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Año 6 279 – 23 de Septiembre de 2012
CLAUDIA GELERNTER    
claudiagelernter@uol.com.br       
Vinhedo, SP (Brasil)
Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 


Claudia Gelernter

Culpa, arrepentimiento y reparación bajo la óptica espírita

Parte 1 

 
1002. ¿Qué debe hacer aquel que, en el último momento, en la hora de la muerte, reconoce sus faltas, pero no tiene tiempo para repararlas? ¿Es suficiente arrepentirse, en ese caso? “El arrependimento apresura su rehabilitación, pero no la absuelve. “¿No tiene él el futuro por delante, que jamás se le cierra?”(El Libro de los Espíritus, de Allan Kardec.)

Jean-Jacques Rousseau, uno de los grandes nombres del iluminismo, nació en Ginebra, el año de 1712. No conoció a su madre, porque ella, debido a complicaciones del parto, vino a fallecer días después de su nacimiento. Cuando completó diez años de edad, su padre se envolvió en una discusión con uma persona importante de la ciudad y, con recelo de represalias, huyó, dejando el hijo para ser educado por un tío. Según sus biógrafos, el hecho de Rousseau no haber conocido la madre lo marcó profundamente.

Se hizo, en la vida adulta, compositor autodidacta, teórico político, filósofo y escritor. Contribuyó ampliamente para las grandes reformas ocurridas en América y en Europa, el siglo XIX, con sus ideales de libertad, igualdad y fraternidade, siendo aún uno de los colaboradores de la famosa Enciclopedie, de Diderot y D´Alembert. Escribió varios libros, influenciando diversas culturas y generaciones. Fue uno de aquellos hombres que no pasan desapercebidos, pues poseía conocimientos bastante avanzados para su época – visiones que rompieron con los paradigmas vigentes, trayendo transformaciones importantísimas para el panorama del mundo occidental.

Uno de sus escritos, de estruendoso éxito, se llama “Emílio, o De la Educación”. En esta obra, Rousseau crea un personaje fictício, de nombre Emílio, y va, en el transcurrir de sus escritos, contando al lector cual es la forma como él educa este personaje. El objetivo de Emílio es “formar un hombre libre; y el verdadero amor por los niños…”.  Hoy esta obra es vista no sólo como una referencia obligatoria para todos los educadores [padres, profesores etc.], sino, por encima de todo, como una lección de vida. Sin embargo, Rousseau, ese mismo hombre, filósofo, escritor, tuvo cinco hijos. Y los abandonó, a todos, en horfanatos.

En el prefácio de la obra mencionada, el traductor así comenta: “¿Cómo tomar en serio un libro sobre la educación escrito por un hombre que abandonó los cinco hijos que tuvo con Thérese Levasseur? Esta cuestión previa repetida por los jóvenes lectores de ayer y de hoy, debe ser colocada, no para ser ella misma tomada en serio, sino para que nos deshagamos de ella de uma vez por todas. Rousseau es de aquellos que creen que no hay cobardía peor que el abandono de los hijos que se tuvo el placer de hacer. Escribió Rousseau en su obra Emílio: ‘Un padre, cuando genera y sostiene hijos, sólo realiza con eso un tercio de su tarea. Él debe hombres a su especie, debe a la sociedad hombres sociables, debe ciudadanos al Estado. Todo hombre que puede pagar esa deuda tríplica y no paga es culpable, y tal vez aún más culpable cuando sólo es pagada por la mitad. Quién no puede cumplir los deberes de padre no tiene derecho de hacerse padre. No hay pobreza, trabajo ni respeto humanos que los dispensen de sostener a sus hijos y de educarlos él mismo. Lectores, podéis creer en lo que digo. Para quienquiera que tenga entrañas y desdeñe tan santos deberes, preveo que por mucho tiempo derramará por su culpa lágrimas amargas y jamás se consolará de eso’.” (Emílio, Libro 1.)

Rousseau influyó sobremanera en pensadores como Pestalozzi

Fue justamente por sentirse culpable que Rousseau escribió Emílio (de 1757 a 1762). No podemos pretender que el libro no tenga nada para enseñarnos porque su autor no lo puso en práctica. Para eso, sería necesario invertir la cronologia y prohibir a Rousseau toda la oportunidad de un arrepentimiento sincero que busca la reparación. Afirmo el autor de Emilio: “No escribo para disculpar mis errores, sino para impedir a mis lectores a imitarlos.”

Jean-Jacques influyó sobremanera a algunos pensadores, tales como Johann Pestalozzi, fundador de la escuela de Yverdun, en Suiza, maestro de Allan Kardec. Por lo tanto, podemos decir que Rousseau es el abuelo espiritual de Kardec en las cuestiones de la educación. Teniéndose en cuenta que el codificador de la Doctrina Espírita [así como Pestalozzi] era pedagogo, luego percibimos cuánto la obra Emílio fue importante para los tres y tantos otros. Y se Rousseau influyó sobremanera a Kardec, nosotros, de aquí de este lado del planeta, 150 años después de Kardec, somos también influenciados por sus ideas fantásticas de educación a través del amor y de la libertad.

Sabemos, aún, a través de los escritos del final de la vida de Jean-Jacques Rousseau, que él intentó rescatar a todos sus hijos de los horfanatos, pero no tuvo éxito. Por lo tanto, de su arrepentimiento y expiación vemos surgir la búsqueda por la reparación, si no directamente a los perjudicados, a través de todos aquellos que bebieron en las fuentes de sus ideas renovadoras y, por qué no decir, maravillosas.

El escritor Catulo de la Pasión Cearense, en su poema “El Dolor y la Alegría”, afirma que “el dolor es como un relámpago; en lo oscuro asusta a la gente, pero ilumina los caminos”. Rousseau aprendió el verdadero sentido de esa frase 300 años antes de ser pronunciada por Catulo.

Siguiendo tal línea de pensamiento podemos afirmar que Rousseau no quedó estancado en el susto causado por el dolor. Abrió los ojos, en el momento en que ella clareaba caminos, y supo seguirlos con coraje. Menos mal.

Otra historia más antigua que la de Rousseau, pero que inspira nuestros corazones sobremanera, habla sobre una mujer nacida en una época difícil, en la ciudad de Magdala. Se llamaba Maria. Nos cuentan algunos evangelistas que ella cargaba en su psiquismo la presencia de siete demonios, habiendo sido curada por Jesus. Hoy, a través de la Doctrina Espírita, aprendemos que tales ‘demonios’ eran, en verdad, Espíritus aún ignorantes, volcados temporalmente al mal.

Se alejaron de Maria bajo la imposição moral del Maestro, sin embargo nos cabe destacar que, si no volvieron a importunarla, fue debido a los méritos que ella acumuló, a través de su reforma interior.

Rousseau se mostro em muchos momentos um protestante rebelado

Humberto de Campos, en el libro Buena Nueva, nos cuenta, de forma emocionante, la historia del encuentro entre Maria y Jesus. Ella, curvada por el peso de su culpa, cargando en el interior muchos dolores nacidos del remordimiento constante, abre su corazón atormentado. Jesús, el Gran Sabio, apunta nuevos caminos: “Amén, Maria. Ama mucho”.

Nada de acusaciones. Solo um pedido: que amase mucho, sin nada esperar de vuelta. Fue lo que hizo.

Después de la crucificación de Jesus, decidió seguir a los discípulos en la divulgación de la Buena Nueva. Sin embargo, aquellos hombres, encharcados de prejuicios, le negaron la compañía. Tuvo que quedar a las márgenes del Tiberíades, en lágrimas, llena de nostalgias y dolor.

Fue cuando vio llegar a la ciudad diversos leprosos, en búsqueda del Maestro. No sabían que Él ya no pertenecía a aquel mundo – querían oír Su voz, Sus enseñanzas y, quién sabe, conseguir la tan anhelada cura.

Maria no dudó. Los buscó y, todas las tardes, pasó a divulgar las ensiñanzas que había  aprendido con el amigo nazareno. En poco tiempo, sin embargo, aquellas personas fueron expulsadas de Cafarnaun y ella, con el mejor sentimiento de que disponía, los acompañó para lejos de allí. Siguió sus días cuidando, largamente, de los enfermos, amparándolos, intentando minimizar sus dolores, su hambre, su tristeza. Tras algún tiempo percibió manchas rósaceas en su piel. Andaba con lepra, también.

Sintiendo que el final se avecinaba, decidió buscar a la madre de Jesus, Maria, y a Juan, sus amigos dilectos. Siguió para Éfeso, pero no consiguió adentrar en la ciudad, cayendo poco antes de su entrada.

Después de su desencarnación, se vio nuevamente a la márgenes del mar de Galilea, recostada en un gran árbol. A lo lejos, se aproxima Jesús, con los brazos abiertos, a decirle: “Maria, ya pasaste la puerta estrecha!... Amaste mucho! Ven! Yo te espero aquí!”.

Dos historias fantásticas, con puntos en común: Rousseau y Maria salieron del proceso de remordimiento, se arrepintieron verdaderamente y optaron por la reparación. Otro punto que debemos destacar es que ambos, aunque dentro de culturas esencialmente religiosas [ella era judía y él protestante] y preconceptuosas, consiguieron liberarse de las amarras teológicas. Ella, porque bebió en las fuentes de la Verdad, directamente con Jesús. Recordemos que Él afirmó: “Conoceréis la Verdad y la Verdad os liberará”. (Juan, 8:32.) Fue lo que ocurrió con Maria. Se liberó del remordimiento y pudo seguir enfrente.

Él [Rousseau], porque rompió con las amarras de los dogmas. Se mostró en muchos momentos un protestante rebelado, desconfiado de las interpretaciones eclesiásticas sobre los Evangelios. Decía siempre: "Cuántos hombres entre mí y Dios!", lo que atraía la ira tanto de católicos como de protestantes.

La culpa em Occidente – El capitalismo y la transformación

En la actualidad, enfretamos muchos dilemas cuando analizamos la cuestión de la culpa.

Cada vez más tomamos conciencia de como las teorías individualistas occidentales están equivocadas (1) en lo que se refiere a la realidad del ser. Tanto a través de la lente espírita, como de las ciencias dichas humanas, hemos tenido contacto con otra realidad: la de que pertenecemos en total, influenciando y siendo influenciados, en un mar de experiencias, donde todo se modifica, continuamente, a través de las relaciones. No es posible explicar el ser en separado del medio donde él actúa. No podemos dejar de considerar el tiempo histórico y la cultura donde está incluido, bajo riesgo de cometer errores crasos, subtrayendo influencias importantes y, peor, no reconociendo su real esencia en este médio.

Con eso, ya percibimos la urgencia de un mirar más holístico, vislumbrando el sujeto con todas sus faces. El ser cómo siendo un sujeto bio-psico-socio-espiritual, pues es lo que somos, siendo que el Espíritu, el ser inmortal, creado simple e ignorante, con potencialidades de perfección relativa y que va, a través de vidas sucesivas evolucionando, es su esencia, su verdadero yo, con el cual actúa en el mundo, a través de su porción biológica, con mecanismos psicológicos característicos, dentro de una sociedad, en determinada cultura y en determinado tiempo histórico.

Cuando ampliamos nuestro mirar, vamo aproximándonos a la realidad, y, con eso, podemos mejorar nuestra comprensión, consiguiendo, por consecuencia, reflejar mejor sobre nuestras acciones y las implicaciones de estas en nuestras vidas y em medio donde actuamos.

En la cultura judaico-cristiana, el miedo de los fieles alimentó, por siglos, el poder de algunos, a través del mecanismo de la culpa. En ese contexto, ya nacíamos culpables; finalmente somos descendientes de un error imperdonable: nuestros ancestrales Adán y Eva que, en un acto de mucha insensatez (por la visión religiosa tradicional) abdicaron del mayor relago de Dios – el paraíso en la Tierra – intercambiándolo por el fruto del árbol de la sabiduría. Somos culpables por desear saber algo. Siendo así, la ignorancia sería el mejor remedio, aceptando dogmas irrevocables y, lógico, incuestionables. Tal vez ahí pudiéramos hacer las paces con Dios, por determinado tiempo, desde que aún contribuyésemos com algo, de preferencia de naturaleza material, por la ‘Causa de Dios en la Tierra’

Pero nuestra historia con la culpa no para por ahí. Mujeres judías nacen impuras; finalmente, menstruan y ni siquiera pueden orar como los hombres en los templos. Tras el año 234 D.J.C., cuando se creó la institución católica, la culpa continuaría presente. Los hombres deberían luchar en las ‘guerras santas’, trayendo oro para la iglesia y disminuyendo el número de ‘infieles’, a través de la espada. Si así hicieran, podrían dormir con la conciencia tranquila, pues estarían separándose de Dios.

(Este artículo será concluído em la próxima edición de esta revista.)


(1)
Según la idea vigente en la ideología del capitalismo, el hombre es un ser que ‘se hace solo’, pudiendo ascender o fracasar, de acuerdo con su  voluntad [o falta de ella]. En esta forma de pensamiento no son consideradas las influencias del medio para estudio y comprensión del individuo; los fenómenos humanos podrían ser estudiados en separado del contexto donde este se desarrolló. En la cultura norteamericana, el ‘self-made man’ (hombre que se hace solo) es el símbolo mayor de ese tipo de pensamiento, auxiliando, de esta forma, el mantenimiento de la ideología en que estamos sumergidos.

 

Referências bibliográficas:

LELOUP: J. Y; WEILL, P.; CREMA, R. Normose: a patologia da normalidade. São Paulo, Thot, 1997.

KARDEC, A. O Céu e o Inferno, Código da Vida Futura, p.94, Tradução de Manuel Justiniano Quintão, 42ª edição; FEB; Rio de Janeiro, 1998.

O Livro dos Espíritos, 1ª edição comemorativa do sesquicentenário, Tradução de Evandro Noleto Bezerra, FEB, Rio de Janeiro, 2006.

ROUSSEAU, J.J.; Emílio ou Da Educação; tradução Roberto Leal Ferreira, 3ª edição, São Paulo, Martins Fontes, 2004.

WEBER, Max. A Ética Protestante e o Espírito do Capitalismo. São Paulo, Martin Claret. 4ª edição, 2001.

XAVIER, F.C.; Boa Nova, capítulo Maria de Magdala, pelo Espírito Humberto de Campos; FEB; 3ª edição, Rio de Janeiro, 2008



 


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