una de las señales más seguras de su identidad. El Espíritu puede, sin duda, ofrecer pruebas cuando se las pedimos, pero no lo hace siempre, a no ser que le convenga, y generalmente este pedido le lastima; he ahí por qué debemos evitarlo. Al dejar su cuerpo, el Espíritu no perdió la susceptibilidad y, por ello, se ofende con toda pregunta que tenga por objetivo ponerle a prueba. Las pruebas de identidad surgen, además, de un montón de circunstancias imprevistas que no se presentan siempre a primera vista, sino en el transcurrir de los trabajos. Es conveniente, por lo tanto, esperarlas sin provocarlas, observando con cuidado todas las que pueden derivar de la naturaleza de las comunicaciones. (Obra citada, ítem 257.)

C. ¿Es importante hacer la distinción entre Espíritus buenos y malos?

Sí. Si la identidad absoluta de los Espíritus es, en muchos casos, una cuestión accesoria y sin importancia, no sucede lo mismo con la distinción entre los Espíritus buenos y malos; su individualidad puede sernos indiferente, pero no su calidad. He ahí el punto donde debe converger toda nuestra atención en todas las comunicaciones instructivas, porque sólo esta distinción nos puede dar la medida de la confianza que podemos atribuir al Espíritu que se manifiesta, cualquiera que sea el nombre bajo el cual se presente. Juzgamos a los Espíritus como juzgamos a los hombres: por su lenguaje. Supongamos que un hombre reciba veinte cartas de personas desconocidas. Por el estilo, los pensamientos, en fin,  innumerables señales, juzgará a las personas que son instruidas o ignorantes, finas o mal educadas, superficiales, profundas, frívolas, orgullosas, serias, livianas, sentimentales, etc. Ocurre lo mismo con los Espíritus; debemos considerarlos como corresponsales que jamás hemos visto y preguntarnos qué pensaríamos de la sabiduría y del carácter de un hombre que dijese o escribiese tales cosas. Podemos tener como regla invariable y sin excepción que el lenguaje de los Espíritus está siempre en relación a su grado de elevación. (Obra citada, ítems 262 y 263.)

D. ¿Cuál es, según Kardec, el medio único e infalible de saber la naturaleza del Espíritu comunicante?

Sometiendo todas las comunicaciones a un examen escrupuloso, escrudiñando y analizando el pensamiento y las expresiones como hacemos cuando se trata de juzgar una obra literaria, rechazando sin dudar todo lo que vaya contra la lógica y el sentido común, todo lo que desmienta el carácter del Espíritu comunicante, desalentamos a los Espíritus engañadores, que terminan por retirarse una vez que se han convencido de que no pueden engañar. Este medio es el único, pero infalible, porque no existe una comunicación mala que pueda resistir a una crítica rigurosa. (Obra citada, ítem 266.)
 

 

 


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