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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 6 283 – 21 de Octubre de 2012

 
                                                            
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

El pececito dorado

 

Érico estaba cansado de quedarse dentro de casa. Tenía sólo seis años, pero deseaba salir, jugar, jugar al balón con sus amiguitos, sin embargo estaba preso en casa.     
 

Aquel día era sábado y no tendrían clase. Como la madre estaba ocupada en la cocina, el niño quedó junto de ella. De tarde en tarde, él lloriqueaba:

— Mamá, ¿puedo jugar en el patio?

— No, hijo mío. Hace frío allá fuera y tú andas con dolor de garganta, ¿lo olvidaste? — respondió la madre, firme.
 

— ¡Sólo quiero jugar un poquito, mamá! ¡Prometo que vuelvo inmediatamente!

— El tiempo está para llover y tú tienes que cuidarte. ¿Quieres empeorar, coger una gripe, y no ir a la escuela el lunes?

Erico se calló, cansado de insistir. Sentado en la sala, él miro para el acuario, donde un lindo pececito dorado nadaba sereno.
 

Se aproximó más, observando al pececito, encantado con sus movimientos, lo vio coger unos cebos de alimento, comiéndolos. Sin embargo, Érico notó que el pececito no estaba contento. Nadaba de un lado para el otro, pero no parecía feliz. Entonces, él preguntó:

— Tú también estás cansado de estar siempre ahí dentro, en el mismo lugar, ¿no es así?
 

El lindo peixinho dorado paró, pareciendo fijar sus ojos redondos en el niño que hablaba, mientras de su boca salían burbujas de aire. Érico, tristón, continuaba hablando con él:

— Pues sí, pececito, yo también estoy cansado de estar aquí dentro de casa. Tengo ganas de andar, jugar, jugar al balón con mis amigos, sin embargo mi madre no me deja salir con miedo a que yo me ponga enfermo. ¡Ah! ¡Pero yo quería tanto salir un poquito!...

El pez inclinó la cabecinha, como si hubiera entendido. Después, nuevamente soltó algunas burbujas por la boca, y Érico quedó contento. Para él, el pececito estaba respondiendo.

— ¡Ah! ¡Tú entendiste! Con seguridad, también te gustaría poder volver para el riachuelo de donde viniste, ¿no es así?

En ese momento, Érico tuvo una idea. ¡Él y el pececito no podían salir de casa, pero él, por lo menos podía andar y, si quisiera, podría ayudar al pececito dorado que estaba preso en aquel acuario, a volver con su familia!...

Entonces, Érico no lo pensó dos veces. Él sumergió un vaso y cogió el pececito de dentro del acuario. Enseguida, abrió la puerta de la calle sin hacer ruido y salió. Sabía que la madre iba a estar enfadada, pero él necesitaba ayudar al pececito.

En la calle el viento soplaba fuerte y helado. Cogiendo, lleno de cuidado, el vaso con el pececito, Érico caminó intentando encontrar el riachuelo que el padre un día le había mostrado.

¡Pero era lejos y Érico no sabía como llegar allá! Además de eso, él ya estaba cansado. El pececito se meneaba mucho y el agua caía del vaso, y el niño decía:

— Ten paciencia, pececito. Luego llegaremos donde está tu familia y tú tendrás libertad y serás muy feliz.

Y el niño buscaba andar más rápido. De repente, él notó que estaba nuevamente cerca de su casa. Sin notarlo, él había caminado en círculo.

En eso, él vio a la madre que venía a su encuentro, muy afligida:

— ¿Dónde fuiste tu, hijo mío?!... ¡Estoy buscandote hace tiempo!...

Exhausto, pero aliviado al ver a la madre, el chico explicó:

— Yo quería llevar al pececito para quedarse con la familia de él, pero no conseguí llegar hasta el riachuelo. ¡Mira cómo él está contento, mamá! ¡Él está saltando de alegría!

Al mirar para el pececito, sin embargo, Érico notó que él estaba parado, inmóvil, en el fondo del vaso.

— ¿Qué ocurrió, mamá? ¡Él estaba tan feliz!...

Llevando al hijo para dentro de casa, la madrecita lo abrazó con cariño, explicando:

— Érico, tu pececito no resistió la caminata. Él necesita de agua, hijo mío, para poder vivir. ¡Y tú, por el camino, fuiste derramando el agua que había en el vaso!

— ¿Tú quieres decir, mamá, que él está muerto?

— Sólo el cuerpecito de él, hijo mío. Él ciertamente continuará viviendo en otra realidad.

Pero, ahora, necesitamos enterrarlo.

Érico lloraba por haber perdido a su amiguito, pero la madre lo tranquilizaba afirmando:

— Él volverá para ti. Vamos a encontrarlo en otra tienda, de la misma forma como ocurrió cuando él vino a vivir con nosotros.

Sin embargo, el niño se culpaba por haber desobedecido a la madre:

— Si yo no lo hubiera sacado de casa, nada de eso habría ocurrido. Él aún estaría jugueteando en nuestro acuario. Yo te desobedecí, mamá, y por eso él murió.

— Es verdad, hijo mío. Sin embargo, ahora nada podemos hacer, a no ser entregarlo a Dios, nuestro Padre, agradeciendo el tiempo que él estuvo con nosotros. Y, también, intentar no repetir nuestro error.

Limpiando las lágrimas, el niño penso um poco y respondió:

— Tienes razón, mamá. Aaaa...tchim!... A partir de ahora, voy a ser más cuidadoso con todo lo que yo hago. Sé que erré, pues tu me dijiste que no saliera y yo desobedecí. Además de empeorar mi dolor de garganta, aún causé la muerte de mi pececito dorado. Pero no voy a hacer más eso. Estoy arrepentido. Aprendí que, cuando la mamá da una orden, tenemos que obedecer, pues ella sabe lo que está haciendo. Aaaa...tchim! — estornudó él de nuevo.
 

Con cariño la madre lo abrazó, estando de acuerdo. Después, colocó la mano en la cabeza de él y, viendo que estaba con fiebre, dijo:

— ¡Ahora, Érico, ya para la cama antes que esa gripe empeore! Voy a preparar un té muy bueno para ti. Después haremos una plegaria para agradecer a Jesús por haber vuelto tu para casa.

Los  dos, la plegaria y el té, con la ayuda de Dios irán a ayudarte a estar bueno inmediatamente. 
 

                                                                           MEIMEI
 

(Recebida por Célia X. de Camargo, em Rolândia-PR, em 1º/10/2012.)        




                                                                                   



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