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Año 6 280 – 30 de Septiembre de 2012
CLAUDIA GELERNTER    
claudiagelernter@uol.com.br       
Vinhedo, SP (Brasil)
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 


Claudia Gelernter

Culpa, arrepentimiento y reparación bajo la óptica espírita

Parte 2 e final 

 
Hoy, la cuestión de la culpa se hizo aún más abarcadora, de acuerdo con la ideología vigente. En el capitalismo, somos culpados si no juntamos capital. El fracaso consiste en no ser éxito en los negocios, en los estudios, en la empresa, en el consumo. Para las mujeres, más que eso: fracasadas son las que no consiguen mantener el patrón de belleza de las modelos paurrérrimas de las pasarelas.

Jean-Yeves Leloup, el padre francés, autor del libro “Normosis, la Patología de la Normalidad”, creó un concepto bastante interesante para definir el contexto actual. “Llamó normosis” a todo lo que es aceptado socialmente como siendo algo normal, pero que, sin embargo, causa sufrimiento, patologías e incluso la muerte.

Las relaciones fluidas, el consumo exacerbado, la búsqueda por el patrón de belleza ideal, por el éxito, por el poder etc., hace que buena parcela de la población sufra, generando síntomas de difícil solución. Somos culpados por no conseguir alcanzar la meta propuesta, dentro de ese patrón de normosis actual. Y, buscando encubrir la culpa, usamos máscaras sociales que nos hacen parecer. Parecemos no errar, parecemos tener, parecemos ser. Pero sólo parecemos. Todos erramos, nada poseemos [una vez que todo pertenece a Dios y puede sernos retirado en cualquier momento] y, en ese camino, ni siquiera tenemos conocimiento de quién realmente somos.

Destacamos sin embargo, si por un lado tenemos la cuestión de la culpa como producto social, no es menos verdadero que hemos tenido contacto, hace más de dos mil años, con otras formas de pensamiento que nos traen reflexiones sobre la situación del apego a la materia y la indiferencia con las cuestiones del Espíritu. Por lo tanto, aunque sumergidos en una ideología marcante y opresora, no nos faltan opciones filosóficas y religiosas en este contexto para que podamos analizar nuestro modo de ser y actúar en el mundo y sus posibles consecuencias.

El remordimiento como mecanismo de autocastigo

Culpa es la conciencia de un error cometido a través de un acto que provocó algún perjuicio [sea material o moral] a sí mismo o a otros. La conciencia del error nos trae sufrimiento. Y tal sentimiento puede ser vivido de dos formas: saludable o patologicamente.

Llamaremos como culpa saludable aquella que nos lleva al arrependimento sincero y que, aunque revestida de dolor, impulsa el ser a la reparación.  

En el origen de la palabra, arrepentimiento quiere decir cambio de actitud, o sea, actitud contraria, u opuesta, a aquella tomada anteriormente. Ella se origina del griego metanoia (meta=cambio, noia=mente). Arrepentimento quiere decir, por lo tanto, cambio de mentalidad.

Tenemos, entonces, en el proceso saludable, primero el diagnóstico del error. Sin este, es imposible que sigamos adelante sin acumular más débitos. Personas que se mantienen con la conciencia adormecida, al despertar, rescatan dolores mayores, acumulados debido a la ceguera espiritual en que se complacen. Importante resaltar que ningún hijo está al margen del Amor del Padre Celestial. Todos hemos, en diversas oportunidades y en variados contextos, contacto con las verdades del Mundo Mayor. Preciso es que la buena voluntad surja en el escenario, bajo riesgo de quedar derrapando en la carretera evolutiva además del necesario, recoger dolores tardíos. Es preciso que exista el arrepentimiento sincero. O sea, el cambio de mentalidad. Diagnosticamos el error y no deseamos más practicarlo. Pero, no quedaremos sólo en la lucha por la no repetición del mal cometido, sintiendo el dolor de la expiación [el dolor sentido por el dolor causado]. Iremos además: en el tercero [Es imprescindible] paso, seguiremos en dirección a la reparación.

Allan Kardec, en el libro El Cielo y el Infierno, en el código penal de la vida futura, afirma que "el arrepentimiento, si bien sea el primer paso para la regeneración, no basta por sí sólo; son precisas la expiación y la reparación. (...) Arrepentimiento, expiación y reparación constituyen, por lo tanto, las tres condiciones necesarias para apagar los trazos de uma falta y sus consecuencias”.

En la culpa patológica tenemos, como resultado, sólo el remordimiento, en un pensamiento en circuito cerrado, en el cual el ser cree [erróneamente] que, al sentir el dolor repetido, está pagando por el mal cometido y rescatando sus débitos. Triste ilusión, en que la persona que sufre se mantiene en un monodeísmo, autoflagelándose, sin conseguir liberarse o evolucionar. Se trata aquí de un proceso de congelamiento evolutivo, una traba psicológica que lleva a serias patologías de la mente y del cuerpo si no son percibidas y alteradas en poco tiempo.

En el remordimiento el sujeto se recluye en su dolor, lamentándose, creyendo no ser merecedor de nada bueno, desistiendo de luchar, de reparar para liberarse. No consigue percibir la función del error y del dolor en la evolución de sí mismo, estacionando en aguas tormentosas, en un continúo sufrir sin sentido. El remordimiento lo hace sufrir, pero no lo libera. La persona queda acomodada en la queja y en la lamentación. Más madura psicológicamente, avanzaría por el camino del autoperdón y seguiría en dirección a la reparación.

Muchas vidas y la culpa inconsciente

Con el advenimiento de la Doctrina Espírita, adquirimos conocimientos importantes, tales como el de la reencarnación. Aprendemos, a través de ella, que experimentamos existencias sucesivas, en un continuum evolutivo, en que las experiencias surgen como herramientas preciosas, impulsando al ser a la mejoría constante. En ese proceso, el dolor puede ser comparada con la venida de la fiebre en el cuerpo orgánico, que señala algún problema infeccioso que debe ser diagnosticado para que pueda ser tratado. En el alma, el dolor tiene el importante papel de alertarnos sobre algo moral que no va bien.

Necesitamos salir de la postura persecutória en que frecuentemente nos alojamos, analizando el dolor como un enemigo. Muy al contrario, ella debe ser vista como oportunidad de conocimiento, de comprensión de nosotros mismos, para una posible mejoría íntima real.

Lo que ocurre es que, viciados en ese ‘apenas sufrir’, seguimos acumulando remordimientos, distantes aún del objetivo mayor, que es el de aprender con los errores, notándolos y siguiendo adelante, liberados.

Vamos acumulando en el psiquismo inconsciente emociones relacionadas a la culpa patológica, cargando, en existencias posteriores, problemas de difícil solución. Síndromes neuróticos pueden estar íntimamente conectadas a esos recuerdos pasados, sin embargo no es accesíbles a la conciencia. Por ejemplo: el miedo terrible que algunas personas presentan de estar en posición de mando pueden reflejar errores del pasado, cuando necesitaron luchar con la experiencia del poder y fallaron, debido a su personalidad arrogante, abusiva o intempestiva.

La Doctrina Espírita nos auxilia sobremanera en la comprensión de todo ese proceso, pues nos revela la anterioridad del Ser, donde muchas veces está la génesis de los desequilibrios del hoy. Pasamos a comprendernos como señores de nuestras acciones y tendemos, por lo tanto, al cambio, liberándonos del remordimiento patológico y aprendiendo a vivir con más responsabilidad.

¿Y los que acaban de llegar al Espiritismo?

Otro punto que nos gustaría citar es sobre los neófitos, los que llegan a la Doctrina Espírita y comienzan a beber en sus fuentes. Luego perciben la grandiosidad del mensaje revelador y en muchos casos se asustan y se esquivan de saber más, asustados con la posibilidad de nunca conseguir realizar sus enseñanzas.

Otros, que persisten un poco más, pero que aún no comprendieron el mensaje en toda su extensión, inician un proceso autopunitivo complejo, sufriendo demasiado el dolor oriunda de su pasado complicado.

Un ejemplo: personas que hacen uso de drogas [aún las llamadas lícitas], al aprender lo que ocurre con el cuerpo espiritual [perispírito], pueden pasar a sentir tremendas dificultades íntimas.  

Es preciso que se sepa que no importa el tamaño del problema o del error, sino nuestro empeño sano en las elecciones del hoy que redundarán en un futuro diferente.

No tenemos más control sobre lo que ya hicimos. Eso es pasado. Pero podemos controlar nuestro propio futuro y eso realmente depende de nosotros.

Los errores nos ayudan sobremanera en la comprensión sobre los nuevos caminos que deben ser trillados. Son importantísimos para nuestra evolución. No tendrán sentido para nosotros determinadas elecciones si no supiéramos el porqué de ellas. La fe precisa ser razonada. Debemos saber por qué necesitamos cambiar, cómo cambiar y cuándo cambiar. Y aunque no consigamos reformarnos en determinados aspectos, lo que aprendemos es que necesitamos volver a intentar, volver a intentar y volver a intentar... setenta veces siete veces, si es preciso...

¿Y si no tuviésemos la oportunidad de reparar el mal que hicimos con determinada persona, directamente?

Busquemos no repetir el error y amemos mucho. Dice el apóstol Pedro que “El amor cubre una múltitud de pecados” (I Pedro, 4;8). Es eso.

Recordemos que del error de Rousseau y de Maria de Magdala surgieron frutos maravillosos. Aunque sin conseguir una reparación directa con los perjudicados aún en aquella encarnación [en el caso de Rousseau, los cinco hijos por él abandonados], ambos optaron por el ejercicio del amor desinteresado y con eso nos dejaron un bellísimo e importante legado que, si es observado y llevado a efecto, nos ayuda en nuestro camino, liberándonos del remordimiento, impulsándonos al acierto, al buen camino, conforme ya nos indicaba, hace dos mil años, Jesús, el Maestro por excelencia.

Y aunque tengamos que aguardar un tiempo mayor para conseguir oportunidad de reparación directa, no tengamos duda de que, fortalecidos por el amor en acción, conseguiremos superar barreras íntimas, haciéndonos, por fin, benefactores no sólo de estos, sino de muchos otros que crucen nuestros caminos.
 

Referências bibliográficas: 

LELOUP: J. Y; WEILL, P.; CREMA, R. Normose: a patologia da normalidade. São Paulo, Thot, 1997.  

KARDEC, A. O Céu e o Inferno, Código da Vida Futura, p.94, Tradução de Manuel Justiniano Quintão, 42ª edição; FEB; Rio de Janeiro, 1998. 

O Livro dos Espíritos, 1ª edição comemorativa do sesquicentenário, Tradução de Evandro Noleto Bezerra, FEB, Rio de Janeiro, 2006. 

ROUSSEAU, J.J.; Emílio ou Da Educação; tradução Roberto Leal Ferreira, 3ª edição, São Paulo, Martins Fontes, 2004. 

WEBER, Max. A Ética Protestante e o Espírito do Capitalismo. São Paulo, Martin Claret. 4ª edição, 2001. 

XAVIER, F.C.; Boa Nova, capítulo Maria de Magdala, pelo Espírito Humberto de Campos; FEB; 3ª edição, Rio de Janeiro, 2008.



 


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