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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 6 286 – 11 de Noviembre de 2012

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

Cuidando de la naturaleza

 

En una aldea, en medio de la selva, vivían algunos indios. Antes esa tribu era grande, con guerreros fuertes, valientes y rápidos, que cazaban y traían sus presas para la selva, las cuales servían de alimento para todos.

Sin embargo el tiempo pasó y ahora la tribu estaba muy reducida. Muchos indios habían sido atraídos para la ciudad, donde consiguieron empleo y, por eso, no volvieron más. Ahora, en la pequeña aldea, los hombres plantaban y cogían para lo sustento de todos, alimentándose especialmente de maíz, de mandioca y de frutas.
 

Curió, pequeño guerrero, le gustaba correr en la selva, considerándose libre y feliz al sentir el viento tocar su rostro y levantar sus cabellos. Pero en esas andanzas, Curió comenzó a ver cosas que lo entristecieron mucho.

Eran grandes árboles derrumbados y transformados en madera por el hombre blanco, que después encendían fuego en aquello que quedaba, para  limpiar  el terreno y proteger sus

máquinas; otras veces, eran animales que ellos abatían a tiros con sus armas de fuego.

En otras aún, el pequeño indio veía, con infinita tristeza, los riachuelos de agua cristalina, utilizados por hombres y animales para matar la sed, ahora con las aguas sucias y teñidas de sangre, donde corrían restos de animales; el hombre blanco utilizaba lo que quería, después tiraba el resto en las aguas de los riachuelos.

Curió buscó al padre, a aquella hora trabajando en la plantación, y se sentó cerca de él con la cabeza baja, sintiendo gran tristeza. El padre notó que el hijo no estaba contento y preguntó:

— ¿Qué hace Curió bajar la cabeza, triste, cuando deberías estar feliz?

— ¡Ah, mi padre! Curió vio tantas cosas malas que no puede estar contento.

— ¿Y qué vio mi hijo?

El pequeño indio contó al padre todo lo que había visto, terminando por preguntar:

— Mi sabio padre, ¿qué tiene el hombre blanco en su cabeza para estropear de ese modo la naturaleza que nos fue dada por el Padre Mayor?

El padre quedo pensativo, dejó la azada y se sentó en el suelo al lado del hijo, después respondió sereno:

— El hombre blanco piensa que él es el dueño de la tierra, hijo. Que todo le pertenece y por eso no respeta nada. Así, devasta los bosques, enciende fuego para limpiar el terreno y poluciona el aire que respiramos; mata los animales por placer, no como nosotros que lo hacemos solamente para saciar el hambre. Y no contento con eso, él aún destruye las corrientes, de donde nosotros cogemos el agua limpia para matar la sed.

Horrorizado, Curió exclamó:

— ¡Pero el hombre blanco está destruyendo nuestra vida y el lugar donde nosotros vivimos, mi padre! ¿Él no sabe eso?

El padre balanceó la cabeza y respondió:

— El hombre sabe lo que está haciendo, pero no se siente responsable, por no tener conciencia de los males que practica. Por esa razón, todos nosotros vamos a sufrir las consecuencias de sus actos.

El niño quedó callado por algunos instantes, después volvió:

— ¡Padre, debe haber algo que podamos hacer para ayudar a disminuir esos problemas!

El padre nuevamente balanceó la cabeza de modo afirmativo, explicando:

— Curió, todos nosotros podemos colaborar con el ambiente en que vivimos.

— ¿De que modo, mi padre?

— ¡A través de nuestras acciones! Si cada uno cuida del ambiente en que vive, ya estará haciendo lo suficiente. Mientras más personas sientan necesidad de mejorar nuestro mundo, más bendiciones iremos a coger, porque estaremos ayudando a preservar el medio ambiente.

El pequeño indio quedó pensativo, y el padre, entendiendo que ya había hablado lo suficiente sobre el asunto, volvió a cuidar de la tierra.

De repente, Curió se levantó animado, exclamando:

— ¡Ya sé como voy a hacer para mejorar esa situación!

Y antes que su padre pudiera hablar alguna cosa, el niño ya había salido corriendo rumbo a la aldea, localizada allí cerca. Llegando allá, Curió reunió a los otros chicos y explicó lo que tenía en mente. ¡Los niños encantados!

Así, algunos de ellos cogieron un saco vacío y se pusieron a trabajar, recogiendo toda la basura que el hombre blanco iba echando en la selva. Otros quedaban escondidos, aguardando al hombre blanco encender fuego en el suelo y, cuando ellos se iban, apagaban con paños o echaban tierra sobre el fuego, e inmediatamente las llamas desaparecían. Otros aún fueron hasta los riachuelos esperando al hombre blanco tirar restos de animales en las aguas. Entonces, ellos quedaban en el margen, más abajo, atrapando todo lo que era tirado en las aguas, y que ellos dejaban como comida para los animales.

Así, el ciclo de la vida proseguía y la selva quedaba limpia de tanta suciedad. En poco tiempo, los hombres blancos notaron que los indios estaban siempre detrás de ellos, alterando todo lo que ellos hacían.

Intrigados, quedaron de guardia y vieron pequeños indios borrando el fuego que ellos habían encendido, limpiando los riachos y fueron a hablar con el padre de Curió, que era el jefe de la tribu.

— Jefe, ¿por qué sus chicos están siempre moviendo aquello que hacemos?

— El hombre blanco debe preguntar eso a ellos — el jefe respondió serio.

Curió se adelantó y explicó:

— Todos nosotros dependemos de la selva. Estamos sólo intentando reparar lo que el hombre blanco destruye.

En aquel momento, el hombre bajó la cabeza, avergonzado. Fue necesario la lección de un pequeño indio para hacerlo reflexionar en como estaban actuando.

El hombre agradeció a Curió, prometiendo que no más irían a destruir la selva, ni polucionar los riachuelos, ni matar a los animales por placer.

Se hicieron amigos y la paz finalmente volvió a la selva.          

 

                                                MEIMEI


(Recebida por Célia X. de Camargo, em Rolândia-pr, aos 15/10/2012.)




                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita