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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 6 280 – 30 de Septiembre de 2012

 
                                                            
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org

 

El mendigo

 

Andando por las calles de la ciudad, al entrar en una región más pobre, Ricardo vio a un hombre que gemía pegado a un muro.

Cubierto de trapos, encogido, él tiritaba de frío, y el niño se llenó de piedad.

Un día helado como aquel, sólo podría ser alguien que no tuviera familia y una casa donde vivir.

Ricardo se aproximó más y vio al pobre hombre toser. De corazón generoso, el niño corrió de vuelta para casa y, casi sin aliento, dijo a su padre:

— ¡Padre! Vi un hombre que parece muy enfermo. Está acostado en la calzada y, si no hiciéramos alguna cosa por él, el pobrecito va a morir de frío.

Genésio pensó y respondió cauteloso:

— ¡Hijo, ese hombre puede ser un criminal! ¿Cómo traerlo para dentro de nuestra casa?

En lágrimas, Ricardo replicó:

— ¡Padre, el otro tú leíste en el Evangelio que Jesús nos recomendó amar a Dios sobre todas las cosas y al próximo como a nosotros mismos!... ¿Él no es nuestro prójimo?

— Es verdad, hijo mío. Tú tienes razón, él es nuestro prójimo. Sin embargo, soy responsable por nuestra família y tengo que velar por ti y tu madre que forma parte de ella.

— ¡Yo sé, padre. Sin embargo, en nuestro estudio del Evangelio, leemos también que el Maestro dijo que son los enfermos los que necesitan de médico y de medicamentos, no los sanos! Y aquel hombre está enfermo. ¡Si no lo socorriéramos, él va a morir!...

El padre bajó la cabeza ante el nuevo recuerdo del hijo y se dio por vencido. Ciertamente el Señor los protegería.
 

— Todo bien, hijo mío. Vamos a coger el coche y tú me mostrarás el camino.

Satisfecho, Ricardo se puso al lado del padre y le indicó el trayecto que los llevaría hasta la calle donde había visto al vagabundo.

Al llegar allá, el padre percibió que el

mendigo realmente estaba mal. Con ayuda del hijo, lo colocó en el coche y lo transportaron para la casa, visto que aquella región era muy pobre y no había médico ni hospital cerca.

En casa, colocaron al enfermo cerca de la chimenea para que se calentara. Joana, madre de Ricardo, que entendía de hierbas y plantas medicinales, hizo un té y le dio a beber a cucharadas.

En aquella noche no se alejaron del enfermo. Al amanecer, mostrando alguna mejora, el hombre durmió más tranquilo y la familia pudo descansar también.

Al despertar, Ricardo corrió para el enfermo, preocupado. El hombre miró para el chico, agradecido.

— ¿Cómo está, señor? – preguntó Ricardo, interesado.

— Ahora estoy bien, chico. ¿Cómo vine a parar aquí?

Ricardo le contó lo que había pasado. Sorprendido, el huésped comentó, viendo la pareja que se acercaba de él:

— Les estoy muy agradecido. Estaba de viaje para la casa de una hija cuando la fiebre me dominó y no vi nada más. Temblando de frío, sólo me acomodé en el suelo y allí quedé, sin condición de reaccionar. Vi cuando los ladrones robaron todo lo que yo tenía, pero nada pude hacer. Gracias a vosotros, ahora estoy mejor. Creo que debo proseguir, pues ya abusé mucho de su hospitalidad.

El padre reaccionó incontinenti:

— ¡De modo alguno! Quede con nosotros hasta restablecerse por completo. Después, podré llevarlo en mi coche adónde desee.

Como todos insistieron, el enfermo acabó por concordar, sonriendo:

— Está bien, me quedaré.

Una semana después, ya recuperado, cierta mañana el huésped se despidió de Joana y del hijo con los ojos húmedos de emoción:

— ¡Joana! ¡Ricardo! En esta casa encontré verdaderos amigos. Jamás los olvidaré. Que Jesús los bendiga. Cuenten siempre conmigo.

Durante aquella semana habían podido estrechar lazos de amistad y Genésio no pudo dejar de recordar:

— Si no fuera por la insistencia de Ricardo, nosotros no lo habríamos conocido, Saúl. Gracias a mi hijo, pudimos actuar como verdaderos cristianos, pues nunca debemos juzgar por las apariencias.

Saúl abrazó al niño a quien mucho se aficionó y afirmó:

— Ricardo, tú serás siempre muy querido en mi corazón. Tu padre tiene mi dirección y, en cualquier situación, en cualquier época, si necesitasen de algo, acuérdate de que tiene un amigo listo a socorrerlo.

Ellos intercambiaron un largo y cariñoso abrazo, y enseguida Genésio y Saúl partieron en una nube de polvo.

En esa despedida, el niño entendió que jamás se arrepentiría de actuar pensando siempre en el bien, y que había ganado un amigo para la vida entera, gracias a la lecciones de Jesus!...

Y concluyó para si mismo, lleno de fé:

— Si estamos socorriendo a un hermano necesitado, ¿qué podemos temer? ¡Jesús nos protegerá de cualquier peligro!...

 

                                                                           MEIMEI


(Recebida por Célia X. de Camargo em Rolândia-PR, em 16/07/2012.)    




                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita